Cuaderno de venta

El 2020 más difícil en los mercados y la ventaja de los 'front runners'

El 2020 se ha convertido en el año más difícil en los mercados.
El 2020 se ha convertido en el año más difícil en los mercados.
Sasint / Pixabay

Termina un año extremadamente difícil, el año de la gran pandemia global. Trágico por las cerca de dos millones de personas han perdido la vida por el nuevo coronavirus. Destructor en lo laboral porque la recesión más grave desde la Segunda Guerra Mundial se ha cobrado el equivalente a más de 300 millones de puestos de trabajo, según la OIT. La crisis del Covid-19 ocupará un lugar de honor en la cúspide de las crisis económicas, al tiempo que se destaca de largo como la mayor turbulencia de la historia en los mercados.

El 2020 es el año en el que, por ejemplo, los contratos de los precios del petróleo cotizaron en negativo por primera vez debido a la guerra de productores entre Rusia-Arabia Saudí. También asistimos al desplome de los bonos corporativos vaticinando un apocalipsis financiero que no llegó a producirse. En solo 12 meses, algunos de los principales índices han pasado de hundirse hasta un 40% en sus mínimos de marzo a dispararse un 50%. Hay empresas gigantes como Tesla que han multiplicado por siete su valor hasta capitalizar más que todos sus rivales del automóvil juntos. Otras como Apple, Microsoft o Amazon se han duplicado en cuestión de meses.

Don’t fight the Fed’ (no luche contra la Reserva Federal) ha sido la gran tendencia y estrategia ganadora del 2020. Por extensión, el viejo refrán inversor este año incluiría al Banco Central Europeo (BCE) y las autoridades monetarias de Japón, Reino Unido, Canadá o Australia, que se han coordinado con la Fed, obligando al decenas de bancos centrales a acometer decenas de rebajas de tipos. La estrategia consiste básicamente en alinearse con las políticas monetarias ultra expansivas, comprando acciones cuando hay bajadas de tipos de interés, o estos se encuentran en niveles muy bajos o cero como en la actualidad. Al revés, cuando se inicia el ciclo de endurecimiento de tipos es hora de vender.

En la práctica, invertir por delante de los bancos centrales se ha convertido en el negocio del siglo para grandes y pequeños inversores. Comprar acciones justo cuando anunciaron sus primeros planes billonarios de adquisición de deuda en marzo ha dibujado una suerte de front-running (inversión antes de que se produzca un evento con impacto en los mercados), pero masivo y legal. La inflación financiera en los precios de los activos financieros es un hecho por el efecto de la ingente liquidez circulante.

En teoría, los front-runners son inversores que gozan de información privilegiada y, por tanto, su operativa no es ética y, en la mayoría de los casos, del todo ilegal. Su origen se encuentra en las compras o ventas de los propios brókers antes de ejecutar las órdenes de sus grandes clientes que pueden mover un valor. También en algunas prácticas como invertir o desinvertir antes de dar a conocer una recomendación como hacían algunas firmas financieras en la famosa burbuja puntocom. Pero hay otros front-runners que simplemente hacen un ejercicio de cálculo con información pública a la espera de que sigan entrando más y más inversores después elevando el precio de sus acciones.

Uno de estos paradigmas es la operativa realizada por Warren Buffett con Apple desde 2016, cuando invirtió sus primeros 1.000 millones de dólares en acciones de la tecnológica. El oráculo de Omaha rompió sus estrictos principios de inversión fuera de la tecnología -que consideraba demasiado arriesgada e incomprensible- o de la filosofía value, para incorporarse al accionariado de una empresa de alto crecimiento. 

La estrategia de Berkshire Hathaway, que posee hoy el 5,5% de Apple o más de 120.000 millones de dólares, fue tan simple como astuta y paciente. Se puso por delante del mayor comprador de acciones de Apple de la historia: la propia Apple. Antes de la entrada de Buffett como accionista, la compañía de Tim Cook ya se había gastado más de 100.000 millones de dólares (2013-2015) en comprar títulos propios y destruirlos.  Desde 2016 a 2020, a esa cifra hay que añadirle otros 270.000 millones adicionales en adquisiciones de títulos, sin contar con los dividendos pagados. El efecto tractor de esa actividad de autocartera sobre los fondos indexados explican por qué Apple se ha convertido en una de las mejores inversiones en su dilatada carrera.

Pero en 2020 se ha producido un fenómeno inesperado en los mercados por el efecto de millones de pequeños inversores a través de los llamados brókers sin comisiones, modelo al que da nombre Robin Hood. Este bróker ha llevado el ‘front running’ a otro nivel con la venta de los datos de su masa de usuarios a los hedge funds de alta frecuencia que pagan por ello. De este modo, estos grandes fondos entran o salen antes de una acción y solo tienen que esperar al viento de cola de millones de pequeños traders. Dentro de esta nueva generación inversores 100% digitales ha surgido otra especie de ‘front runners’. Dentro de los grupos de telegramers, instagramers o social trading, miles de inversores siguen al dictado lo que hacen los ‘influencers’ de sus respectivas comunidades que, habitualmente, ya se encuentran invertidos en el momento en el que emiten la recomendación o la alerta. De nuevo, la frontera entre la legalidad, la ética o lo permisible se difumina.

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