¿Nueva Guerra Fría? Ni Trump se acerca a Kennedy ni Putin se parece a Jruschov

  • La diferencia, abismal, es que no hay amenaza latente detrás de una crisis de confianza entre las grandes potencias, no al menos apocalíptica.
El presidente estadounidense John F. Kennedy reunido con el líder soviético Nikita Jruschov en Viena (Austria), el 3 de junio de 1961. (JFK Library, BVoston)
El presidente estadounidense John F. Kennedy reunido con el líder soviético Nikita Jruschov en Viena (Austria), el 3 de junio de 1961. (JFK Library, BVoston)
El presidente estadounidense John F. Kennedy reunido con el líder soviético Nikita Jruschov en Viena (Austria), el 3 de junio de 1961. (JFK Library, BVoston)
El presidente estadounidense John F. Kennedy reunido con el líder soviético Nikita Jruschov en Viena (Austria), el 3 de junio de 1961. (JFK Library, BVoston)

Vladimir Putin se sentó este jueves con su parsimonia habitual en el palco de un estadio para la inauguración del Mundial de Rusia, días después de que Donald Trump se viera en Singapur con el líder norcoreano Kim Jong-un y a escasas horas de la imposición de aranceles decretada por la Casa Blanca contra China. En un escenario económico y geopolítico tan complejo, las simplificaciones nunca son bienvenidas, ni los paralelismos forzados, y a pesar de ello hay quien se empeña en mantener que se ha instaurado una nueva Guerra Fría entre Rusia y EEUU, tras la anexión de Crimea, el conflicto de Ucrania y la intervención en la guerra de Siria.

Un reciente artículo de Stephen M. Walt, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Harvard, describe -con cierta indignación- en Foreign Policy ('I knew de Cold War. This is no cold war') la injusticia histórica que supone hablar de una nueva confrontación de bloques entre los EEUU de Trump y la Rusia de Putin.

Walt explica que el mundo actual no ha conocido la bipolarización en la que se vivía durante la Guerra Fría, ni el constante temor a una destrucción nuclear provocada por las dos superpotencias, personificadas en los mandatos de Jruschov y Kennedy. A ello se añade la tensión nacida al final de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo su particular ring de combate en una dividida ciudad de Berlín, en cuya tragedia se escribieron las páginas más tensas del final del siglo, hasta la caída del muro y la llegada de la 'glasnost' de Gorbachov.

Semejanzas y diferencias

La economía estadounidense tenía entonces el doble del tamaño de la economía soviética, y sus aliados eran más capaces y bastante más de fiar. Después de todo, Washington podía contar con la ayuda de Alemania Occidental, Reino Unido, Francia, Japón, Israel, y otros estados poderosos. Por su parte, la URSS tenía la simpatía de países como Yemen del Sur, Angola, Cuba y otro puñado de satélites del Pacto de Varsovia. China, que había sido el joven socio de Moscú, terminó por romper amarras en los 70, momento en el que Beijing se fue realineando discretamente al lado de EEUU.

En la figura de Kennedy sí existen aspectos que podemos poner en comparación con la personalidad del actual inquilino de la Casa Blanca. Nikita Jruschov consideraba a JFK como un político potencialmente débil, y creía que se trataba del hijo de un hombre rico al que el dinero le había comprado una alta posición que estaba por encima de sus facultades. A Trump se le ha achacado haber alcanzado su posición en los negocios gracias al primer impulso recibido de los fondos de su familia, circunstancia que él nunca ha negado.

En el caso de Vladimir Putin y Nikita Jruschov no es tan sencillo establecer estas semejanzas. Ambos llegan al poder gracias a su carisma particular y según la historiografía más aceptada, por su control de los poderosos servicios secretos, a los que Putin dedicó bastantes años de su vida antes de acceder a la política. Mientras Stalin confiaba la purga de sus enemigos al NKVD de Beria, Jruschov no daba un paso sin tener toda la información posible del KGB, práctica que ha respetado hoy día el mandatario de la Federación Rusa con el FSB.

Llama la atención la desconfianza (más bien desdén) que los líderes estadounidenses en comparación tenían frente a la prensa. En el caso de Trump es patente, tras sus constantes ataques a los medios de comunicación, a los que desprecia abiertamente, ya sea en rueda de prensa o con sus invectivas en las redes sociales.

A Kennedy le pasaba algo parecido, y más después del fiasco de Bahía Cochinos, al comienzo de su mandato, que provocó un aluvión de críticas sobre el Despacho Oval y puso al bisoño presidente frente a la fuerza del llamado cuarto poder. Así, Ben Bradlee, entonces jefe de despacho en Washington de Newskeek, dejó constancia de la amarga queja de JFK: "Cuando no tenemos que enfrentarnos con vosotros, cabrones, podemos contarles las cosas bien a los americanos" (Conversations with Kennedy, Norton, 1975).

Otro capítulo que daría que hablar es la semejanza en el perfil de los asesores presidenciales. Si además de Steve Bannon, a Donald Trump le han salido rana (o lagarto) varios de los miembros que designó para su gabinete en la primera hora, a JFK no le sonrió la suerte en este aspecto, al menos en los momentos más críticos de su mandato, cuando la amenaza de un ataque nuclear soviético era una realidad. Un general de alto rango del Mando Aéreo Estratégico, al preguntarle por los efectos genéticos a largo plazo de una lluvia radioactiva, no tuvo otra ocurrencia que decirle al presidente que "para mí, todavía no se ha probado que (tener) dos cabezas no sean mejor que una". (Kempe, Berlín, 1961).

La ideología, factor clave

"Los gobernantes de la Alemania del Este son unos cerdos, no porque sean comunistas, sino porque obligan a la gente a vivir unas vidas espantosas. La gente tiene que vivir feliz, no según una teoría estúpida que afecta a un futuro que está a cien años de distancia", clamaba Mimmo Sesta, un italiano que mostró a la NBC cómo construían un túnel bajo el muro de Berlín ('The tunnels: escapes under the Berlin Wall and the historic films the JFK White House tried to kill', Greg Mitchell).

Hoy día, la distancia ideológica entre Trump y Putin no se sostiene sobre el papel. En el citado artículo de Foreign Policy, Walt deja claro que el inquilino de la Casa Blanca es, probablemente, la persona más convencida de que la superioridad de las reglas del hombre fuerte son preferibles a la democracia. El habitante del Kremlin no le va a la zaga, al haber instaurado una autocracia sustentada en oligarcas que lo son mientras cuentan con el favor del presidente ruso. Además, señala Walt, no sabemos que pasará con Putin, pero Trump- de eso sí está seguro- no durará para siempre.

La cumbre de Viena

Todo ciudadano medianamente informado habrá visto la magnífica imagen tomada por el fotógrafo de la oficina de comunicación del Gobierno alemán durante el pasado G-7 en Canadá. Desde Macron a Shinzo Abe, y con el foco principal en la canciller Angela Merkel, los líderes de las principales potencias miran desde arriba a un cariacontecido Trump, que con los brazos cruzados se mantiene impasible. La disputa era por una cuestión de estrategia y libre comercio, pero podía haber sido una foto de otra época.

La diferencia, abismal, es que no hay amenaza latente detrás de una crisis de confianza entre las grandes potencias, no al menos apocalíptica. Es más, Trump volaba aún en el Air Force One camino de Singapur para su cumbre con el líder norcoreano cuando mandó que retirasen su firma del comunicado final. ¿Y qué ocurrió? Nada que no pueda solucionarse.

Ahora volvamos la vista atrás, al primer encuentro que mantuvieron en Viena el 3 y 4 de junio de 1961 el líder soviético, de 67 años, y el inexperto JFK. Cuando acabó la cumbre, Kennedy dijo que era "lo peor que me ha pasado en la vida. Ese hombre me destrozó", y es que la sombra de la guerra nuclear sobrevolaba cualquier negociación sobre Berlín. El presidente estadounidense, que todavía era joven y tenía dos hijos pequeños, solía hablar en privado del temor que sentía cuando contemplaba la posibilidad de una guerra total. Cuando Robert Kennedy se reunió con su hermano al regreso de la cumbre con Jruschov notó que tenía lágrimas en los ojos.

Ese miedo en las altas esferas, que se multiplicaba en la calle, no ha vuelto a repetirse, por eso es tan injusto buscar el paralelismo con las actuales tribulaciones geopolíticas, por mucho arancel que se ponga a este o el otro lado del charco.

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