OPINION

SOS Euro: cinco propuestas para salvar la Unión Monetaria

La eurozona está atravesando su quinto año consecutivo de crecimiento y, sin embargo, esto no sirve para mitigar la oleada de descontento y desafecto que recorre toda Europa. Y es que la recuperación no está logrando cerrar la brecha de desigualdad abierta con la Gran Recesión. Un ejemplo de ello lo tenemos en España: la tasa de paro lleva prácticamente cinco años cayendo, hasta el punto de que esperamos que este año cierre en el 15,1%, la que sería la cifra más baja desde finales de 2008; pues bien, aun así, hay todavía casi 1,7 millones de personas que llevan sin trabajo más de un año. Adicionalmente, el empleo ha crecido al mismo ritmo que el PIB, una prueba evidente de que, hasta ahora, la recuperación se ha centrado sobre todo en actividades de bajo valor añadido, generando, por tanto, empleos y salarios de escasa calidad.

La elevada dependencia de los préstamos bancarios ha hecho que nuestro país haya sido uno de los más afectados por la crisis. Pero ni es el único, ni ha atravesado la situación más grave. Ante la persistencia de los desequilibrios, se buscan culpables y se hace recurrente apuntar a Bruselas, con su denso entramado burocrático y sus famosos 'hombres de negro'. Estas dinámicas ponen a prueba los cimientos del proyecto común y del euro. Y hasta el presidente de Francia, el profundamente europeísta Emmanuel Macron, ha puesto en duda que la moneda única pueda durar otros 10 años más si no se actúa con decisión. Frente a estas tribulaciones, hay solución: avanzar sin titubeos hacia una verdadera unión fiscal y bancaria.

Los escépticos del “más Europa” suelen agitar el fantasma de una supuesta imposible solidaridad entre países: los países más ricos no van a querer sufragar a aquellos con dificultades, a los que se señala como únicos responsables de sus propios problemas. Sin embargo, la velocidad a la que circulan los flujos financieros y la estrecha vinculación entre la deuda pública y las entidades financieras, los principales acreedores, hace que una eventual crisis en alguno de los países del euro pueda tener efectos devastadores para el resto. No podemos olvidar que, a pesar de que los intereses están por los suelos, la eurozona destina cada año al menos 230.000 millones de euros a pagar el servicio de su deuda pública, según fuentes de Eurostat (España dedica más de 30.000 millones, casi el doble que hace 10 años). La moneda única es vulnerable y es necesario rediseñarla dotándola de las herramientas adecuadas para contrarrestar los riesgos de inestabilidad. Eso se puede lograr mediante cinco acciones, vinculadas entre sí, que requieren de una firme voluntad política, empezando por el presupuesto comunitario.

Hace falta un presupuesto robusto para que pueda actuar como garante automático de estabilidad económica cuando surjan dificultades. Y no solo para el área de la moneda única, sino para el conjunto de la UE. Se da la circunstancia de la Comisión Europea tiene la pelota en el tejado, porque debe presentar en mayo sus planes de gasto para el periodo 2020-2027. Las posteriores negociaciones entre Estados darán la medida de qué es lo que se quiere: si una estructura precaria que se sujete haciendo peligrosos equilibrios, o una verdadera arquitectura edificada sobre materiales sólidos.

Ese presupuesto fuerte abriría la puerta al desarrollo de mecanismos de estabilidad de los circuitos financieros, como sería, por ejemplo, crear un respaldo paneuropeo de los depósitos bancarios. De esta forma se mitigaría el riesgo de fuga de depósitos, uno de los movimientos más desestabilizadores que puede sufrir la economía de un país. Y, de paso, se evitarían medidas dramáticas, como los llamados 'corralitos', que agravan el sufrimiento de la economía.

El otro paso que consolidaría la estabilidad del sistema financiero y, por tanto, alejaría los riesgos del área del euro, sería el de dotar a la deuda pública comunitaria de un escudo protector, un respaldo comunitario. La idea de los eurobonos no gusta en los países más solventes, que perderían el beneficio que les proporciona disfrutar de unos tipos de interés muy reducidos a la hora de emitir su deuda. Sin embargo, la crisis ha puesto de manifiesto que es imprescindible romper el vínculo entre deuda pública soberana y entidades financieras. Es un círculo vicioso que se retroalimenta, poniendo a países y bancos al borde del colapso. Es necesario encontrar fórmulas en las que, sin que los países dejen de ser responsables de su propia deuda, se rompa el vínculo: que un banco, por su tenencia de bonos, no esté estrechamente ligado al riesgo de la deuda soberana de un país en concreto y viceversa. Una solución puede ser un mecanismo similar a las titulizaciones: emisiones respaldadas por el conjunto de la deuda comunitaria (los bancos dejarían de tener deuda de un país específico), pero divididas en tramos en función del diferente riesgo a asumir.

Y nada de esto puede funcionar sin una verdadera disciplina fiscal, asentada sobre unos principios comunes en todo el área, evitando prácticas de 'dumping' fiscal, que socavan los principios de solidaridad comunitaria. La disciplina fiscal es vital para evitar el riesgo moral de que los países en problemas abandonen la necesaria corrección de sus desequilibrios, en la confianza de que, pase lo que pase, siempre serán rescatados.

Por último, la manera idónea de asegurarse de que todas estas propuestas funcionen de forma efectiva es mediante un Gobierno Europeo central con más poder y competencias, siempre al servicio de los intereses de la ciudadanía. El euro es la segunda moneda comercial más importante del mundo y la divisa de 340 millones de personas. La partida del tablero internacional se juega con colosos como EE UU, China o la renacida Rusia. Por eso, frente a lo que prometen las quimeras antieuropeístas, lo cierto es que, yendo por separado, los países del euro serán menos dueños de su destino.

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