Batalla de abucheos y bravos para el "Don Giovanni" de Tcherniakov en el Real

  • Concha Barrigós.

Concha Barrigós.

Madrid, 3 abr.- Un telón que cae como una claqueta para separar escenas y proyectar las explicaciones de un tiempo dilatado embrida el montaje de "Don Giovanni", de Mozart, del ruso Dmitri Techerniakov, pero su arriesgada, y cinematográfica, propuesta ha desatado una batalla de bravos y abucheos esta noche en el Real.

Lo cierto es que "la pelea" se ha oído en todo su esplendor cuando ha salido a saludar Tcherniakov, porque el aplauso ha sido unánime para algunos de los protagonistas, como Christine Schäfer (Donna Anna), Kyle Ketelsen (Leporello) y Ainhoa Arteta (Donna Elvira), que, "por fin", debutaba oficialmente en el Real y que ha agradecido el entusiasmo y ha reconocido lo especial de la ocasión besando el escenario.

Schäfer ha sido, como había adelantado el intendente del teatro, Gerard Mortier, una doña Anna "ideal" por su coloratura, y Ainhoa Arteta, una doña Elvira "apasionada y dramática".

Sin embargo, el barítono canadiense Rusell Braun ha sido muy discutido en su papel de don Giovanni, con un sonoro pataleo, y ha habido quienes han abucheado también a Mojca Erdmann (Zerlina) y a Paul Groves (Don Ottavio), a pesar de que en el primer acto le habían aplaudido al terminar su aria "Dalla sua pacce".

Para el argentino Alejo Pérez también ha habido división de opiniones, aunque se ha desvivido desde el podio por encontrar el "punto intermedio" entre voz y actuación para que cada cantante pudiera construir su personaje.

El montaje que ha estrenado esta noche el Real, una coproducción con el Festival de Aix-en-Provence, el Teatro Bolshoi de Moscú y la Canadian Opera Company de Toronto, se basa musicalmente en la versión que hizo Mozart para Viena y que incluye dos arias más para tenor respecto a la de Praga.

En esta versión "definitiva" que ha hecho Tcherniakov de la producción que estrenó hace tres años en el Festival de Aix-en-Provence, no ha cambiado nada aunque ha aclarado cosas que entonces no entendía ni él, según confesaba en la presentación del montaje.

El director de escena (Moscú, 1970), uno de los mejores de la actualidad, según la crítica, aseguraba que el mayor placer lo obtendrían los espectadores que conocieran muy bien la obra, y que quienes no la conocieran tendrían que hacer "un gran esfuerzo constante". A juzgar por la reacción del público, parece que esta noche abundaban los segundos.

El tiempo, limitado por Mozart y Da Ponte "a apenas 24 horas", es dilatado por Tcherniakov a dos meses, y esa elongación y las relaciones familiares hacen que algunas escenas no funcionen y que otras brillen insospechadamente.

Tcherniakov ha decidido "formar una familia": doña Elvira es la mujer de don Giovanni y prima de doña Anna; Zerlina es hija de un primer matrimonio de doña Anna; don Ottavio es el nuevo novio de doña Anna, y Leporello, pariente del comendador.

En esta propuesta -cuarta de las que encarga Mortier sobre esta "inagotable"ópera-, el irreductible crápula, acompañado de un Leporello zangolotino y un punto repulsivo, está aparte de todos, porque así resalta que incomoda de forma unánime a cada uno de los miembros de la familia.

Forman un mundo que se opone a don Giovanni, un forastero que tiene "la misión" de liberar a la gente de sus reglas pero la reacción es confabularse contra él para liberarse de su "venenosa" influencia.

Don Giovanni está decidido a sembrar la cizaña en la "ejemplar" familia del comendador pero cuando consigue su propósito, lejos de refocilarse se entrega con pasión a la autodestrucción y la locura.

Este don Giovanni no es el iniciador del mito de Don Juan, sino "el que acaba con él", un hombre cansado de su mucha experiencia y de comprobar que "todas son igualmente engatusables", especialmente, como recuerda Leporello, en España, donde las seducidas llegan "a 1.003".

"La ci darem la mano", el célebre dueto que Zerlina canta con don Giovanni, no es la declaración de una ingenua, sino la de una mujer "armada hasta los dientes" que piensa que quizá ella sea la excepción.

El ruso, tras su original puesta en escena de "Macbeth" el pasado diciembre en el Real, se hace cargo no solo de la dirección de escena sino de la escenografía, contenida en todos los sentidos en un salón de casa burguesa, con "boisserie" incluida, y de los figurines, bastante más cuestionables.

Ainhoa Arteta, que en una escena tiene que quedarse casi en sujetador, estaba apenas reconocible con una ropa que no le favorecía en absoluto, aunque en sintonía con la que lucían Christine Shäfer y Mojca Erdmann.

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