OPINION

Competir es de perdedores

Marín Quemada
Marín Quemada
EFE

Lo escribió el cofundador de Paypal, Peter Thiel: competir es de perdedores. No lo escribió en su diario personal; tampoco en el baño de las oficinas de su empresa. Lo hizo en The Wall Street Journal, una de las biblias de los negocios. Thiel quería “eliminar para siempre la connotación negativa del monopolio”. Pensaba, y así lo escribió, que un monopolio “es una empresa que es tan buena en lo que hace que ninguna otra puede ofrecer un sustituto para ello”. En España nadie se ha atrevido a titular como Thiel. Pero durante años se ha actuado conforme a la máxima del norteamericano: competir es de perdedores.

La última gran acción de la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC) ha puesto al descubierto un cartel formado por empresas nacionales e internacionales que amañaron 275 contratos de Adif por 1.100 millones y con un sobreprecio del 20%. Lo hicieron durante 14 años. La CNMC actuó después de recibir un chivatazo de Alstom, que se enfadó con otra de las compañías implicadas en el cartel en España, Elecnor, porque al parecer no había cumplido en otro apaño en Noruega. No competían, ganaban concursos y se repartían el dinero público.

Alstom denunció acogiéndose al Programa de Clemencia que España adoptó en 2007. Fue una delación con contrapartida: no pagar su parte de la multa de 118 millones impuesta por el organismo que preside José María Marín Quemada. No es algo excepcional. En 2010 las compañías Henkel y Sara Lee levantaron la liebre del cartel de los geles el mismo día, aunque Henkel fue más rápida.

La delación como arma

La delación como arma para desarmar carteles está bien. Aunque cabe la duda de si los chivatazos se producen cuando la manipulación del mercado y la burla a la competencia ya ha dado todos los beneficios ilícitos posibles. Lo ideal es que los órganos supervisores detecten y actúen de oficio para desmantelar los andamios empresariales más corruptos. La pregunta es ¿hasta qué punto es efectiva la defensa de la Competencia? En el caso de España, la respuesta no es sencilla.

Una forma de medir esa efectividad son las multas con las que la CNMC castiga a los infractores. Sobre el papel, están bien. Según datos publicados por El PAÍS, entre 2000 y 2012, el organismo ha impuesto más de 1.153 millones en sanciones. Pero una cosa es multar y otra muy distinta, cobrar. Del total de sanciones impuestas, la CNMC solo ha podido recaudar 290,4 millones. Uno de cada cuatro euros. La cifra muestra que, efectivamente, la defensa de la competencia quizá no está siendo muy efectiva.

No todo es culpa de la CNMC, pese a que en algunos casos ha cometido errores graves al fundamentar los casos. El organismo, creado con soplete en el año 2013, necesita un cambio legislativo que agilice el cobro de las multas. Y necesita también más medios técnicos y humanos para aumentar su eficacia. Y olvidar alardes como anunciar investigaciones  que no llevan a ningún lado.

La tentación de actuar al margen de las reglas va a existir siempre. Los teóricos aseguran que la aspiración a un sistema de competencia perfecta es una utopía porque en su extremo, llevaría al beneficio cero y a la desidia empresarial. Puro Schumpeter:  Los monopolios no representan un obstáculo al progreso técnico, sino más bien un estímulo. Thiel lo llevó un poco más allá en su artículo del año 2014.

Repartir mejor que perder

Es casi seguro que los responsables de las empresas sancionadas en el escándalo ferroviario pensaron que para innovar en lo suyo, lo primero era asegurar los beneficios de sus empresas. Y qué mejor forma de asegurarlos que repartirlos entre todos en lugar de correr el riesgo de perder contratos. Que lo hicieran durante 14 años es un solo detalle. Por el pragmatismo hacia el beneficio.

El mismo que han demostrado las cuatro grandes del sector de la auditoría en Reino Unido -EY, PwC, KPMG y Deloitte- a las que la parlamentaria laborista Rachel Reeves, portavoz del comité que supervisa el sector, ha acusado de manipular el mercado con ofertas a la baja, un comportamiento “anticompetitivo”, según el Financial Times. Pero ¿quién quiere competir cuando es algo propio de perdedores?

El problema es grave porque no se trata sólo de comportamientos empresariales cuasimafiosos. La teoría que ha calado en algunas de las grandes empresas –competir es de perdedores y el monopolio es una aspiración positiva- tiene enormes consecuencias en las políticas públicas en innovación, competencia y gobierno corporativo. Y eso sí que no son asuntos de perdedores.

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