La corriente salafí irrumpe con fuerza en la transición política tunecina

  • La corriente radical islámica salafí ha irrumpido con fuerza y violencia en la transición política tunecina provocando el rechazo de los más laicos y poniendo en un compromiso al Gobierno dirigido por los islamistas moderados de Al Nahda.

Miguel Albarracín

Túnez, 13 dic.- La corriente radical islámica salafí ha irrumpido con fuerza y violencia en la transición política tunecina provocando el rechazo de los más laicos y poniendo en un compromiso al Gobierno dirigido por los islamistas moderados de Al Nahda.

El país ha asistido en el último año al aumento de las actividades y del proselitismo de diferentes grupos salafíes, que han pasado de ser una minoría reprimida que actuaba en la clandestinidad durante el régimen de Zin el Abidín Ben Ali, a una de las corrientes políticas más visibles y mejor organizadas.

Con la reconquista de las libertades tras la caída de Ben Ali en enero de 2011, los salafíes se hicieron con el control de 400 mezquitas en las que empezaron a predicar su ideario, centrado en una interpretación rigorista del Corán y la Suna (dichos y hechos de Mahoma).

Paralelamente, los elementos más activistas comenzaron a acosar y a emplear la violencia contra todo lo que consideraban una violación de los principios islámicos.

Su primera acción de gran calado se remonta al 26 de junio de 2011, cuando un grupo de fanáticos asaltó un cine del centro de la capital donde se proyectaba la película "Ni dios ni amo", de la cineasta Nadia el Fani.

Desde entonces, bares, licorerías, exposiciones de arte "sacrílegas", canales de televisión que proyectaron películas "irreverentes", artistas, periodistas e intelectuales han sido blanco de sus campañas y agresiones.

Durante el verano, fueron atacados puestos de venta de bebidas alcohólicas por todo el país y algunos espectáculos fueron anulados por las amenazas de estos grupos.

Pero no fue hasta el asalto de la embajada de EEUU, el 14 de septiembre, en protesta por un vídeo contra Mahoma difundido en internet, cuando la violencia religiosa se cobró sus primeras víctimas mortales.

El Gobierno de Al Nahda, a quien los partidos laicos acusan de practicar una política laxa respecto a los radicales, decidió entonces tomar medidas.

Tras el ataque, en el que murieron cuatro tunecinos, fueron detenidos 220 salafíes, en su mayoría de la línea más violenta, la yihadista, es decir, partidarios de la guerra santa.

A pesar de ello, las agresiones continuaron y en la fiesta religiosa del sacrificio, a finales de octubre, dos salafíes murieron y un oficial de la Guardia Nacional resultó herido en un asalto a una comisaría, en el marco de unos enfrentamientos entre la Policía y activistas que atacaron varias licorerías en la Manuba, a 23 kilómetros de Túnez capital.

Los salafíes detenidos respondieron con una huelga de hambre que no finalizó hasta el pasado 26 de noviembre y durante la que perdieron la vida dos cabecillas del grupo "Asar al sharia" (Partidarios de la ley islámica), cuyo líder, Seif Alah Ben Husein, considerado próximo a Al Qaeda, ha pasado a la clandestinidad.

Como consecuencia del giro de la política de Al Nahda, que compite con los salafíes por la atracción de los votantes más conservadores, muchos líderes rigoristas lo han criticado con dureza.

Entre ellos, el dirigente del partido salafí "Al Asala", Jamis Mejri, que acusó a Al Nahda de ser responsable de una "represión" contra la corriente salafí, y que advirtió de que los jóvenes "pueden hacer de Túnez una tierra de yihad".

Sin embargo, algunos analistas han mostrado sus dudas sobre la autenticidad de esta "ruptura" entre el partido en el poder y el salafismo más activista, y comentan que personalidades históricas de Al Nahda, como Habib al Luz o Sadok Churu, siguen manteniendo relaciones personales con todos los líderes salafíes.

Por su parte, la atomizada oposición de centro e izquierda ha comenzado a movilizarse en torno a una nueva agrupación, "Nidá Tunis" (Llamada de Túnez), fundada por el exprimer ministro de la transición Beyi Caid Essebsi, y que aspira a convertirse en una alternativa al actual Ejecutivo.

En respuesta, Al Nahda ha presentado un proyecto de ley para excluir de la vida política temporalmente a toda persona que ocupó un cargo político durante el régimen de Ben Alí, o militó en el partido gubernamental RCD.

Una medida que Essebsi considera dirigida contra su partido, acusado por Al Nahda de "servir de refugio" a los antiguos militantes del RCD.

Las consecuencias electorales de la fuerte irrupción salafí son una incógnita.

No se podrán conocer hasta los próximos comicios, cuya fecha está por determinar a la espera de que se redacte una nueva Carta Magna, en un clima de cada vez mayor tensión política y conflictividad social y laboral, especialmente en las regiones deprimidas del interior del país.

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