El acuerdo sobre el clima, un golpe de Francia y su diplomacia

  • Poner de acuerdo contra el cambio climático a 195 países de un mundo multipolar era una misión casi imposible que Francia y su diplomacia lograron sortear con éxito, según admitieron una mayoría de delegaciones en la COP21.

"La habilidad para preservar la buena voluntad de todas las partes y conducir a un acuerdo": el elogio no pasó inadvertido en boca de la venezolana Claudia Salerno, una de las negociadoras más respetadas --y temidas--, a menudo antagónica de la posición francesa.

Vino en el momento más álgido de la conferencia y estaba destinado a Laurent Fabius, el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, a quien el presidente François Hollande confió la misión de llevar a buen puerto las negociaciones.

Fabius contuvo con dificultad las lágrimas cuando presentó el acuerdo para su aprobación a los ministros de 195 países. Horas después, daba el golpe de martillo que marcó el histórico momento. "Es un martillo pequeño, pero pienso que puede hacer grandes cosas", bromeó, desencadenando una ovación en la sala de Le Bourget.

La batalla estaba lejos de estar ganada de antemano. Francia, uno de los países más nuclearizados del mundo, no goza de una imagen particularmente verde, menos en todo caso que sus vecinas Alemania, España o Italia, más adelantadas en la conversión hacia energías renovables.

Las negociaciones arrastraban además el peso del fracaso de la conferencia de Copenhague en 2009 para alcanzar un acuerdo capaz de frenar un catastrófico cambio climático.

Y este año las tres reuniones preparatorias en Bonn casi no movieron las líneas: nada garantizaba de antemano un acuerdo en París en diciembre.

Metódicamente, Francia movilizó su cancillería al servicio de la causa climática. Fabius efectuó más de 100 viajes vinculados al clima y --según relató-- sostuvo "unas 400 reuniones bilaterales" en dieciocho meses.

Doce viajes a Pekín, cuatro a Arabia Saudí y otros tantos a Nueva Delhi. Días antes de la COP viajó otra vez a India y visitó Sudáfrica y Brasil.

En esa "vuelta al mundo del clima", el canciller supo captar "un movimiento de esperanza de todas las sociedades y de los gobiernos, pero también de los particulares y las empresas". El mundo había cambiado desde Copenhague y París estaba en posición privilegiada para "ser el acelerador de ese movimiento".

Las líneas del clima no eran las de la guerra fría o de los conflictos bélicos actuales, ni necesariamente las del desarrollo. Y Francia, con una tradición universalista, resultó un interlocutor válido a la hora de defender "la casa común", una causa en la que también resultó particularmente audible el papa Francisco.

La Ciudad Luz se preparó para ser la capital del mundo en la primera quincena de diciembre. Un viernes 13, sin embargo, complicó en noviembre inesperadamente la tarea de los franceses.

Dos semanas antes de iniciarse la COP21, Francia sufría el peor ataque en su territorio continental desde la Segunda Guerra Mundial. El socialista Hollande declaró la guerra al terrorismo, decretó el estado de emergencia e hizo oídos sordos a los reclamos del líder opositor de derecha Nicolas Sarkozy de que se postergara la cumbre.

Probablemente Hollande y la COP21 se beneficiaron del enorme movimiento de solidaridad mundial que generó la adversidad. Unos 150 jefes de Estado y gobierno, de Barack Obama a Vladimir Putin, hicieron de la lucha contra el cambio climático y el terrorismo casi una causa común.

Pero no fue suficiente: dos días después de iniciada la COP21, los obstáculos que desde hacía años bloqueaban las negociaciones climáticas reaparecieron, intactos.

Fue entonces que la estrategia negociadora francesa hizo la diferencia. Desde el principio, los delegados fueron sensibles --y lo manifestaron en las reuniones, mucho más allá de la retórica diplomática "de rigueur"-- a una presidencia de Fabius que supo escuchar a todos.

Individualmente o en grupos negociadores grandes y pequeños, Fabius y su embajadora para el Clima, Laurence Tubiana, fueron tejiendo el borrador y eliminando corchetes sin dar la sensación, como en Copenhague, de que algunos países quedaban por el camino.

"Fue la diplomacia más hábil que he visto en más de dos décadas en estos asuntos", comentó a AFP el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore, veterano de la causa ambientalista.

Oportunamente, Fabius bautizó con la palabra zulú "Indaba" las reuniones informales, en un guiño simpático dirigido a Sudáfrica, al frente del a menudo confrontativo bloque del G77. Designó "facilitadores" al frente de los grupos de negociación a diplomáticos de países no necesariamente ganados a la causa del acuerdo: la ministra de Medio Ambiente Izabella Teixeira de Brasil o la propia venezolana Claudia Salerno, que pasó a dirigir las negociaciones sobre el preámbulo.

"Es difícil de admitirlo para un británico, pero los franceses han conducido las negociaciones del clima de manera brillante", reconoció Geoffrey Lean, periodista decano de las conferencias COP.

Según Fabius, su método consistió en "escuchar, dar respuestas precisas, captar si hay electricidad en el aire y permitir que se exprese, ser positivo. Poner plazos: hay un momento complicado que consiste en saber terminar una negociación. Y siempre ser cortés, sin olvidar que la buena comida también forma parte de la cortesía".

El toque final lo dio en efecto la gastronomía francesa, como lo admitió el delegado norteamericano Daniel Reifsnyder, asiduo comensal de la cantina "Place des Vosges" una mina de oro a toda hora para periodistas al acecho de diplomáticos. "Napoleón decía que un ejército marcha con el estómago", recordó Reifsnyder. "Pasó lo mismo con los ejércitos de negociadores".

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