Centenares de cristianos inician la pasión con la "hora santa" en Getsemaní

  • Cientos de cristianos de todo el mundo se congregaron hoy en el Huerto de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, para iniciar el recuerdo de la Pasión en el jardín en el que según Santa Helena tuvo lugar la agonía de Jesús, el prendimiento y la traición de Judas.

Javier Martín

Jerusalén, 17 abr.- Cientos de cristianos de todo el mundo se congregaron hoy en el Huerto de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, para iniciar el recuerdo de la Pasión en el jardín en el que según Santa Helena tuvo lugar la agonía de Jesús, el prendimiento y la traición de Judas.

En medio de un solemne recogimiento, la custodia franciscana de Tierra Santa inició la llamada "hora santa" con una larga oración encabezada por el actual custodio o responsable de los frailes menores de Oriente Medio, Pierbattista Pizzaballa.

Después, cientos de "scouts" palestinos emprendieron la procesión rumbo al monte Sión y a la Iglesia de San Juan en Gallicanto, a través del valle del Cedrón, en la parte suroeste de la ciudad vieja de Jerusalén.

La actual localización del "huerto de Getsemaní" es obra de Santa Helena, madre del emperador Constantino, durante su peregrinación a los santos lugares en el siglo IV y aparece en numerosas crónicas de peregrinos de la Edad Media, como el diplomático florentino Giorgio Gucci.

Maravillado por la santidad que en tierras de mamelucos percibió, el entonces frondoso huerto cautivó su relato: en Getsemaní se arrodilló, vencido por la densa sombra de unos olivos que, según le relató el guardián, 1.300 años antes habían sido testigos del sufrimiento y la angustia del Señor.

Más de siete siglos después, Emile, un palestino de rostro enjuto y manos callosas, cuida con mimo, cada mañana, el jardín en el que, de acuerdo con la tradición, sobreviven ocho de aquellos arboles que Gucci veneró y que estudios patrocinados por la custodia franciscana aseguran eran retoños en tiempo del Nazareno.

Sus troncos miden ahora tres metros de diámetro y sus olivas, maduradas bajo el seco calor del verano jerosolimitano, producen un aceite viscoso que los franciscanos -custodios desde 1681- reparten por todos los monasterios que tienen en Tierra Santa.

Situado en el valle al este del valle del Cedrón, con el Monte de los Olivos a su espalda y las murallas de la ciudad vieja de frente, el Huerto de Getsemaní que hoy visitan los émulos de Gucci es una cuidada superficie de 1.200 metros cuadrados que reposa junto a la llamada Basílica de la Agonía o Iglesia de las Naciones.

Poco queda de aquella serenidad que los evangelistas concedían al lugar en el que Jesús solía retirarse a orar, una almazara -el nombre proviene de la expresión aramea Gat Smane (prensa de aceite)- con una gruta situadas ambas extramuros, en la loma donde confluían los tres caminos a Betania.

Solo al caer la noche, cuando los grupos de peregrinos abandonan el lugar y la tenue luz del ocaso cae sobre las cúpulas doradas del Domo de la Roca y la Iglesia de Santa María Magdalena, el paraje se envuelve en una suerte de mística similar a la que hubo de poseer hace dos milenios, cuando toda la ladera era un boscoso olivar.

Es entonces cuando la basílica adyacente, construida por el arquitecto italiano Antoni Barluzzi entre 1919 y 1924 sobre las ruinas de una basílica bizantina del siglo IV y una capilla cruzada abandonada en el siglo XIII, cobra todo su significado.

Financiada por una docena de países -de ahí su nombre de Iglesia de las Naciones- Barluzzi diseñó sus vidrieras en forma de cruz para que la luz apenas tamizara la oscuridad interior, la tintara de opalescente violeta y recreara el ambiente umbrío, rasgado por la luna llena, que la tradición relata.

El italiano se inspiró en la versión de Lucas 22 (39-46), quizá el relato más dramático y completo de los sucesos que supuestamente acaecieron aquel Jueves Santo en el que Jesús, sabedor de su destino, entregó su voluntad al padre.

Según el discípulo de Pablo de Tarso, tras cenar en el vecino cenáculo, Jesús y sus apóstoles cruzaron el valle del Cedrón para llegar a un jardín del Monte de los Olivos, donde "se alejó a un tiro de piedra y comenzó a rezar" mientras el resto dormía, cautivo de la tentación.

La angustia le atrapó, sudó sangre y proclamó: "Señor, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya".

Ninguna prueba más allá de la fe lo certifica, como tampoco existen evidencias de que la gruta que se interna en el monte, a la derecha de la iglesia -conocida como la Tumba de María-, fuera el lugar donde Judas dio el beso traidor que inició la pasión de Cristo.

Siglos después, ya en manos de la custodia franciscana, jardineros como Emile cultivaban bajo sus olivos milenarios flores que servían para adornar el Santo Sepulcro.

La ciencia dice que ocho de ellos tienen al menos 2.000 años -un estudio del Consejo Nacional de Investigaciones Italiano, dirigido por Antonio Cimano y Giovanni Gianfate, certificó que el epigeo de al menos tres de esos árboles es genéticamente igual a restos de olivo de aquella época.

La fe garantiza que allí comenzó un "viacrucis" que llevó a Jesús a cruzar preso el valle del Cedrón -donde la historia sitúa los restos de Absalón, el hijo díscolo del rey David, la tumba de Santiago, primer obispo de Jerusalén, y la de Zacarías, padre del Bautista.

Y a ascender por la colina que aún hoy conduce a la puerta de los Leones, para someterse a la voluntad divina.

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