Austria, el país donde siempre hay pleno empleo

  • Austria es la tierra prometida para losdesempleados. Sólo el 4% de losaustriacos está en el paro. Lareforma laboral, una poblacióncualificada y el diálogo entre patronaly sindicatos explican su éxito.
Alfonso Pérez/Revista Capital

Tradicionalmente, Austria ha sido un paraíso para los amantes de la ópera, de la arquitectura imperial y de los deportes de invierno. Ahora, también es la tierra prometida para los millones de europeos que sufren el drama del paro y sueñan cada día con encontrar un empleo.

Porque, si algo hay en este país alpino es trabajo. Más del 96% de los compatriotas de Mozart y Strauss tienen trabajo. Incluso, en el último año la tasa de paro se ha reducido en más de un punto y medio, hasta situarse, en el 3,8%.

¡Crisis, qué crisis! Una realidad que no se vive en ningún otro país occidental y que resulta utópica si la comparamos con el erial en el que se ha convertido el mercado de trabajo en España.

Pero, ¿cómo es posible? Hay un sinfín de factores, que van desde el tamaño reducido del propio país, al carácter exportador de su economía, pasando por la alta cualificación de su población.

No hay más que darse una vuelta por los comercios de Viena, por ejemplo, para comprobar el alto dominio que tienen del inglés. Pero sin duda, en este éxito ha jugado un papel clave la reforma aprobada en 2003, que dinamizó el mercado de trabajo y eliminó de raíz problemas como la temporalidad y la baja movilidad laboral.

Pascal Schmidt puede dar buena cuenta de los perniciosos efectos de la anterior legislación laboral, vigente desde 1920. Nada más acabar la carrera de Derecho, este vienés de 35 años entró a trabajar en un despacho de abogados.

Todo iba por el buen camino, sus jefes estaban contentos e, incluso, le subieron dos veces el sueldo en poco más de doce meses. “Pero cuando iba a hacer tres años en la empresa, de repente me despidieron.

¿El motivo? Superado ese periodo ya tendría derecho a indemnización por despido y al bufete no le interesaba atarse las manos”, recuerda Schmidt. Para su desgracia, le volvería a ocurrir lo mismo en su siguiente destino. Y el suyo no es un caso aislado.

La antigua legislación laboral, similar a la española, era teóricamente bastante protectora con el trabajador y contemplaba elevadas indemnizaciones por despido a medida que acumulaba antigüedad en la empresa.

Pero, en la práctica, generó una dinámica perversa que llevaba a muchos empresarios aprescindir de los empleados antes de cumplir los tres años, momento en el que se generaba el derecho a indemnización. En otros casos, simplemente, se limitaban a ofrecer sucesivos contratos temporales.

Un mal que azotaba, sobre todo, a sectores como la construcción y el turismo –que supone la décima parte del empleo– dónde ¡sólo el 4%! tenía contrato fijo. “Al final, recibían indemnización poco más del 16% de los trabajadores.

Era una situación insostenible”, denuncia Otto Farny, responsable de asuntos sociales en la Cámara de los Trabajadores, un ente que representa a todos los empleados del país.

Ante esta dinámica, los sindicatos no pusieron ningún reparo a la hora de aceptar la oferta que les planteó el Gobierno austriaco: implantar una nueva legislación laboral que reduce las indemnizaciones a la mitad (unos cinco días por año trabajado) pero hace extensible ese derecho a los 3,5 millones de trabajadores. “Era un trato justo que, de facto, ha atajado la dualidad entre empleados fijos y temporales (menos del 10% en la actualidad)”, reconoce Farny.

Bajo el nuevo marco legal, el empresario abre una cuenta de ahorro a nombre del trabajador, en la que ingresa mensualmente el 1,53% de su salario bruto. En caso de que prescinda de sus servicios, no lo tiene que abonar ningún tipo de indemnización extra y el trabajador recibirá, simplemente, la cantidad que haya en ese momento en su hucha. En caso de no ser despedido nunca, el dinero que haya en el fondo servirá de complemento a su pensión.

Bueno para los trabajadores y positivo también para los empresarios, que reducen sustancialmente el coste de las reestructuraciones de plantilla. Ninguna empresa austriaca tiene ya que desembolsar grandes sumas de dinero a la hora de despedir a parte de sus asalariados.

“Eso es especialmente ventajoso para las pymes, que supone el 90% del tejido productivo y, por lo general, tienen problemas de liquidez”, comenta Rolf Gleissner, directivo de la Cámara Federal de Economía de Austria.

El profesor de Economía de la Universidad de Oviedo y director de Fedea, Florentino Felgueroso, va más allá: “como la compensación del despido se ha ido pagando a lo largo del tiempo, el coste marginal de despedir a uno u otro trabajador es el mismo, es decir, cero. Por tanto, el sistema no incentiva que los últimos en llegar sean los primeros en ser despedidos, como ocurre en sistemas tradicionales como el español”.

En este sentido, el nuevo paraguas legal ha flexibilizado enormemente el mercado de trabajo en Austria. Pero, sobre todo, ha fomentado la movilidad laboral, dado que la hucha va siempre con el trabajador.

En caso de cambiar de empresa, se lleva con él la antigüedad acumulada y el dinero que haya en el fondo. Para Andreas Gruber, responsable del departamento de Trabajo y Asuntos Sociales de la patronal (Industriellenvereinigung), éste es el principal punto fuerte del modelo. “Antes, se aferraban a su puestos de trabajo por miedo a perder la antigüedad. Rechazaban ofertas en otras empresas, incluso siendo más atractivas desde el punto de vista económico o profesional. Ahora hay más incentivos para buscar nuevos trabajos”.

Sin ir más lejos, ése ha sido su caso. Saber que el fondo se iba con él pesó y mucho a la hora de aceptar hace un par de años la oferta de la patronal y dejar su puesto en la entidad bancaria en la que llevaba un lustro. Y cómo él, cada año 1,6 millones de austriacos, el 50% de la población activa, cambia de trabajo.

Viendo el dulce panorama laboral en la tierra de Mozart, se entiende que las autoridades europeas alaben las virtudes del mercado laboral austriaco y que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero lleve meses coreando a los cuatro vientos que quiere importar este modelo.

¿Es factible? Desde un punto de vista teórico, el sistema es exportable a otros países y se podría implantar de forma progresiva, como ocurrió en Austria, de modo que los trabajadores con contrato en vigor tendrían derecho a seguir con sus condiciones vigentes, mientras que los nuevos contratos ya regirían bajo las reglas de la hucha.

Pero desde un punto de vista práctico, no es tan fácil copiarlo en bloque al mercado español,según los expertos. No sólo por las enormes diferencias de tamaño entre ambos países –Austria tiene 8,7 millones de habitantes, frente a los 47 millones que viven en nuestro país–, sino por las distintas tradiciones legislativas de uno y otro.

Por ejemplo, sería necesario implantar definitivamente un contrato único y el nivel de contribución mensual de las empresas tendría que ser mayor que el 1,57% de Austria, teniendo en cuenta que las indemnizaciones en España (45 días por año trabajado) triplican las que tenían los austriacos en el 2003.

“Se corre el riesgo de incrementar los costes salariales corrientes de las empresas en un momento en el que justamente reclaman bajar sus costes fijos por empleado (sobre todo, las cotizaciones sociales)”, advierte Felgueroso.

Además, sería ingenuo pensar que la extrapolación uno por uno de todos los elementos de la reforma laboral austriaca se convertiría en una garantía de pleno empleo en nuestro país. Sin duda, el nuevo marco ha jugado un papel fundamental a la hora de generar empleo, pero no es el único factor que explica la luna de miel que vive Austria.

El sistema educativo y el elevado nivel formativo de la población son claves. Algunos datos que ilustran esta realidad: el 60% del presupuesto del Inem austriaco se destina a cursos de formación; el abandono escolar en Austria es del 10% (frente al 30% en España); sólo un 19% de la población de 25-64 años tiene bajo nivel educativo (frente al 49% en España) y, según Eurostat, Austria es el país europeo con mayor participación de su población en actividades formativas a lo largo de la vida (una media del 89,2% en 2003, frente al 24,5% en España).

Además, como apunta Rolf Gleissner, en “Austria la formación profesional –con un sistema dual al estilo germánico, con clases y prácticas en empresas al mismo tiempo – está muy desarrollada”.

Lo que explica, entre otras cosas, que la tasa de desempleo entre los jóvenes menores de 25 años apenas supere el 10%, cuatro veces más baja que en España, donde ya se habla de la generación pérdida.

Según Otto Farny, “es una cuestión de Estado que los jóvenes tengan empleo. Hay un gran compromiso por parte de sindicatos y empresarios en ello”. Pero el diálogo entre patronal y representantes de los trabajadores no es fluido sólo en lo que respecta a fomentar el empleo juvenil, clave para que los austriacos puedan seguir jubilándose a los 58 años.

En general, son un ejemplo de lo que debería ser el diálogo social y unas relaciones constructivas entre sindicatos y empresarios. “Hay sindicalistas a los que veo más veces al mes que a muchos empresarios y colegas de la patronal”, reconoce Andreas Gruber, quien alaba el papel flexible de sus interlocutores, sobre todo, a la hora de encontrar soluciones creativas que permitiesen durante la crisis reducir capacidad en las empresas sin realizar despidos masivos.

Una afirmación que ilustra lo lejos que Austria está de España, más allá de lo que digan los duros y fríos números del paro.

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