Se busca culpable para que la muerte de Rita Barberá tenga sentido

  • La muerte, con su vistosa crudeza, nos sitúa ante la verdadera dimensión de la vida. Y esa vida, disfrazada de tragedia, nos da un bofetón para despertar nuestras conciencias.

    Aquí las conciencias no se despiertan, aquí se excitan y se ponen a hacer lo que más les gusta: dar guantazos al rival, que acaba siendo por los excesos el enemigo

Mariano Rajoy asistió al funeral por Rita Barberá en Valencia
Mariano Rajoy asistió al funeral por Rita Barberá en Valencia
EUROPA PRESS
José Luis Roig / @joseluisroig
José Luis Roig / @joseluisroig

Las personas públicas que se mueren sin avisar, como Rita Barberá, dejan tras de sí un reguero de polémica que no es fácil de acallar ni de aclarar. La muerte, con su vistosa crudeza, nos sitúa ante la verdadera dimensión de la vida. Y esa vida, disfrazada de tragedia, nos da un bofetón para despertar nuestras conciencias.

Pero aquí, en España, las conciencias no se despiertan, aquí se excitan y se ponen a hacer lo que más les gusta: dar guantazos al rival, que acaba siendo por los excesos el enemigo. Con Rita actuamos como siempre, echándonos la culpa unos a otros. Somos incorregibles y, lo que parece peor, irreconciliables.  

La ex alcaldesa de Valencia se fue a morir en un mal momento y de un mal modo. En una habitación de hotel, a pocos metros de los escaños que calientan sus señorías, yacía el cuerpo frío de Rita tras una noche de infarto. Sólo hubiera faltado que hubiera muerto hace una semana en la sesión solemne de apertura de las Cortes, mientras paseaba triste y sola por el patio del Congreso, ninguneada por los suyos y repudiada por todos los demás.

Duro golpe para un orgullo que durante 24 años fue el rey del mambo en las tierras del Turia. Pero la vida y las sombras de la corrupción son así de crueles. Tarde o temprano todos mordemos el polvo. Y cuanto más subes más dura es la caída.

Murió sin oír el veredicto de inocencia y sin poder resarcirse de tanto sufrimiento judicial. Para los demás, incluidos políticos y periodistas, el momento también ha sido malo porque nos ha pillado desprevenidos, sin argumentos para encajar su muerte, y ahora hay que construir un relato que acompañe al féretro. Un relato que además alivie el duelo y salde algunas deudas pendientes.  

Rita ha sido víctima de estos tiempos feroces y convulsos, con mucho periodismo de sobredosis y una política guerracivilista de cuchillo largo y afilado. También fue víctima de su propio estilo de vida y de su éxito político. Demasiados años entregados a un cargo institucional, y demasiado amor a un partido político que confundió con su familia.

Toda época que se precie tiene su muerto lustroso y totémico. El periodo de la gran corrupción española llevará ya siempre adosado el cadáver de Rita Barberá, aunque ello no sea del todo justo.  

Hoy, todos buscan un culpable. Alguien a quien endosarle el muerto. Parece que si no hay un responsable la muerte de Rita no tiene sentido. Pero no, no aprovechen la ocasión para cargarle el descrédito a los medios. Esta profesión está fatal y debe reflexionar mucho para salir del hoyo. Pero una súper alcaldesa de armas tomar no se muere sólo por unas cuantas penas de Telediario. No, no fue el periodismo quien mató a Rita Barberá.

Rita se enredó con su propio estilo de vida. No es fácil conseguir un cargo, pero es más difícil dejarlo a tiempo y por la puerta grande. Demasiado corazón, demasiado corazón, cantaba la canción. En Rita falló el corazón y sobraron años de política. Si hubiera sabido abandonar la alcaldía hace cinco años. Replegarse sobre sí misma y conformarse con haber sido la mejor alcaldesa de Valencia, hoy estaría paseando por la Malvarrosa. Pero no. La política lo fue todo, todo para ella, incluso su perdición.

Mostrar comentarios