Baró y Machi hacen, cómicamente feroces y venenosas, un clásico de "Agosto"

  • Concha Barrigós.

Concha Barrigós.

Madrid, 7 dic.- Viendo a Amparo Baró y Carmen Machi esta noche "acuchillarse" en "Agosto", mientras el público se partía de risa, se comprende por qué su autor, Tracy Letts, logró con ella el Pulitzer: ni una línea de más ni una puñalada de menos para retratar a una familia disfuncional destinada a ser un clásico.

"Agosto. Condado de Osage", estrenada esta noche por el CDN en el Valle Inclán, es una tragicomedia de tres horas cuarenta minutos -incluido un descanso de veinte- en la que la venenosa y tensa familia que dominan Violet (Baró) y Barbara (Machi) mete presión constante a su olla de debes y haberes, con una comicidad feroz y corrosivamente triste, hasta la explosión final.

Al término de varias de las escenas de los tres actos, separados por telones con proyecciones, los espectadores, entre los que estaban el director del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), Félix Palomero, y el escritor Antonio Gala, han roto a aplaudir preludiando lo que iba a ser la traca final.

Si para Alicia Borrachero, Clara Sanchís, Irene Escolar, Sonsoles Benedicto y Marina Seresesky -sobre las que recae la función- la ovación ha sido considerable, la de Machi ha sonado como un rugido y Baró ha logrado poner a todo el público en pie nada más aparecer.

La actriz, que vuelve a las tablas tras 12 años de ausencia, se ha emocionado, se ha abrazado al director, Gerardo Vera, y ha brincado feliz con Machi, hasta que ha decidido que con cinco minutos de aplausos "ya estaba bien" y se ha retirado llevándose al resto detrás.

La obra es, aparentemente, una gran tragicomedia de situación, pero cuando se ahonda en ella es "un pozo sin fondo", destinada a convertirse en un gran clásico del teatro, según Vera, y que en España es posible gracias al encuentro entre Baró y Machi, que le dan un desarrollo actoral inusual.

Esa "epidemia" que es la familia Weston no está enferma de una sino de varias patologías: alcoholismo, drogas, disfunciones sexuales, adulterio, amor mal digerido y peor expresado... pero Letts "peralta" con tanto tino las líneas dramáticas que el espectador nunca sabe lo que le espera en la siguiente curva.

Baró es Violet, el demonio en pijama, una "boca-navaja", adicta a las pastillas y propensa a las rabietas, y con el "talento" de detectar los secretos más secretos y explotarlos hasta hacer sangrar a su dueño para expiar así el dolor que le produce su dañada y dañina vida, con un efecto a la vez horroroso e hilarante.

Esa víbora, siempre al acecho buscando una nueva víctima, tiene su alter ego en su hija mayor, Barbara, una salvaje que sobrevive a duras penas en la selva de iniquidad moral en la que habita su madre pero que cada vez se parece más a ella.

Ya decía el poeta y escritor Luis García Montero, autor de la versión en castellano, que es un texto muy útil para reflexionar sobre la cultura contemporánea, sobre las posibilidades de convivencia y el peligro de la posesión y para abrir "una verdadera meditación" sobre la realidad.

Su dinámica está en el camino de las comedias de situación, de las buenas, de las que se "entienden" y absorben en cada frase y se ven con el placer de saber que las sorpresas ni son evidentes ni van a dejar impasible al espectador, sea este un profesor de universidad o un ama de casa.

Poco más se puede contar de un argumento que formalmente "va" de un anciano matrimonio, sus tres hijas y una niña de 14 años, habitantes de una casa que es como la tapa de una alcantarilla de agua putrefacta.

Nada es pálido, ni débil, ni tibio. Todo, frases y silencios, llevan combustible nuclear capaz de poner un cohete en órbita para analizar la dinámica de un grupo familiar en la que se adivinan ecos de dramas como los de Eugene O'Neill o Edward Albee, aunque con la potente energía de las comedias de situación.

Es, como decía Vera en su presentación, el gran teatro popular del siglo XXI, en el que nada menos que trece personajes, colocados en un escenario de tres pisos de Max Glaenzel, se baten en duelo constantemente con "salidas" a veces desternillantes en las que los hombres -Gabriel Garbisu, Antonio Gil, Markos Marín, Miguel Palenzuela, Chema Ruiz y Abel Vitón- se defienden como pueden.

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