Opinión

Alimentación: la espada de Damocles no resuelta

Campo de trigo
Alimentación: la espada de Damocles
Europa Press

Esta tendencia a la baja de los precios mundiales de los alimentos se vio favorecida en gran medida por el crucial acuerdo del Mar Negro, firmado el 22 de julio de 2022. Este acuerdo ayudó a desbloquear las exportaciones ucranianas de cereales, mientras que la bajada de los precios del gas natural contribuyeron a calmar la subida de los precios de los fertilizantes, que habían subido más bruscamente que los precios de los productos agrícolas, convirtiéndose en un agravante de la crisis.

La caída de los precios ha supuesto un alivio para los países emergentes, en particular los que dependen estrechamente de Rusia y Ucrania, como Egipto, que importa el 70% de sus cereales de estos dos países, Turquía (75%) y Túnez (52%). Esta subida de precios, que comenzó en 2021, hizo temer por la seguridad alimentaria de los países más pobres, cuyas finanzas públicas se habían deteriorado considerablemente debido a la gestión de la epidemia. Es decir, la guerra en Ucrania no hizo sino agravar una situación ya de por sí tensa.

Pero el equilibrio sigue siendo frágil. La inflación alimentaria sigue persistiendo a pesar de la saludable caída, ya que los precios de los cereales siguen muy por encima de sus niveles de 2021, como los precios del trigo, que sitúan un 34% por encima, y el maíz, en un 29%. Por su parte, los precios del arroz han alcanzado su nivel más alto desde marzo de 2021, pero aún siguen lejos de sus máximos históricos. La tendencia alcista comenzó en

2022, al servir de sustituto de otros cereales cuyos precios siguen siendo elevados. El arroz es un alimento que consume más de la mitad de la población mundial, principalmente en Asia, región que ha estado protegida hasta ahora de la subida de los precios de los alimentos debido a su gran dependencia de este cereal. Y es que, a diferencia del trigo y otros cereales, la producción de arroz se consume localmente y no entra en los mercados internacionales.

Y, dentro de Asia, hay que tener en cuenta que China, con 1.400 millones de habitantes (es decir, el 18,5% de la población del mundo y sólo el 12% de las tierras cultivables), necesita una política de seguridad alimentaria. Pero ésta podría amenazar la seguridad mundial: el país ha acumulado grandes reservas de productos agrícolas (sus existencias de trigo representan el 54% de las mundiales, el 58% de arroz, el 32% de soja y el 68% de maíz) durante la pandemia por temor a la escasez, lo que contribuirá a precios mundiales de estos cereales más altos. La acumulación de grandes reservas por parte de China no mejora la seguridad alimentaria mundial, sino que reduce la oferta disponible, desequilibrando el mercado y, por tanto, haciéndolo sensible a los choques externos. Por el otro lado, encontramos que la aparición de acuerdos comerciales bilaterales entre China y los principales productores de materias primas ya que, al no producirse en un marco de coordinación global, corre el riesgo de acentuar la volatilidad de los precios agrícolas, amenazando la estabilidad social y política de los países pobres.

Aunque la caída de los precios de los alimentos es beneficiosa, el equilibrio de mercado de los productos agrícolas sigue siendo frágil. Y las perspectivas siguen siendo inciertas ya que dependen de factores muy variados, como las condiciones climáticas, los precios del gas natural, la política de proteccionismo alimentario y los precios de los fertilizantes. Sin embargo, la principal amenaza para la seguridad alimentaria mundial podría ser la política alimentaria china.

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