Las abuelas de Crimea no saben si volverán a ver florecer los cerezos

    • Tras las últimas semanas, en Crimea, Ucrania ya no tiene quien le escriba, le pese a quien le pese.
    • Cada vez hay más miedo en la zona, y el miedo lleva el silencio que abre la espita de la violencia impune.
Una anciana canta el himno de Ucrania en el parque Shevchenko de Simferópol
Una anciana canta el himno de Ucrania en el parque Shevchenko de Simferópol

En Crimea los cerezos están en flor, pero nadie parece verlos. En cada esquina las gatas en celo llaman con denuedo a sus pretendientes, para luego maltratarlos como reinas de los callejones. Pero nadie parece admirarse con el espectáculo.

Nada de la primavera es capaz de calmar la herida del nacionalismo que sangra, ya sin remedio, en este territorio que una vez fue tártaro, luego soviético, después ucraniano, y nunca libre.

En Crimea, Ucrania ya no tiene quien le escriba, le pese a quien le pese. Hoy todos están obligados a ser nacionalistas, por mucho que quisieran ser solo patriotas. Qué necesario es poder amar la tierra en la que uno ha nacido, vive, o ha dejado huella.

"Es la bandera de mi país, cómo no voy a poder llevarla", exclama Illian, un joven ucraniano que gestiona una academia en la misma ciudad de Simferópol. Pero él sabe que su lamento es esteril. No puede lucir la bandera de su país en su tierra, porque hay quienes le abrirían la cabeza por ello. Los cerezos están en flor, pero nadie repara en ellos.

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Si uno camina por las calles de Simféropol es fácil ver pasar vehículos que llevan la bandera rusa saliendo por la ventanilla, o colocada en el techo. Como si hubieran ganado el mundial. Por el contrario, no veremos ningún coche en el que asome una bandera ucraniana. Nadie quiere problemas con los cosacos que han venido a apoyar la anexión a Rusia, ni con los grepúsculos de violentos que campan a sus anchas por la ciudad, mezcla de borrachos y matones.

Cerca de la Rada, el Parlamento de Crimea, una ambulancia espera pacientes en la calle con el portón abierto. La médico de guardia responde afirmativamente a la pregunta de si habla inglés, pero se torna muda ante la petición de una opinión sobre la situación.

El miedo camina lento, pero es inexorable.Hay miedo en Crimea, y el miedo lleva el silencio que abre la espita de la violencia impune. Este domingo un grupo de ucranianos partidarios de la anexión a Rusia han pateado y vejado a otros que no lo son. Es tremenda la violencia que expresan las imágenes captadas por la BBC en las calles de la ciudad portuaria.

Este domingo 9 de marzo se cumplía el 200 aniversario del nacimiento de Taras Shevchenko (1814-1861), poeta, pintor y humanistaque dejó para la posteridad palabras premonitorias sobre su tierra. En el parque de Simferópol que lleva su nombre, hoy se han reunido cientos de personas para clamar contra la maquinaria en marcha que pondrá Crimea en brazos de la Federación Rusa.Calamity AgainDear God, calamity again! ...
It was so peaceful, so serene;
We but began to break the chains
That bind our folk in slavery ...
When halt! ... Again the people's blood
Is streaming! Like rapacious dogs
About a bone, the royal thugs
Are at each other's throat again.Taras Shevchenko
Novopetrovsk Fortress, 1854

"Una vez más la sangre del pueblo está fluyendo", clamaba Shevchenko en 1854, igual que si contemplara el futuro de sus paisanos en estas horas de incertidumbre.

"Soy rusa, vivo en Sebastopol, pero no quiero que Crimea pase a ser de la Federación", contaba muy bajito, casi susurrándolo, una mujer de mediana edad en una cafetería de la ciudad que acoge a la Flota Rusa del Mar Negro.

Y la sombra del miedo que pisa esa mujer que se acerca pensando si seremos trigo limpio,es la misma que se percibe en las calles de la capital de Crimea. En ella, en sus calles mal asfaltadas, en sus aceras inexistentes, y en sus puertas entornadas, las horas se consumen a la espera del referendum del próximo 16 de marzo.

Allí se decidirá la posible anexión de Crimea a Rusia, pero no parece que la ruptura creada en la sociedad vaya a cerrarse con un recuento. Tal vez la respuesta se encuentre en las miradas perdidas que hoy regalaban las abuelas presentes en el homenaje aShevchenko.

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Estas mujeres de rostro ajado y manos cálidas, tienen la desgracia de la memoria. Ellas hanvisto de lo que el odio es capaz, y de lo estúpido que puede llegar a ser el Hombre contra sus semejantes, por un nombre, una bandera, una religión o una mentira.

Las abuelas de Simferopol, y de toda Crimea abrazan más fuerte a sus nietos estos días, porque ni ellas saben cuando volverán a estar en flor los cerezos.

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