OPINION

¡No aplaudas todavía! La evolución de la ovación en la música clásica

Si has ido alguna vez a un concierto de música clásica habrás observado un extraño ritual: cuando se produce un silencio entre dos piezas un sector del público duda entre aplaudir o no. Cuando otro sector más decidido se arranca en el aplauso se generaliza la ovación. De vez en cuando, algún melómano demasiado entusiasta aplaude cuando no debe (entre dos movimientos o al final de un solo) y es severamente reprendido por el resto.

El presidente Kennedy era dado a aplaudir en el momento inadecuado, por ejemplo, en el emotivo final del tercer movimiento de la sinfonía "Patética" de Tchaikovski, de modo que su secretaria Michelle creó una seña para indicarle cuándo debía aplaudir. Como tantos legos, Kennedy creía que el aplauso era una genuina manifestación espontánea de aprobación y no una suerte de mandato divino cincelado en piedra.

Pero esta liturgia no siempre fue así. Según cuenta el crítico musical Alex Ross (nada que ver con Axel Rose) en una conferencia pronunciada en la Sociedad Filarmónica de Londres, cada siglo tuvo su propia modalidad de aplauso:

XVIII: "Los oyentes del siglo XVIII se arrancaban a aplaudir mientras sonaba la música, igual que sucede actualmente en los clubs de jazz".

XIX: "La práctica de aplaudir en cualquier momento parece haber muerto en el transcurso del siglo XIX, aunque el público seguía aplaudiendo al final de cada movimiento de una pieza larga".

XX: "Al principio del siglo XX, cundió la idea de que uno debía permanecer en absoluto silencio durante una pieza con varios movimientos".

Esta trayectoria declinante del aplauso (a este siglo XXI debería corresponderle un silencio sepulcral tras la representación) hubiera sido francamente decepcionante para Mozart, que buscaba intencionadamente el aplauso en momentos precisos de sus composiciones, como en su sinfonía "París", según contó Ross en la charla [.pdf].

Mostrar comentarios