Cuaderno de venta

Fin al dinero gratis, la liberación de Powell y las ataduras de Lagarde

Edificio de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed).
Edificio de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed).
Fed / Archivo / L. I.

"La previsión económica es un esfuerzo bastante desesperado", señalaba hace unos díaw el consejero de la Fed, Christopher Waller, ante el 'Club de Pronosticadores de Nueva York' haciendo balance de lo que ha supuesto la crisis del Covid-19 en EEUU. "Si bien todos sabíamos que venía una recesión, carecíamos de analogía histórica para hacernos a la idea de su gravedad. Decir que hubo una gran incertidumbre es quedarse corto". Su reflexión buscaba traer a colación la dificultad de hacer previsiones. La escena de la economía entre abril y junio de 2020 fue apocalíptica con el paro se multiplicó por cuatro (de 3,5% al 14,8%) en EEUU y el PIB colapsó (-31%).

"Entonces, ¿por qué se hacen previsiones?", se preguntó retóricamente Waller ante la misma audiencia de especialistas. "Debido a lo mucho que influyen en el resultado". Toda actividad económica está guiada por una visión de futuro: si se auguran condiciones prósperas, será más probable que el consumidor gaste a que ahorre. Si hay nubarrones, al revés: postergará esa compra que tenía en mente si puede evitarla. Esta teoría básica sobre el funcionamiento de las expectativas a la que se refiere el alto cargo de la Fed cobra relevancia en el cambio de discurso que se está produciendo en los principales bancos centrales. Si en lugar de consumo hablamos de inversión, esas previsiones tienen una influencia todavía mayor.

El nuevo mensaje monetario es confuso, pero tiene un denominador común: los estímulos monetarios asociados a la crisis económica del Covid-19 están próximos a su final. La Reserva Federal de EEUU recortará las compras de deuda de 90.000 a 60.000 millones de dólares al mes a partir de enero y reducirá el contador a cero a finales de marzo si sigue a ese ritmo. Es probable que suba tipos poco después de concluya el proceso anterior. Todo porque el despertar de la inflación ha elevado el índice a máximos de 40 años (6,8% en noviembre), pero sobre todo porque la economía crece a buen ritmo y el empleo también. Jerome Powell, gobernador del banco central, se ha liberado recordando a la comunidad financiera que él ya subió tipos en 2018 y no tendrá problemas en volver a hacerlo. La confirmación de que lo hará ha sido su mención sobre los efectos de segunda ronda en forma de subidas de salarios y escasez de mano de obra por las ayudas fiscales.

Los mercados hace semanas que tomaron buena nota. Pese a que los índices permanecen cerca de sus máximos históricos gracias al comportamiento de un puñado de gigantes como Apple, Microsoft, Amazon, Tesla, Facebook-Meta, Google-Alphabet, la realidad es que las cotizaciones más calientes del actual rally alcista han registrado retrocesos equiparables a un crash. Los 'drawdowns' -caída de máximo a mínimo- superan el 50% en decenas de pequeñas compañías como las ‘memes stocks’ o en centenares de criptomonedas, uno de los mercados más calientes durante la pandemia. Las previsiones de inflación y tipos han metido el miedo en el cuerpo y el espíritu ahorrador a los inversores. La era del dinero gratis se acaba como demuestran las alzas de tipos de Reino Unido, Noruega, México y la mayoría de países satélites de la zona euro o del área dólar.

Ómicron, ¿inflacionario o deflacionario?

Powell tiene vía libre en EEUU para el nuevo ciclo en 2022 salvo que la variante Covid-19 del Ómicron replique lo que ya hizo la Delta: restricciones y confinamientos. Sus efectos son bien conocidos esta vez: desaceleración económica. La gran duda de los inversores es si volverá a traer más inflación porque impacta en la cadena de suministros global de la que se nutren tanto EEUU como Europa. O por el contrario, si esta vez será deflacionario por el freno en la actividad. Lo que está más que claro es que no afectará a ambos bloques por igual. El Viejo Continente está demostrando su fragilidad en el flanco energético por su dependencia del gas de Rusia, Argelia y Oriente Medio. Basta echar un vistazo a los precios europeos (TTF y Mibgas) para constatar que multiplican a los del Henry Hub estadounidense, cuya cotización se ha desplomado un 40% desde octubre.

Según lo expuesto esta semana por Christine Lagarde, el Banco Central Europeo (BCE) mantiene una visión de inflación transitoria aunque reducirá también los estímulos (compras de deuda) en los próximos meses. De subir los tipos no quiere ni oír hablar. Europa no goza de los bríos de EEUU y el sobreendeudamiento adquirido durante el Covid-19 todavía seguirá presente porque los gobiernos no consiguen equilibrar sus cuentas públicas. 

Sigue habiendo déficit, se gasta más de lo que se ingresa. El BCE se ha hecho cargo al 100% de la factura extraordinaria ligada a la pandemia de países como España, que han emitido deuda en los mercados sin mirar a la prima de riesgo y con los intereses más bajos de la historia. Pero Fráncfort ya advierte que nada es para siempre. El cheque PEPP de 1,85 billones de euros se agota pero las ataduras políticas de la francesa comienzan a verse cada vez más en cada reunión. La hora de la verdad es ineludible. 

¿Será capaz de subir los tipos de interés si es necesario y consagrarse como banquera central? Mario Draghi se fue del BCE sin elevar el precio del dinero después de ocho años en los que bastante tuvo con salvar al euro. Lagarde teme repetir el error de Trichet (julio de 2008) cuando la espiral inflacionista de la energía le llevó a subir los tipos de interés, pinchando con ello cualquier expectativa de recuperación de una economía que se ahogaba ya en la borrachera inmobiliaria de las hipotecas. ¿Qué camino tomará?

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