Hay que tomarse en serio el cambio climático, de acuerdo. Hay que cambiar actitudes, comportamientos, costumbres, mentalidades… Pero, junto a todo eso, habría que cambiar además la propaganda dañina. El sensacionalismo también contamina. Y de qué modo.
Hoy he visto durante no sé cuántos minutos de telediario por una noticia de telediario que mostraba cómo quedarían varias capitales del mundo si la temperatura del planeta subiera entre 2 y 4 grados.
La ópera de Sidney, el Parlamento de Londres, el centro de Buenos Aires… todo convertido en una inmensa balsa de piedra y cemento.
"Si no hacemos algo pronto, no habrá marcha atrás... un Támesis desbordado… Trafalgar Square sumergidos… desde el Corcovado de Río de Janeiro se verá sumergida la playa Copacabana, desde la Casa Blanca se divisará el obelisco en medio del mar… el agua afectaría a 145 millones de personas en China, Cádiz desaparecería, Barcelona se vería reducida a la mitad…"
Dios mío, dan ganas de arrancarse los pelos y gritar aquello de "¡vamos a morir todos!".
Me pregunto si este tipo de noticias, que por cierto llevo años escuchando, sirven para modificar los comportamientos ciudadanos.
O dicho de otro modo: ¿Es el miedo el mecanismo más eficaz para modificar conductas no ecológicas de la gente? No estoy tan seguro.
A largo plazo, y está claro que esta es una batalla a largo plazo, los alarmismos no sirven para avispar las conciencias, sino más bien para adormecerlas. El cuento del lobo puede prevenirnos de este peligro. No se puede confundir la sensata preocupación por el medioambiente con este vivir (debería decir 'sinvivir') en un un estado de perpetua alarma. El futuro preocupante, no lo niego, pero al fin y al cabo, sigue estando en nuestras manos.
Los que creen que todo está perdido no luchan por ganar el partido. Deberían pensar en ello los responsables de comunicación de ciertas organizaciones medioambientales. El masoquismo no limpia mentalidades. Más bien las contamina.
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