Crónica afgana de Omid, un terrorista suicida frustrado

  • Si todo hubiera salido según lo planeado, Omid habría terminado por hacerse estallar con una carga explosiva contra algún convoy militar en Afganistán, pero el joven se lo pensó mejor y huyó del centro talibán donde lo formaban.

Fawad Peikar

Herat (Afganistán), 18 oct.- Si todo hubiera salido según lo planeado, Omid habría terminado por hacerse estallar con una carga explosiva contra algún convoy militar en Afganistán, pero el joven se lo pensó mejor y huyó del centro talibán donde lo formaban.

A este aldeano de 18 años de la provincia de Herat, en el oeste de Afganistán, los talibanes lo rebautizaron como "Wahidulá" y le proporcionaron entrenamiento militar para participar en una "misión suicida", según cuenta en una entrevista con EFE.

"Recibí distinto entrenamiento, también ideológico. Algunos mulás paquistaníes llegaron a decirme que iba a ir al paraíso tras cometer un atentado suicida", recuerda el joven, ahora rehabilitado y residente en el distrito de Injil, de la provincia de Herat.

Los talibanes suelen recurrir a ataques suicidas en su lucha contra las tropas internacionales desplegadas en el país con vistas a derribar el Gobierno del presidente Hamid Karzai e implantar un régimen integrista islámico, como ya hicieron entre 1996 y 2001.

Para este tipo de ataques, sin embargo, suelen utilizar a jóvenes de extracción humilde a los que forman en centros de entrenamiento situados en áreas bajo su control del propio Afganistán o de Pakistán, como le sucedió a Omid, que fue llevado a Quetta.

Omid, que hoy va vestido con ropa occidental -vaqueros azules, una camisa gris- y lleva el pelo de punta, se ha acogido al Programa Afgano para la Paz y la Reintegración (APRP), que busca reinsertar a los talibanes que abandonen las armas y vuelvan a la sociedad.

Pero de su experiencia con los insurgentes conserva el miedo a que estos puedan venir en su busca en represalia por su huida, por lo que se niega a ser fotografiado.

"Los talibanes saben que me he pasado al proceso de paz y si me encuentran me matarán", se excusa Omid, que ha tenido que huir de su casa junto a su familia, en el no lejano distrito de Zarghun.

Omid fue captado por un comandante talibán local conocido como Aminulá, que, dice, le ofreció trabajar en su asociación "de carácter cultural", y tras varios meses como "mensajero", le pidieron que viajara a Quetta.

"Allí había un mulá de gran barba que me dio una bienvenida muy agradable. Me sorprendió que esa gente tuviera información sobre mí -cuenta el joven-. Luego comenzaron los entrenamientos. Estuve allí cinco meses".

"Es obvio que nadie quiere suicidarse, excepto aquellos a los que se les lava el cerebro. Escuchan prédicas de los talibanes en las que se les promete que irán al paraíso tras cometer los atentados, por ayudar a salvar el islam de los invasores", añade.

De acuerdo con Omid, los jóvenes entrenaban en un recinto de Quetta protegido por altos muros y verjas y aislados del exterior, y allí, entre otras cosas, se les mostraban vídeos en los que "los infieles mataban a musulmanes de distintos países".

"En un lugar así se hace difícil pensar que puedan estar guiándote de forma incorrecta. Afortunadamente yo no llegué a la fase del ataque suicida. Sus clases van paso a paso", diserta el joven heratí.

Omid volvió a Herat para tratarse unos problemas de salud, y allí su padre, tras "espiarle", descubrió el tipo de formación que estaba recibiendo su hijo, y le envió a unos clérigos de Herat para que le convencieran de ser "un chico normal, como los otros afganos".

"Tras volver de Quetta, la verdad es que prefería estar solo y pensar en los entrenamientos. Tardé dos meses en comprender que había tomado un rumbo equivocado y que debía replantearme las cosas", dice a Efe Omid.

En su vida actual, pocas cosas indican que hace no tanto pudo haber terminado por cometer un atentado: tras unirse al programa de reintegración -en enero de 2011-, ha vuelto a la escuela, y espera tener la suerte de recibir una beca para proseguir sus estudios.

"Quiero ser ingeniero en el futuro, porque soy bueno en matemáticas y pretendo servir a mi país. Esa es la responsabilidad de todo afgano", sueña Omid.

De cuando en cuando, reconoce, ha recibido amenazas de los talibanes locales, y cuando su teléfono vibra con llamadas de más allá de la frontera, el muchacho corta en seco.

"Antes tenía miedo, pero ahora no me importa tanto. Estoy acostumbrado", concluye.

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