Cuaderno de venta

Se abre la ventana temporal de elecciones para Sánchez, cortesía del BCE

Sánchez camina junto a Emmanuel Macron en una cumbre hispanofrancesa.
Sánchez camina junto a Emmanuel Macron en una cumbre hispanofrancesa.
Pool UE vía Europa Press

El Banco Central Europeo (BCE) sorprendió el pasado Jueves Santo por su clemencia con la rebelión inflacionista en la economía europea. Lejos de seguir la estela de restricciones monetarias de otros bancos centrales, la autoridad europea decidió mantener los estímulos tres meses más (90.000 millones de euros en compras de deuda) y los tipos cero negativo. Sorprende porque la inflación está creciendo a ritmos del 7,5% en marzo, casi cuatro veces más que el objetivo del 2% fijado en el mandato de la institución. Algunos observadores de la cosa monetaria no dudaron en interpretarlo en clave política por la guerra, y puede que no les falte razón. Subir tipos para neutralizar la inflación en este momento supone destruir demanda, pérdida de ingresos y empleos, un alto coste para cualquier gobierno.

¿Y qué tiene que ver la política monetaria con unas elecciones? En tiempos de guerra, entre mucho y todo. Pese a que el público en general mira a sus políticos como magos del dinero público que se sacan fondos de la chistera, repartiendo a diestro y siniestro sin consecuencias, en realidad, no es así. Lamentablemente, el grado de ignorancia feliz -ojos que no ven...- en cuanto al origen, uso y disfrute de los caudales públicos nos alcanza a todos porque los partidos políticos se han encargado de ello. El BCE ha financiado durante los dos últimos años la protección y estabilidad de la que hemos disfrutado pese a la tragedia sanitaria y económica que hemos sufrido. El banco central ha comprado casi toda la deuda necesaria de los Estados miembros garantizando la viabilidad de las políticas nacionales de los Sánchez, Costa, Rutte, Merkel-Scholz, Conte-Draghi…

La presidencialista Francia está en plena reelección de su comandante en jefe con gran riesgo de un vuelco político para Emmanuel Macron. En la primera vuelta, más del 45% de los votantes galos apoyaron opciones radicales de izquierda (Melenchon) o derecha (Le Pen), cuya victoria supondría, con toda probabilidad, un giro en el liderazgo galo de la Unión Europea (UE) y la OTAN en pleno conflicto con Rusia por Ucrania. Christine Lagarde, actual gobernadora del BCE y exministra en París, sabe bien lo que está en juego. El resto de líderes también. Francia es el único socio con capacidad de disuasión nuclear de los socios europeos tras la fuga de Reino Unido tras el Brexit y el Viejo Continente no se puede permitir otra grieta del gran bloque occidental como pretende Vladimir Putin.

Por este motivo, Macron necesita un BCE tranquilo como también Pedro Sánchez. La necesidad de liderazgos fuertes antes de que la crisis se agudice es primordial para que la Unión Europea pueda defender la guerra económica que de facto ha adoptado en forma de sanciones a Rusia y que esta política acabará doblegando la beligerancia del Kremlin. En España, las costuras del Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos -con el apoyo de una amalgama de siglas parlamentarias- parecen romperse a cada paso estratégico que da Sánchez, ya sea una misión en Dubai, otra en Rabat o la posición de país sobre Kiev. El presidente tiene un respaldo débil que puede buscar refrendar en las urnas antes de que el deterioro económico -principal catalizador de próximas elecciones- haga su aparición en las estadísticas oficiales, tal y cómo está haciendo en las previsiones de la mayoría de expertos y en los índices adelantados. Para entonces puede que el efecto Feijóo en el PP se haya diluido o la amenaza de un partido como Vox entrando de su mano en Moncloa reagrupen el voto de izquierda en el PSOE.

La ventana temporal se abre ahora. El BCE mantendrá sus compras de deuda pública hasta junio, pero es que además se está planteando algún tipo de instrumento especial, al estilo PEPP (programa de emergencia pandémica) que financie los sobrecostes, ayude a mitigar los efectos bélicos y refuerce la defensa del euro. No será tarea fácil. Mario Draghi, europeísta como pocos y primer ministro italiano, planteó recientemente el dilema moral del gas de sangre (seguir comprando este combustible a Rusia) o apagar el aire acondicionado para dejar caer que quizá la ciudadanía europea no está mentalizada del todo sobre las consecuencias de la situación actual. El rechazo social a la guerra lo eclipsa, incluso el apoyo incondicional que se está dando a Ucrania a través de Bruselas y la OTAN.

Lo cierto es que el BCE parece haberse decantado como con el Covid-19 por un enfoque protector del crecimiento pese a las terribles consecuencias de la inflación. De hecho, en fechas recientes, Fabio Panetta, uno de sus consejeros ejecutivos, ha pedido a los gobiernos europeos que bajen impuestos indirectos para contenerla porque no prevé presiones desde el lado de la demanda. Parece contraintuitivo pero en realidad no lo es. La economía está cojeando desde hace meses de ahí que los efectos inflacionarios de estas medidas fiscales sean limitados. Si algo nos enseñó la gran recesión de 2020 es que si se destruye capacidad de producción habrá problemas de suministro tarde o temprano con lo que subirán los precios. El banco central poco puede hacer para bajar los precios del petróleo, pero un gobierno sí pueda provocar una bajada de precios de consumo renunciando a parte de la recaudación de manera selectiva.

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