OPINION

La pandemia arranca la careta de los miserables

Personas y trabajadores sanitarios usan mascarillas protectoras fuera del hospital en Padua, región de Véneto, al norte de Italia
Personas y trabajadores sanitarios usan mascarillas protectoras fuera del hospital en Padua, región de Véneto, al norte de Italia
EFE

Las grandes crisis revelan el temple de los líderes. A futuro, lo forjan. La pandemia quita caretas. Hay quien está a la altura y quien va remolque. Los Gobiernos han debatido -todavía lo hacen- en qué orden colocan dos factores sociales clave como son la economía y la salud. La Bolsa o la vida. Porque hay ocasiones en las que es inevitable elegir. Aunque con cierto retraso, España, Italia y Francia –sobre todo Francia- han puesto por delante a los ciudadanos. También lo hizo China en su momento. No sucede lo mismo en todos los lugares. Grandes economías del podium mundial como EE UU o Reino Unido han arrastrado los pies antes de actuar y, en la UE, los socios del centro y el norte de Europa han empedrado de matices y recelos el camino para salvar del derrumbe total a los países del Sur.

El Covid-19 ha golpeado de tal forma a la economía internacional que amenaza con desarbolar Estados de un papirotazo. En España sólo la hostelería y la industria del automóvil, estranguladas, suponen una cuarta parte del Producto Interior Bruto. La angustia va por barrios. La OPEP y la AIE alertan de que algunos países pueden llegar a perder hasta el 85% de sus ingresos petroleros.

Es la hora de los valientes. El Gobierno de coalición de Pedro Sánchez, ha resuelto –al menos en apariencia- el dilema inmediato entre economía y salud y ha avanzado medidas a favor de los colectivos más vulnerables. No va por delante. El presidente francés Emmanuel Macron ha mostrado con más decisión cómo se desbroza el camino. El discurso francés frente a la crisis es descarnado pero real: “Estamos en guerra” dijo Macron.

Antes que Macron lo había escrito el asesor de Miterrand, el pensador Jacques Attali. En este momento de crisis mundial hay que actuar como en un estado de guerra. Es posible que la contundencia de Macron se diluya en el tiempo como se diluyó la propuesta del expresidente Sarkozy para reformar el capitalismo tras la Gran Crisis. Pero sus medidas en materia de impuestos, hipotecas y alquileres han sido valientes y han quitado argumentos a los burócratas melindrosos de otros Gobiernos que no tienen tan claras las prioridades.

Como en la guerra, en la crisis actual el mayor de los sacrificios se da en las trincheras. En los grandes conflictos del S XX, la carne de cañón la proporcionaron las clases humildes. Generaciones dejaron su vida en los campos de batalla para defender lo que habían decidido sus líderes, acertados o no. Hoy, como entonces, en la primera línea del combate para mantener la economía y la sociedad lirealmente en pie están los más humildes. Teleoperadores, transportistas, repartidores, limpiadores, enfermeros y enfermeras, personal de grandes superficies, policías y militares. Mal pagados, mal considerados, carne de cañón...Imprescindibles.

Con el personal sanitario clamando por la falta de medios, es también la hora de señalar a los miserables. Como en todas las guerras, los hay. Son legión. Claman contra el Gobierno por la falta de medios en los hospitales, reclaman dinero y material, pero olvidan que defendieron la privatización de la sanidad, rechazaron las reformas fiscales, apoyaron la venta de bienes públicos e impulsaron reformas brutales que ha dejado en precario al 40% de los trabajadores. No son miserables por lo que defendieron y defienden. Allá cada cual con sus ideas. Lo son porque sólo se sienten parte de la sociedad cuando el agua sube y les moja la cartera.

Los Miserables (Víctor Hugo, 1862) es una gran novela. Plantea un intenso debate sobre el bien y el mal, la ley, la política, la ética, la justicia y la religión. Es una obra conocida. Menos conocido es que Victor Hugo se inspiró en un delincuente real llamado Eugène-François Vidocq para dar vida a uno de los personajes centrales de la obra. Vidocq, un producto de la clase popular del momento llegó a ser el primer director de la Sûreté Nationale, la Seguridad Nacional francesa. Las crónicas dicen que fue eficaz. Lógico. Los humildes suelen conocer bien el paño que visten los miserables.

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