Paul Preston califica en un ensayo de "matón y chivato" a Queipo de Llano

  • El historiador británico Paul Preston, especializado en la Guerra Civil española, ha calificado al general Gonzalo Queipo de Llano de "matón y chivato" en un ensayo biográfico que ha publicado bajo el título de "La forja de un asesino: El general Queipo de Llano".

Sevilla, 7 abr.- El historiador británico Paul Preston, especializado en la Guerra Civil española, ha calificado al general Gonzalo Queipo de Llano de "matón y chivato" en un ensayo biográfico que ha publicado bajo el título de "La forja de un asesino: El general Queipo de Llano".

Preston concluye su ensayo con estas palabras: "El hombre que había presidido el asesinato de decenas de miles de andaluces fue enterrado como un penitente de la Cofradía de la Virgen de la Macarena. No hay motivo para sospechar que se arrepintiese de ninguna de sus acciones".

El ensayo de Preston, incluido en el volumen "Lidiando con el pasado. Represión y memoria de la Guerra Civil y el franquismo", publicado por la editorial granadina Comares y que reúne aportaciones de una decena de historiadores, subraya la "mediocridad intelectual" de Queipo, de quien dice que "lo que le faltaba de intelecto, parecía compensarlo en energía y agresividad".

El historiador británico recorre toda la vida del general desde que siendo un adolescente "huyó del seminario arrojando piedras a los sacerdotes", habla de su "temeridad" en el campo de batalla marroquí, de que fue "un mujeriego empedernido", de las "correrías" que incluyeron varios duelos y de cómo "su carrera estuvo caracterizada por una tendencia a la violencia incontrolada".

Queipo "creía firmemente en el derecho del Ejército a intervenir en política" y en su transformación de monárquico en republicano "estuvo más guiado por el resentimiento que por el compromiso", al creer que el rey no había colaborado en su ascenso en el escalafón.

Como muestra de la arbitrariedad de su autoridad, Preston asegura que exigía a los oficiales a su mando que siempre llevasen guantes y se dejasen bigote, "humillando a aquellos cuyo aspecto no era de su agrado".

A Queipo, la República lo "agasajó con ascensos", fue nombrado jefe de la región militar de Madrid y, a diferencia de sus compañeros del bando rebelde, apoyó las reformas militares de Manuel Azaña, pero "carecía de compromiso real con el régimen democrático, habiéndose unido a las conspiraciones contra el rey simplemente por deseo de vengarse por los supuestos desaires".

Preston afirma que en el periodo republicano "la disposición servil de Queipo para informar de sus compañeros derivaba del hecho de que quería el apoyo de Azaña" para ser diputado.

En fechas inmediatas al levantamiento militar, "al mismo tiempo que estaba jurando lealtad a Martínez Barrio, Queipo estaba también en contacto por correspondencia con el general Mola sobre su posible incorporación a la conspiración militar" ya en curso.

El historiador desmiente la versión heroica que Queipo dio de su actuación en Sevilla a partir del 18 de julio al afirmar que el golpe, en la ciudad, "había sido preparado meticulosamente por Cuesta Monereo y llevado a cabo por una fuerza de al menos cuatro mil hombres".

El bando de guerra de Queipo "fue empleado para justificar la ejecución de un enorme número de hombres, mujeres y niños que eran inocentes de cualquier crimen", y para dirigir la represión el general "escogió a un sádico brutal, el capitán de infantería Manuel Díaz Criado", al que define como "un gángster degenerado que usó su cargo para saciar su sed de sangre, enriquecerse y lograr placer sexual".

Ya en guerra, "Queipo animó y celebró sus atrocidades en sus charlas radiofónicas nocturnas, las cuales eran una incitación a la violación y al asesinato en masa", y sus discursos radiados "estaban repletos de referencias sexuales las cuales, dada su naturaleza espontánea, arrojan luz reveladora sobre su estado psicológico".

Preston recuerda que hasta el falangista José Antonio Giménez-Arnau escribió sobre estas charlas radiofónicas: "¿Cómo no creer que está borracho, como dicen los 'rojos', si yo mismo lo creo?".

El historiador también cuenta la pelea a puñetazos de Queipo con un joven José Antonio Primo de Rivera, la rivalidad y desconfianza mutua que mantuvo con Franco, quien después de la guerra lo confinó en Roma, y cómo el dictador Miguel Primo de Rivera sentenció: "Queipo es enemigo de sí mismo".

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