OPINION

En Europa manda un camionero holandés

Mark Rutte, primer ministro holandés.
Mark Rutte, primer ministro holandés.
EFE

Para despeñar el proyecto europeo no hace falta conspirar en centros estratégicos de Bruselas, Berlín o Estrasburgo. Se puede hacer desde lugares más modestos.  Uno de los ciudadanos europeos con las ideas más claras sobre cómo afrontar la crisis económica desatada en el continente por el coronavirus trabaja  en el centro de recogida y procesamiento de residuos de La Haya, en Holanda. A finales de abril, durante una visita a las instalaciones del primer ministro holandés Mark Rutte, uno de los empleados pidió al líder político holandés que no entregue dinero ni a los españoles, ni a los italianos, los más golpeados por la pandemia de coronavirus y con sus economías pendientes de un hilo. Es lo que va a suceder. 

El trabajador holandés sabía  lo que pedía. Rutte, con una década de primer ministro a sus espaldas, fue quien popularizó la frase “¡Ni un euro más a Grecia!” durante la anterior crisis. Entonces se sumó con éxito a la constelación de políticos, teóricos y técnicos de la UE, el FMI y el BCE –la troika- que convirtieron aquella crisis en un gran tocomocho a favor del sistema financiero. Un gran juego de prestidigitación del que algunos países como España no se han recuperado. Los Rutte, Olli Rhen, Rogoff, Reinhart -Growth in a Time of Debt- y un largo etcétera de políticos y burócratas pusieron las bases de la austeridad expansiva que acabó en humillaciones, recortes y alguna disculpa tardía por el destrozo causado.

El camionero holandés regó tierra abonada. “Lo tendré en cuenta” le contestó Rutte, que quiere revalidar mandato -sería el cuarto- en menos de un año y que siente muy próximo el aliento de los eurófobos de la ultraderecha. La crisis convertida en un examen crucial para las democracias europeas. En el marco ideológico de Rutter y del camionero, no hay matices. Los países del sur son culpables, irresponsables, manirrotos e incumplidores: puede que se les preste dinero sí, pero con condiciones y a cambio de recortes. 

El recelo carcome la Unión Europea y la zona euro. Hay unión monetaria y banco central con mandato para controlar precios -no para alentar la creación de empleo- pero la UE carece de unión política y de capacidad para recaudar impuestos con los que financiarse. Un pesado gigante con los pies de barro al que le llueven golpes. El último, del Tribunal Constitucional alemán que cuestiona las compras de deuda del Banco Central Europeo (BCE) ignorando al Tribunal de Justicia de la UE que las avaló en 2018. En Berlín, como en La Haya, se reciclan los principios con los que se fundó la Unión.

El presidente del banco central alemán, Jens Weidmann, se ha apresurado a tomar nota del pronunciamiento del Constitucional alemán empujado -como Rutte- por la ultraderecha. En Berlín, como en La Haya, como en Viena, la ultraderecha se ha convertido en la gran justificación de los partidos conservadores y de los euroescépticos para cortar los avances hacia una verdadera unión política y fiscal europea. Convendría revisar a quién se aplica el calificativo de ultraderecha en la Europa de hoy porque quizá ocupa más espacio del que aparenta.

Los países del Sur, con Italia y España a la cabeza, ya están bajo la lupa de los mercados. Sucede lo que ya sucedió. La primera ola de la crisis provocada por la pandemia ha agitado los fondos y ha sacado a la superficie las recetas de estímulo  necesarias para evitar el derrumbe. Flujo y reflujo. En la última crisis, tras los estímulos y la manga ancha llegó la tijera. De hecho, ya suena la vieja canción que aboga por una drástica reducción del gasto público acompañada de recortes de impuestos. La tonada Laffer.

El Gobierno español se enfrenta a un viejo demonio que atiende por “rescate”. La Covid-19 se ha llevado por delante, además de decenas de miles de víctimas, todo lo avanzado entre 2013 y 2019. Estamos en la misma orilla donde nos estrelló el maremoto de 2008, sólo que con más, mucha más deuda (120% del PIB a final de año). Europa no va a aprobar coronabonos. No habrá mutualización de deuda. El Gobierno de Sánchez lo sabe y ha puesto sobre la mesa, de forma inteligente, la posibilidad de compartir –mutualizar-, si no la carga generada por la crisis, sí el gasto para reconstruir las economías más afectadas. Pero los ajustes son inevitables. Las compras de deuda del BCE, ahora bajo el fuego graneado de los tribunales de Alemania, mantienen a flote el barco. La pregunta es hasta cuando

Los tiempos duros exigen líderes que estén a la altura y que no antepongan –pongamos que hablo de Madrid- los intereses económicos sobre el bien común, el de la sociedad entera. Lo contrario tiene malas consecuencias. La Reserva Federal de New York, recordaba esta semana el periodista Sandro Pozzi, ha publicado un estudio en el que analiza cómo la gripe de 1918 y sus consecuencias económicas alimentaron el voto extremista en Alemania, hasta convertirse en el germen del régimen nazi. Claro que al camionero holandés le preocupa tanto esa historia como al Tribunal Constitucional alemán la legalidad de la Unión.

Mostrar comentarios