El logro que acabó en fracaso

  • El protocolo de Kioto cumple cinco años sin perspectivas de sustituto tras el batacazo de Copenhague.
Calentamiento global
Calentamiento global
Raúl Arias
Sara Acosta

Lo alcanzado en 1997 se antoja lejano e imposible de repetir. Ese año, la ciudad japonesa de Kioto daba a luz el único tratado internacional vinculante que existe hasta la fecha para reducir el alza galopante de emisiones de dióxido de carbono que han traído consigo el desarrollo económico y la industrialización de los países occidentales. En apenas 200 años, la quema de combustibles fósiles, que ha hecho posible el modelo energético y productivo que hoy conocemos, ha tocado techo.

Lo advirtieron los científicos en la cumbre de la Tierra que tuvo lugar en Rio de Janeiro en 1992. Allí se encendió la llama de la alarma, una toma de conciencia global que terminó de alumbrarse en Kioto. El mensaje era claro: es necesario contener el aumento de la temperatura del planeta en dos grados centígrados, para evitar que el calentamiento de la atmósfeta alcance niveles irreversibles.

Pese a la firma del acuerdo en 1997, no fue hasta febrero de 2005 cuando entró en vigor, tras una agria batalla con el Gobierno de George W. Bush, que finalmente se saldó con su indiferencia. Un total de 36 países industrializados, sin EE.UU, acordaron reducir sus emisiones contaminantes un 5% respecto a los niveles alcanzados en 1990. El objetivo, el primero de carácter obligatorio, debía alcanzarse entre 2008 y 2012, cuando está previsto que el tratado expire.

Los países firmantes no han sido precisamente buenos alumnos. El 5% de reducción queda aún muy lejos de alcanzar en el quinto aniversario de su entrada en vigor. España redujo sus emisiones en un 7,7% respecto a 2008, pero las previsiones del Gobierno es que el dióxido de carbono supere en un 34,45% el objetivo de Kioto entre 2008 y 2012.

Se esperaba que la creciente conciencia ambiental de la sociedad, que demanda una economía más 'verde', al menos en las encuestas, la presión del precio del barril de petróleo y la incertidumbre en el abastecimiento de fuentes de energía fósil, en manos de países políticamente inestables, forzara el giro hacia un modelo productivo menos dependiente del gas, del carbón y del petróleo.

El cuarto informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático que forman 2.500 científicos bajo el paraguas de la ONU, presentado en Valencia en noviembre de 2007, logró el aval político necesario para el cambio. Por primera vez, los Gobiernos aceptaron la urgencia de limitar el alza de la temperatura del planeta.

Sin acuerdo en Copenhague

Los dos siguientes años la burbuja climática siguió inflándose. El golpe definitivo al calentamiento global estaba ahi, sólo faltaba ponerle un lazo y presentarlo en sociedad. La cumbre de Copenhague, en diciembre de 2009, era el momento esperado. Y el golpe llegó, pero no como se esperaba. Tras quince días de negociaciones más llenas de folclore y grandilocuentes declaraciones que de táctica negociadora, los 192 países reunidos en la capital danesa salieron del Bella Centre sin un texto ni vinculante ni ambicioso.

China no lo hizo posible. La soga del Senado estadounidense que aprieta a Barack Obama tampoco. Ganó la desconfianza entre pobres y ricos, entre pobres y pobres. La Unión Europea, la región más ambiciosa en sus objetivos, que ha puesto sobre la mesa un 20% de reducción de emisiones en 2020, se quedó sola y sin interlocutor. Mientras, la máquina climática sigue en marcha. La próxima cumbre de México podría ser un paso hacia delante o quedarse definitivamente en modo stand by. Veremos.

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