Cómo triunfó (apoyado por unas madres) el chico que revolucionó la informática

  • Durante dos años, el hombre más rico del mundo se ha puesto a disposición de Netflix para llevar su vida a la televisión.
Bill Gates
Bill Gates

Durante los últimos dos años, Bill Gates se ha puesto a disposición de los productores de Netflix para llevar su vida a la televisión. Se trata de una docuserie en la que habla de su trabajo y de su vida, y que en breves semanas se estrenará en Estados Unidos.

Bill Gates es un emprendedor curioso. No tiene el carisma que tuvo Steve Jobs, ni la facilidad para hablar en público y conectar con la gente de Warren Buffett. Pero en este momento es, seguramente, el hombre más rico del mundo, pues, aunque Jeff Bezos figura aún como el número 1 para la clasificación de ‘Forbes’, le va a durar poco: se está separando y su fortuna se dividirá casi por dos.

De modo que Gates será el número 1. Según ‘Forbes’, tiene un patrimonio de 96.500 millones de dólares, es decir, unos 90.000 millones de euros. Eso le ha permitido, desde hace años, dejar las riendas de Microsoft en manos de otras personas, y dedicarse a hacer lo que le gusta: la filantropía. Junto con su mujer lanzó hace tiempo la Fundación Bill y Melinda Gates, donde ha puesto su patrimonio para el bien del mundo. Además ha convencido a otros millonarios de que hagan lo mismo, en lugar de dejar sus fortunas a sus vástagos: mejor que la pasta vaya a la Fundación.

Desde su Fundación, Gates se ha convertido en un experto en exponer los grandes problemas del mundo... y uno de ellos lo causa un mosquito. No cualquier mosquito sino el anófeles, que transmite la malaria, enfermedad que no tiene cura conocida y que ya hizo postrar en fiebres a Cervantes cuando se preparaba la batalla de Lepanto.

Una de las charlas de Gates para explicar esta enfermedad se hizo famosa en EEUU porque, para que el auditorio de mil personas entendiera lo letal del bicho, abrió un frasco de cristal y dejó salir a los animalitos. "Tranquilos", les dijo, "solo pica a los pobres". No eran anófeles, pero el auditorio soltó risas flojas y algo de sudor. Gates ha comprado y donado miles de mallas antimosquito a los países que más sufren esta enfermedad.

Otro de sus proyectos más frikis, por decirlo así, es un inodoro. Sí, una taza de wáter. Desde hace años, Gates estaba en busca de la taza de inodoro que, como el Santo Grial, sirviera para mitigar sin peligro los esfínteres del Tercer Mundo, pues miles de personas, sobre todo 500.000 niños, mueren en los países pobres por culpa de las aguas fecales. Es decir, por no tener inodoros con aguas limpias.

Quien haya viajado por África habrá comprobado que en esos países la gente defeca en cualquier sitio. Al final, todo va a parar a las aguas dulces, que de dulce tienen poco. Los habitantes beben esas aguas y enferman de diarrea o cólera. Gates ha dado fondos para inventar el primer inodoro sin agua. Lo presentó en Pekín el año pasado e hizo una prueba con excrementos, que salieron convertidos en fertilizantes.

Casi con toda seguridad, Netflix también reconstruirá los primeros años de Gates en Seattle, que fue donde comenzó todo. Si han rascado bien, los guionistas habrán descubierto que Microsoft, Gates, los programas y todo ese revuelo informático se originó gracias a la asociación de madres del colegio del 'niño Bill'.

Resulta que cuando Bill Gates tenía unos 13 años y era un niño rubito y con gafas como los de ‘Stranger Things’ -aunque más ‘weirdo’ (rarito) como dicen en EEUU-, la escuela quiso ponerse al día en las nuevas tecnologías y trató de contratar una conexión con los ordenadores de una gran compañía que daba servicios informáticos: General Electric. El alquiler de la conexión vía telefónica les costaba 40 dólares por cada hora de uso, una cifra bastante elevada.

Como la escuela no contaba con los fondos necesarios para alquilar esa conexión, las madres organizaron una subasta de objetos usados y dieron el dinero a los docentes, que inmediatamente pusieron en marcha la operación. Compraron un terminal Teletype Modelo 33 ASR en forma de teclado, con una impresora, y lo conectaron con General Electric.

Bill Gates se quedó tan cautivado por esa tecnología vanguardista que se encerró con su amigo Paul Allen en la habitación y entre los dos monopolizaron aquel cacharro. Se perdió la clase de matemáticas pero aprendió a programar 'on the road'.

Así lo cuenta en su autobiografía ‘The way ahead’ (traducida en España como ‘Camino al Futuro'), donde afirma que la computadora era enorme y lenta y que no tenía pantalla, pero que ahí creó su primer programa que consistía en un videojuego, o como no había pantalla, en un juego impreso en papel.

Con su amigo Paul Allen, Bill Gates creció en aula informática, por llamarla de algún modo, hasta que a los 16 años tuvo una serendipia, un hallazgo feliz: Paul Allen le mostró una revista donde aparecía una cosa llamada microprocesador, fabricada por una compañía llamada Intel. "Un microprocesador es la parte de la computadora que piensa", dice en su libro. Hicieron un tosco programa y no sacaron mucho dinero con la venta.

Dos años después, en 1974, Intel sacó un microprocesador más potente y sobre todo, más pequeño. Al verlo en una revista, Bill Gates le dijo a su amigo: "Los días de los grandes ordenadores están contados". Lo decía porque en aquellos tiempos, un ordenador era algo que ocupaba media habitación. Con esta declaración demostró que hay dos tipos de personas: los que usan los ojos para ver y los que usan los ojos para proyectar.

En diciembre de 1974, salió el primer ordenador pequeño, el Altair 8800. Nada más verlo, a Gates se le encendió la bombilla. "Oh, no: la gente va a empezar a escribir programas para este bicho".

Durante las cinco siguientes semanas, Gates y Allen estuvieron trabajando en el nacimiento de un programa. Y lo lograron. "Teníamos un programa para el Altair y teníamos algo más. Tuvimos la primera compañía del mundo que escribió programas para microcomputadoras. Con el tiempo lo llamamos Microsoft".

Y así fue como ese chico de 19 años se hizo rico. Y cambió la forma en que la humanidad se relacionaba con las máquinas.

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