En el Teatro Real de Copenhague, los inmigrantes se interpretan a sí mismos

  • Tras presenciar la muerte de Hamlet, rey de Dinamarca, en un centenar de ocasiones, el Teatro Real de Copenhague acoge una tragedia muy actual interpretada por migrantes, que encarnan el papel de su propia vida.

En "Uropa", seis exiliados rodeados de bailarines del Ballet Real declaman en inglés su dramático destino, con la esperanza de desmontar las ideas preconcebidas sobre la práctica religiosa, el lugar de las mujeres en el islam y la educación de los hijos.

"Lo más duro durante los ensayos fue hablar de mis problemas personales (...) sin desvelar mis emociones", explica Salam Susu, doctoranda en Musicología de 32 años y oriunda de Homs, una ciudad devastada por la guerra en Siria.

Música funk y ballet "arabesque" se entremezclan con relatos de persecuciones y violaciones en este espectáculo, cuyo estreno tuvo lugar el viernes 29 de enero, días después del voto de una controvertida reforma sobre el derecho de asilo de los extranjeros en Dinamarca.

En virtud de estos textos criticados por Naciones Unidas y la Unión Europea, el "reino podrido" de Shakespeare restringió la aplicación de la reagrupación familiar y confirió a la policía el poder de incautar bienes de los migrantes para financiar su asistencia.

Aunque el libreto de la pieza se inspira de su experiencia personal, Salam y su compañero, profesor de música, explican que subirse a las tablas les hace olvidar durante unos instantes el recuerdo de la guerra y el duro paso del tiempo en los centros para refugiados.

Tres días antes de la primera representación, ambos supieron que las autoridades habían aceptado su solicitud de asilo. "Todavía no me lo llego a creer", confiesa entusiasmada Salam.

Otros actores de "Uropa", juego de palabras con Europa y la palabra danesa "uro" (preocupación, agitación, disturbios), no corrieron la misma suerte.

De los 10 migrantes seleccionados en un primer momento, las solicitudes de asilo de dos de ellos fueron rechazadas y otro pasó a la clandestinidad. Un cuarto, Mahyar Pourhesabi, de nacionalidad iraní, fue devuelto a Francia conforme al reglamento de Dublín, según el cual la petición de asilo debe tratarla el país de llegada del demandante a Europa.

Mahyar realiza una aparición en la obra por videoconferencia desde un cibercafé de París, donde describe su exilio, sus noches en blanco en aeropuertos y estaciones. "El sistema de asilo no funciona nada bien aquí", lamenta.

El director de la obra, Christian Lollike, no esconde su miedo a que se expulse del país a sus intérpretes antes del término de las tres semanas de representación. Su actuación, al menos para él, vale la pena.

"El encuentro de su presencia 'real' y de los bailarines, estos dos lenguajes, hace que suceda algo nuevo", asegura.

Lollike saltó a la fama al hacer actuar a ex soldados en un "ballet de la guerra" y, sobre todo, después de montar en 2012 una pieza basada en el manifiesto del ultraderechista noruego Anders Breivik, quien mató a 77 personas en julio de 2011 en Oslo y la isla de Utøya, cerca de la capital.

El escenógrafo busca ofrecer "otro punto de vista sobre qué es un solicitante de asilo". "Me gustaría que los refugiados hablaran por ellos mismos y explicaran cómo ven su llegada a Dinamarca y el descubrimiento del modelo danés".

Bajo los frescos del Teatro Real, Ali Ishaq, un paquistaní homosexual de 45 años, relata los prejuicios a los que los extranjeros se enfrentan en Dinamarca: "¿Debemos tolerar a estos migrantes que impiden a sus hijos ir a la escuela pública? ¿Quién dicta a sus mujeres la manera de vestirse o comportarse?".

La intolerancia no tiene una bandera ni un color de piel, subraya Ali, quien sobre el escenario recita un conmovedor monólogo sobre su violación por varios hombres en su país natal.

"Decidí venir a Escandinavia por los derechos humanos", asegura este paquistaní, que luce una camiseta con el lema "Copenhagen Pride".

Y a pesar de la radicalización de la opinión pública danesa, Salam y Ali sólo tienen buenas palabras sobre su país de acogida. "Todos los que hemos conocido hasta ahora han sido amables", suspira Salam.

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