OPINION

Sindicatos: más débiles que nunca, más necesarios que nunca

Cabecera del 1 de mayo en Madrid.
Cabecera del 1 de mayo en Madrid.
EFE

En Alemania, Austria, Dinamarca, Finlandia, Francia, Luxemburgo, Holanda, Suecia o Noruega, las empresas de cierto tamaño -a partir de 500 empleados en el caso alemán-  incorporan a sus órganos de Gobierno a representantes de los trabajadores. Parece lógico. La buena o mala marcha de una compañía no sólo es responsabilidad de los empresarios, por mucho que estos tengan la última palabra. Lo decía el filósofo Michel Focault: todo poder es un par de fuerzas que condiciona al que lo ejerce y al que lo soporta. 

En España, también en la cuestión sindical somos distintos. Más distintos, si cabe, tras la crisis. En general, las empresas miran con recelo a los sindicatos. Ni se plantean incorporar trabajadores a sus órganos de gobierno. Las grandes compañías prefieren contar con notables locales o entrenadores de fútbol en sus consejos consultivos. Y miran con desdén cómo disminuye el crédito de las organizaciones sindicales en un país poco vertebrado .

Para la mayor parte de los empresarios, los sindicatos son una rémora. Consideran que dificultan el desarrollo de relaciones laborales sanas, ajustadas al crecimiento económico y a la creación de empleo. Las últimas reformas laborales y los escándalos relacionados con la financiación de las organizaciones sindicales no han hecho sino alimentar esos recelos.

Inteligencia y eficiencia

Y sin embargo, los sindicatos son más necesarios que nunca. No sólo por el deterioro de las condiciones que soportan sus teóricos representados y afiliados. También porque sólo ellos pueden llevar al ánimo del tejido empresarial y a los gobernantes -actuales y futuros- la idea de que aplicar políticas que ahondan en la desigualdad es poco inteligente y económicamente ineficiente.

En la España de hoy, la competitividad empresarial descansa, sobre todo, en los bajos costes laborales y en servicios de baja cualificación relacionados con el turismo masivo, la hostelería y el comercio. Al tiempo, el Estado tiene un peso cada vez más reducido en la actividad económica y las relaciones laborales son cada vez más autoritarias.

Existe, además, una sobrecualificación de los trabajadores. Muchos no encuentran encaje en un modelo productivo que- propaganda aparte- no ha cambiado en los últimos años. La consecuencia es que exportamos trabajadores cualificados, formados con dinero público, que generan riqueza en otros países.

Alguien tiene que decirlo

Alguien tiene que denunciarlo. Alguien tiene que trabajar para impedirlo. Pero es mal momento. Los sindicatos están débiles. Los mayores de España,UGT, CC OO, CSIF y USO, han perdido militantes y capacidad de presión a chorros desde los años 2009 y 2010, en los que marcaron sus máximas cifras. En los dos últimos años, según datos de las organizaciones –nunca contrastados-, el número de afiliados se ha incrementado en unos 60.000. Pero están lejos de recuperar los niveles anteriores a la crisis.

Cabecera del 1 de mayo en Madrid.
Cabecera del 1 de mayo en Madrid. / EFE

No lo tienen fácil. Según datos del Ministerio de Empleo, solo un 16,8% de los asalariados españoles está afiliado. Y los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), indican que la nota que los ciudadanos han dado a su gestión en los últimos años no llega al tres sobre 10.

Con razón. La burocratización y la ausencia de conciencia de clase se suma a los casos de corrupción que afectan, directa o indirectamente a las grandes organizaciones: las Tarjetas Black, los ERE y los cursos de formación en Andalucía o el golpe que supuso que un histórico como Fernández Villa se acogiera a la amnistía fiscal de Montoro.

No es casual que la debilidad de las organizaciones sindicales coincida con la progresiva degradación del mercado laboral. En el país europeo campeón del paro –con permiso de Grecia-, la última Encuesta de Población Activa (EPA) muestra un claro empeoramiento de la calidad del empleo

La encuesta trimestral refleja una situación para hacer enrojecer a cualquier gobernante europeo. Es un reto para los sindicatos, desbordados por un neoliberalismo agresivo que no sólo afecta a España. Magdalena Bernaciak y Richard Hyman detallan en el informe 'Trade Unions in Europe. Innovative Responses to Hard Times' que entre 1990 y 2008 millones de personas han dejado de estar afiliadas a algún sindicato. No es consuelo. No puede serlo en un país que presume de crecimiento mientras su mercado laboral y sus sindicatos no acaban de sacudirse la crisis.

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