OPINION

El dilema del fondo de recuperación ante la necrosis económica

Automóvil y turismo, en el punto de mira de la recuperación.
Automóvil y turismo, en el punto de mira de la recuperación.
Pixabay

“Lo peor que se puede hacer [a la economía] es generar expectativas y luego no cumplirlas”. Es la sentencia de Luis de Guindos, vicepresidente del BCE, sobre el famoso plan de choque contra la crisis que no termina de nacer y ya llega tarde. El billonario ‘Plan Marshall’ que invocó Pedro Sánchez, luego llamado Fondo de Reconstrucción, después de Recuperación y quizá, cuando se apruebe a finales de mes, de Relanzamiento estaba llamado a reactivar la economía europea y, en segundo plano, a transformarla. Concretar una cifra mastodóntica rápidamente, como hizo EEUU, era fundamental para neutralizar el mal de la destrucción económica por incertidumbre que se ha producido en silencio durante el confinamiento.

Pero todavía es más relevante el uso que se dé a esas potenciales inversiones públicas que siguen en el aire y quién tomará las decisiones de gasto. El camino fácil para los políticos apunta a la construcción de infraestructuras, obra civil, energía y telecomunicaciones. El sendero difícil y necesario señala a la tecnología, terreno en el que gran parte de Europa se ha quedado en el siglo pasado frente a EEUU o China, como muestra la realidad abrumadora de la inexistencia de grandes empresas tecnológicas en suelo comunitario -solo hace falta echar un vistazo a los transparentes mercados bursátiles- o la dependencia del exterior.

Para reforzar los proyectos punteros y startups innovadoras hay dos vías accesibles en tiempos de crisis: la obvia es reforzar su capital o liquidez, pero otra vilipendiada y mucho más efectiva: la compra de sus productos o servicios por la Administración Pública. La manera más sencilla de sostener cualquier empresa es alimentando sus ingresos y reputación. Parece razonable pensar que si los gobiernos europeos apuestan por una verdadera transformación digital deben optar por contratación de soluciones tecnológicas europeas frente a las de Google, Amazon, Microsoft, Apple, Alibaba o Huawei como hacen de carril.

La otra misión del fondo de recuperación, que se anunciará el 27 de mayo, es la de frenar la necrosis económica que está en marcha. Surcado el ecuador de mayo, la oportunidad para sostener la confianza en la economía por parte de empresarios e inversores se ha perdido por lentitud. La pérdida de empresas y empleos en masa parece un hecho a la luz de los datos: el desplome del PIB europeo entre abril y junio arrasará con una caída que "triplicará" al del primer trimestre, según el BCE.

Tanto los guardianes del euro (Lagarde, Lane y Guindos) como del dólar (Powell) ya han dejado a un lado el discurso de proteger a toda la economía para salvar el máximo posible de tejido productivo (privado), ese mismo que sostiene al sector público vía impuestos y que ahora necesitaba un rápido e incondicional salvavidas de vuelta. Basta recordar que la crisis actual es distinta a todas las demás por un motivo muy simple: se ha producido de forma fulminante por decreto de los gobiernos para frenar la pandemia del Covid-19 que se ha llevado la vida de 304.000 personas (27.600 en España).

No es una recesión al uso, sino un cierre o un apagón. Las recetas económicas aplicadas desde debían haber cumplido un máxima sagrada: mantener la confianza para evitar que la recesión se convierta en una depresión económica, un incontrolable escenario del que ningún país ha salido entero y que tiene su máximo exponente en los años 30 de EEUU.

En España, durante el proceso de reapertura por fases y regiones, están comenzando a saltar chispas y fusibles no solo entre partidos políticos, sino también en múltiples sectores y empresas que ven cómo esa ‘nueva normalidad’ llega arrastrando la guadaña para cines, teatros, centros comerciales, tabernas, bares sin terraza, hoteles, aerolíneas...

Desde el turismo ( (15% del PIB), el contagio se traslada ahora también a la industria del automóvil, que supone otro 10% del PIB, casi el 10% del empleo y alrededor del 20% de las exportaciones. Los cuarteles generales donde se toman las grandes decisiones están lejos de Vigo (PSA), Pamplona (Volkswagen), Valladolid (Renault), Barcelona (Volkswagen, Nissan)... Y están optando por aligerar la carga fuera de sus países de origen. No ocurre así en los grandes nombres de la industria auxiliar como Gestamp, Cie o Grupo Antolín, pero se verán arrastrados por el camino que tomen sus principales clientes.

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