Los menores que matan: "La pistola no me cabía en las manos pero me creía Superman"

  • México D.F. no sale de su asombro ante el caso del menor de 17 años que reclutó a dos niños para masacrar a una familia. Antes dibujó en un cuaderno y reprodujo en una maqueta como sería el crimen.

    Las escuelas de sicarios reclutan a más menores que nunca en Latinoamérica. Casos como el del hondureño Cecilio Torres, que dejó parapléjico a su amigo, se repiten a diario.

La hoja del cuaderno en la que Gregorio dibujó el crimen.
La hoja del cuaderno en la que Gregorio dibujó el crimen.
Diego Caldentey

Dibujó la muerte en un bloc de notas, como si fuera hacer la lista de la compra. Con una frialdad espeluznante, fue trazando sus pasos y el destino que correrían sus víctimas: "Disparos. Sigilo. Emboscada. Dormirlos", escribió con letra deshilachada el mexicano Marcos Gregorio, un joven de 17 años que reclutó a otros dos chavales, de 16 y 13 años, respectivamente, para cometer crímenes horrendos. 

El pasado 3 de este mes, Gregorio perpetró su masacre junto a sus cómplices, de acuerdo a lo que relata el diario El País. Soñaba desde pequeño con convertirse en sicario y finalmente concretó sus macabros deseos en México D.F.. El país no sale del asombro por el caso.

Lo primero que hizo fue pensar con minuciosidad los asesinatos. Por las noches se ganaba la vida en un cibercafé, reparando ordenadores. El local era propiedad del novio de su madre. Allí comenzó a imaginar en su mente perturbada cómo iba a masacrar a una familia completa.

El paso siguiente fue contactar con los cómplices, dos adictos a lo que en México se conoce como 'mona': un disolvente de efectos devastadores en el organismo. Increíblemente, los menores se adhirieron a su plan. Cada uno tendría un rol bien definido en el momento de llevar a cabo sus acciones. Uno vigilaría las ventanas y avisaría cuando las víctimas llegaran, el otro le ayudaría al mentor del homicidio a matar a sangre fría.

El objetivo era aniquilar a una familia que vivía en un barrio miserable al oeste de la ciudad. Eran vecinos suyos, ya que le alquilaban a su padrastro unas habitaciones de su casa, y compartían el patio interior.

No solo el joven dibujó en una hoja de cuaderno cómo ejecutarían a las víctimas, sino que también reprodujo la escena y el modus operandi del crimen en una maqueta: colocó muñecos de plastilina, simulando cuerpos tendidos en el suelo.

Posteriormente, comenzó a recaudar dinero para comprar un par de machetes, una ballesta con tres flechas y un hacha de mano. 

Una vez comprados, los tres se dirigieron a la precaria vivienda donde vivían Maribel Socorro Cruz, Félix Campos y sus hijos Félix y Norma. Cuando la mujer y la joven, de 14 años, entraron en la casa, los pequeños sicarios las estaban esperando. Las llevaron a la cocina, a los empujones. En un momento, Gregorio le incrustó la flecha de la ballesta en la cabeza a Maribel. Después asesinaron  a la chica.

De pronto, escucharon que el resto de familiares llegaban de hacer la compra. Cuando Félix Campos ingresó con su madre, Concepción Jacinto Ramírez, y su hijo a la vivienda, se encontró con el peor infierno que presenciará en su vida. Los cadáveres estaban uno encima del otro, tal como había imaginado Gregorio en sus dibujos. El asesino estaba manchado de sangre y por el suelo había enormes charcos escarlata.

"¿Podría darme agua para limpiar la pintura roja que un compañero ha tirado?", le dijo Gregorio a la suegra de Maribel. Planeaba matar a todos, pero no esperaba ese desenlace, y que cayera detenido. Por el hecho apenas deberá cumplir cinco años interno en un centro de menores.Aumento de casos en América Latina

Este hecho refleja una realidad cada vez más dramática en América Latina, una región donde los menores de edad se convierten en asesinos de manera irrefrenable. En Argentina, en México, en Brasil, en Uruguay, en Honduras... Allí germinan las escuelas de sicarios que reclutan menores de 18 años, la mayoría con familias desestructuradas, violencia en sus casas, bandas criminales alrededor y difíciles condiciones socioeconómicas.

Pandilleros, enfermos casi terminales por su adicción a las drogas, ladrones de poca monta, llámese como se quiera... Ninguno tiene porvenir y las grandes bandas criminales les usa como mano de obra barata y descartable.

Informes como el del Banco Mundial y Naciones Unidas señalan que en la actualidad hay más menores de edad acusados de delitos graves como asesinatos en países como Argentina, El Salvador, Honduras, México o Uruguay.

Según ha explicado el asesor regional de protección de UNICEF, José Bergua, a BBC Mundo existe una "preocupación legítima y razonable" ante el incremento de la delincuencia juvenil.

Entre tantos casos, alcanza con tomar otro ejemplo actual, donde asoma una historia igual de terrible a la del sicario mexicano. Es el de Cecilio Torres, hondureño, quien dejó parapléjico de un disparo a su mejor amigo en Choloma, en el noroeste de Honduras. La bala incrustada en el cuerpo de la víctima le produjo un cáncer fatal. "Teníamos menos de 17 años. Yo lo dejé inválido porque él me quería cobrar algo", dijo el agresor a la Policía.

A los 12 había comprado su primer arma, una pistola calibre 45. Hoy Torres, expandillero y profesor de danzas en el país centroamericano, recuerda el hecho: "La pistola no me cabía en las manos, pero con ella yo me creía Superman". Sin dudas, toda una definición espeluznante de lo que ocurre con los niños que matan en una región cada vez más violenta y desesperada.

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