OPINION

Un Gobierno 'a por uvas', el virus del silencio y la víctima Mobile (MWC)

Imagen del Mobile World Congress (MWC) de Barcelona en 2019.
Imagen del Mobile World Congress (MWC) de Barcelona en 2019.
Efe

Un tropezón para un país y un desastre para miles de personas. La cancelación de la Mobile World Congress (MWC) es un drama para Barcelona. No solo representa alrededor del 4% de la facturación hotelera anual de la ciudad, sino que representa el icono de turismo de negocios al que aspira cualquier capital mundial. 100.000 visitantes y 500 millones de euros de impacto económico que se han esfumado en este 2020. Un lujo y un tesoro que, sin embargo, no ha sido valorado como se debía hasta la pérdida de este año. Es hora de hacer autocrítica entre unos responsables poco acostumbrados a ella: los políticos.

Los propios catalanes y barceloneses consideraban como propio al Mobile o al Congress, como lo llaman unos y otros. También creían que era inmune a cualquier tipo de agravio: las huelgas del taxi, de metro o autobuses urbanos en años anteriores no lograron hacerlo descarrilar. Pero este año, una epidemia vírica a miles de kilómetros de Barcelona se lo ha llevado por delante a pesar de que Gobierno, Generalitat y Ayuntamiento aseguraron que se podía celebrar porque no había alerta sanitaria en España. A última hora, tarde y mal.

Para entender lo sucedido hay que recordar que lo organiza la GSMA, una asociación que representa a 750 empresas de telecomunicaciones en todo el mundo. Si fuese fútbol, la UEFA y la FIFA juntas. Es el legítimo dueño y organizador del evento de Barcelona. Ha sido tal el éxito que lo ha replicado anualmente en Los Ángeles y Shanghái. Pone las normas de puertas para dentro del MWC. De puertas hacia fuera son las autoridades locales, en este caso, Ayuntamiento, Generalitat y Moncloa quienes deben poner su granito de arena. La simbiosis públicoprivada en los primeros años del evento era “brutal”, telepatía… casi amor.

Así lo describían hace algunos años tanto en la GSMA (MWCongress) como en la Fundación (MWCapital) que lo soporta. Barcelona supo aprovechar el Congress para crear en paralelo eventos como el 4YFN, especializado en startups y proyectos innovadores, en el que un tal Jan Koum y Mark Zuckerberg se dejaron caer después de la histórica compra de Whatsapp por Facebook. Una cita indiscutible a la que los ‘ventures capital’ independientes y corporativos se peleaban por acudir y que provocaba el peregrinaje desde Madrid, Londres, París o Berlín, pero también desde Singapur, Hong Kong o Dubai.

Pero a partir de 2015 comenzaron a producirse algunos agravios, la lista es larga. Ada Colau, alcaldesa de la ciudad, vio en el evento una suerte de akelarre de ocio capitalista poco común y todos los valores que buscaba combatir: masificación, ostentación, dinero… En los cuatro últimos años se han producido huelgas de metro, de autobuses, taxis y otros actos reinvindicativos que no se lo han puesto fácil a los organizadores del MWC. La GSMA ha tenido que apagar fuegos por su cuenta no pocas veces para salvar los problemas de orden público que impedían, en muchos casos, la normal celebración de este congreso de trabajo. Desde la propia seguridad a contratar autobuses extra a la propia empresa municipal.

No es el MWC, es la gestión de una crisis

Lo anterior es fundamental ante lo sucedido ahora. El MWC se enfrentaba a una amenaza de grandes proporciones, pero en la última semana, sino desde hace más de un mes. Para unos será una excusa, una causa mayor o, simplemente, la gota que ha colmado el vaso. El coronavirus Covid-19 ha provocado más de 1.500 fallecidos, decenas de miles de contagiados, la cuarentena virtual de 50 millones de chinos en Hubei, el cierre temporal de cientos de fábricas, el colapso del comercio asiático y la suspensión de vuelos internacionales a China por parte de grandes aerolíneas. En ese contexto llegaron las primeras grandes bajas del MWC con LG y Ericsson y las ratificaciones de las empresas chinas como Huawei o Xiaomi que provocaron un efecto dominó por miedo, prudencia o, simplemente, porque no tiene sentido ir a un congreso de negocios cuando no asiste con quien tienes cerrar un trato o establecer una relación comercial.

La reacción de los políticos no ha estado a la altura. Su momento para actuar fue al inicio de la crisis del MWC cuando comenzaron las dudas, no al final cuando abundaban las certezas. La GSMA se ha encontrado con un Gobierno voluntarioso que, de repente, les decía que ‘aquí no pasa nada’ y que el MWC debía celebrarse a toda costa. Sánchez, Torrá y Colau se unieron en un mismo discurso: aquí no hay alarma sanitaria y (casi) todo el mundo puede venir. Estupefacción. Las medidas propuestas de veto en el control de accesos para asistentes llegados de las regiones afectadas de China tienen sentido para Europa o EEUU porque es sencillo controlar el tráfico de pasajeros internacional. En la GSMA se dieron cuenta pronto de que el plan de contingencia era papel mojado.

Primero, si IAG, United Airlines o British Airways ya no vuelan a China, ¿tiene sentido que venga Huawei? O mejor, ¿quién iba a controlar que la delegación china no había viajado a Hubei si no había rastro en sus pasaportes? Quien acude a la MWC sabe bien que la marca china no monta un stand en Barcelona, sino un bunker de secretismos. Es una de las empresas más opacas del mundo, mercantil y estatal a la vez. ¿Se atrevió el Gobierno de Sánchez a exigir máxima transparencia a todos los miembros de la delegación de Huawei y el Gobierno chino? La sensación de algunas marcas es que faltó profesionalidad de las autoridades, implicación y, sobre todo, medidas realistas y más contundentes para evitar la cancelación del MWC. ¿Podía permitirse Ericsson una cuantena de semanas para sus empleados para ir y volver? También que el Gobierno debió romper su silencio mucho antes para frenar dudas y temores sobre la celebración del congreso.

Lo peor no es eso, sino que los responsables políticos optaron hace semanas por la estrategia de la avestruz -que nunca funciona- para gestionar la crisis del coronavirus y sus efectos. Ni el apagón aéreo de las aerolíneas internacionales o el cierre de fronteras de países limítrofes hicieron inmutarse al presidente Sánchez y su equipo… hasta ahora. La crisis económica que está provocando el parón de China, la gran fábrica del mundo, viene a toda a velocidad hacia España para golpear a dos industrias señeras: el automóvil y el turismo. Las dos turbohélices de la economía española giran con dificultades.

Que vienen problemas económicos es un hecho. Gobernantes, gobiernen. Pese a ello, las prioridades del Gobierno pasan por la política de fuegos artificiales con Cataluña (todo lo que no sea la Mobile, Seat o Nissan), las pensiones, las peonadas, el SMI, la eutanasia y otras reformas que requieren (‘oh, sorpresa’) una mayoría parlamentaria cohesionada que no existe. El Gobierno PSOE-Podemos ha impuesto la 'ley del silencio' para evitar la palabra 'crisis'. Será temporal, como todas, pero está ahí delante de sus narices. Debería aprender Sánchez de los errores imperdonables del resucitado Zapatero, famoso no solo por dar alas ahora al régimen de Nicolás Maduro, sino porque el expresidente fue quien negó de forma enfermiza otra crisis entre 2006 y 2008. Lo peor ya no fue negarla, sino silenciar a aquellos que dieron la alarma.

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