En la frontera

De Roma a Bruselas, un cambio de discurso recorre Europa

Empresas e instituciones aplican suavizante en la piel de un capitalismo salvaje que ha mostrado todas sus debilidades.

El Papa Francisco habla con los medios a bordo de su avión con motivo de su viaje a Lituania, Letonia y Estonia EFE / EPA
El Papa Francisco habla con los medios a bordo de su avión con motivo de su viaje a Lituania, Letonia y Estonia EFE / EPA

No es un fantasma, es un cambio de discurso que recorre Europa. De la sede de la Iglesia católica a la sede la burocracia europea. De Roma a Bruselas. La economía, sostiene el nuevo discurso, tiene que ser humana. El cambio se vislumbró ya hace un año al otro lado del Atlántico, en EE UU, cuando dos centenares de grandes empresas se comprometieron a tener en cuenta, además de a sus accionistas a los intereses de sus trabajadores, consumidores y las comunidades donde operan. Suavizante en la piel de un capitalismo salvaje que ha mostrado todas sus debilidades con la pandemia de la Covid 19.

El Papa Francisco -antes Jorge Mario Bergoglio, jesuita- ha soliviantado a los defensores a ultranza del neoliberalismo con una encíclica - Fratelli tutti- en la que carga contra el consumismo, la globalización despiadada y el liberalismo económico. Valga una frase como resumen: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”. Un golpe al plexo solar del discurso aún dominante, que ha sido contestado por los teóricos liberales de guardia pero acogido en el mundo económico y empresarial con un silencio gélido. Un silencio que recuerda la máxima de que el mayor desprecio consiste en no hacer aprecio.

Hay un discurso crítico con un sistema económico que tiende obstinadamente al colapso.

Es un error porque el discurso crítico con un sistema económico que tiende obstinadamente al colapso no es fruto de un arrebato místico de un religioso más o menos progresista. Es la consecuencia lógica de la ruptura del pacto surgido tras la Segunda Guerra Mundial que ha sido limado sin pausa en las últimas décadas hasta dejar en carne viva la justicia social. No es un cambio vinculado a la teología, ni un debate sólo teórico. Es un cambio de discurso que ha echado raíces.

Expertos en interpretar los oráculos de la burocracia europea han detectado también ese cambio de lenguaje en la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Han llegado a calificar el discurso que pronunció en el último discurso del Estado de la Unión de “insólito”. “Se trata, ante todo”, afirmó la presidenta europea, “de (lograr) una economía humana que nos proteja contra los grandes riesgos de la vida: la enfermedad, los accidentes, el paro y la pobreza”. Defendió que Europa "debe continuar protegiendo las vidas y los medios de subsistencia” y en relación con el empleo, solemnizó que “la dignidad del trabajo debe ser sagrada”. Pudo haberlo dicho el Papa, pero lo dijo una política cercana, muy cercana, a la canciller alemana Angela Merkel.

La crisis del coronavirus anima ese cambio en el relato. El Fondo Monetario Internacional (FMI), la cantera de los hombres de negro, también maneja otras claves. En el último informe sobre el estado de las finanzas mundiales, el organismo que dirige Kristalina Georgieva, aboga por el aumento de la inversión pública en salud, vivienda social y protección medioambiental. Música para los oídos de los neokeinesianos, partidarios de combatir la crisis con más gasto público para sostener el empleo y lo que queda del Estado de Bienestar. Gastar ahora para ahorrar en el futuro.

Mantener en este año 2020 o en 2021 la idea de un presupuesto equilibrado sería simplemente suicida.

El mensaje del FMI coincide en España con el esbozo de un proyecto de presupuestos generales que eleva el techo de gasto más del 50%, hasta casi 200.000 millones. Mensaje y proyecto encajan. Por una razón que algunos economistas enuncian de forma muy sencilla: mantener en este año 2020 o en 2021 la idea de un presupuesto equilibrado sería simplemente suicida. La prioridad es mantener el país en pie para, en algún momento futuro, plantear cómo ajustar las cuentas dado que el endeudamiento va a crecer a toda máquina en un periodo plagado de incertidumbres.

Los viejos discursos no sirven. Sobre todo a los más jóvenes. En agosto, el 44% de los jóvenes españoles menores de 25 años estaban en el paro. En un país que en la crisis anterior expulsó juventud bien formada –personal sanitario incluido- por media Europa aplicar recetas alejadas del discurso neoliberal no sólo parece adecuado, es urgente. Los jóvenes sufren una doble precariedad – la laboral y la residencial- que, prácticamente, los inhabilita para construir un proyecto vital al retrasar la edad de emancipación a edades cada vez más altas. En España, la media está en 29,5 años, tres años por encima de la media de toda la UE.

Toca pasar a la acción porque la pasividad es peligrosa. A pesar de que cada vez hay menos jóvenes y los Estados envejecen; a pesar de que esos mismos jóvenes se adaptan más rápidamente a la nueva economía digitalizada, son cada vez más pobres y están más desprotegidos ante la crisis. El nuevo discurso tiene que traducirse en medidas que favorezcan la formación y el empleo estable. La alternativa, una generación condenada a la desesperanza, no es buena: “Una tormenta se está gestando. El próximo gran choque podría ser no civilizacional, religioso o cultural, sino generacional” advirtió The Guardian en un reportaje reciente.

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