La "Noche del Destino" del islam se torna trágica, una vez más, en Palestina

  • El campo de refugiados de Kalandia, a las afueras de Ramala, se despidió hoy de Mohamed Al Ajer, de 17 años, una de las últimas víctimas que deja la operación miliar sobre Gaza.

María Sevillano

Ramala (Cisjordania), 25 jul.- El campo de refugiados de Kalandia, a las afueras de Ramala, se despidió hoy de Mohamed Al Ajer, de 17 años, una de las últimas víctimas que deja la operación miliar sobre Gaza.

Asidos a la rabia, más de diez mil palestinos marcharon anoche, la más sagrada del islam, entre los campos de refugiados de Al Amari y Kalandia, cuyo principio o fin custodia un Ejército israelí sin rostro, preparado para frenar una masa que gritaba por la dignidad de sus "hermanos" en la franja.

Una de las mayores protestas que las calles de Cisjordania recuerdan -"quizá no habíamos visto nada así desde la primera Intifada", aseguran repetidamente los testigos-, avanzaba bajo una misma bandera, la palestina, hacia la inalcanzable mezquita de Al Aqsa.

El tercer lugar más sagrado del islam, que la ciudad santa de Jerusalén acoge al otro lado del punto de control israelí, era la meta de los congregados, que pretendían rezar, con una misma voz, por "una Palestina unida que no conociera el sufrimiento nunca más", dijeron.

"Nadie en todo el mundo puede soportar el número de mártires que han muerto hasta ahora en Gaza. Hay protestas en todo el mundo, esto es lo mínimo que podíamos hacer nosotros por Gaza. Esto es pura ira", grita Manar para hacerse oír entre los cantos que exigen el fin del "genocidio" de su pueblo.

"Nos hemos mantenido en silencio no recuerdo desde cuándo. Esto una reacción a lo que nos sucede, porque al final somos un solo pueblo. Da igual que hables de Gaza o de Cisjordania", asegura esta periodista durante el camino.

Sin embargo, igual que el territorio en este punto, el recorrido se rompe en el puesto de control de Kalandia.

Así como los sueños de los miles de marchantes, sepultados bajo piedras, disparos, estallidos de cócteles molotov, el insoportable bramar de las ambulancias, la sangre de los heridos y el recuerdo de un nuevo "mártir".

Cientos de fuegos artificiales, lanzados sin cesar por los palestinos, alumbraban en un ambiente surrealista los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y, en su mayoría, los jóvenes del campo de refugiados cuya dura mirada, desde la más temprana niñez, habla de miseria e injusticia.

Y la calle que quería ser escenario de la unidad de un pueblo se divide para dejar paso a los equipos médicos que con un ritmo frenético trasladaban a más de doscientas personas hasta el hospital de Ramala.

Un joven treintañero, curtido en la segunda Intifada, avanza con la mirada perdida mientras comenta con calma que se dirige a su hogar para contactar a los padres de su amigo, al que ha llevado hasta allí, del que no sabe nada y de quien asegura, con dolorosa certeza, "está muerto; su pecho no cesaba de sangrar".

Y así, cientos que merodean por la zona, buscando a conocidos, acompañando a amigos, terminando la protesta en un sitio distinto al esperado.

Dando por concluida la marcha, sentados en torno a una mesa de bar, la voz alzada de los comensales esconde no solo la voluntad de imponer un punto de vista, sino la confrontación entre clases sociales, entre realidades, entre dolores distintos.

El regente del local critica con fiereza la ventura de los heridos, "en su mayoría, como siempre, los jóvenes de los campos".

"Les han arrojado a los brazos del Ejército. Ellos expelen rabia y al final son los que pagan. Estos otros vienen y hablan de la liberación, de la justicia y demás", agrega.

"Pero los que luchan, los que sufren, los que mañana no podrán ir a trabajar a causa de las heridas, son otros. Son los que no han leído a Marx, los que no tienen oportunidades y van a jugarse la vida en un puesto de control", añade.

"Yo no quiero morir así", advierte, derrotado por una realidad a la que asegura, "no quiere enfrentarse más".

Mohamed Al Ajer es uno de estos chicos, un "scout" procedente de Kalandia, que anoche, en la paradójicamente llamada "Noche del Destino" por el Corán, fue a pedir libertad para su pueblo y hoy fue enterrado con una "kufiya", teñida por la sangre reseca que emanó del tiro en la cabeza recibido.

Entre las más de mil personas que acompañan a la familia en una ceremonia que se prolongará durante tres días, está un primo, Majd.

Tiene más o menos la edad del velado y sigue a su padre, que espera pacientemente a que termine el rezo del viernes para llevar el cuerpo del muerto al cementerio.

Majd también fue a la protesta, y algunos viernes dirige su frustración en forma de piedras contra los soldados de Kalandia.

Antes de contestar sobre cómo siente la participación de su vástago en estas manifestaciones, ambos intercambian una mirada que rebosa respeto mutuo.

"Somos palestinos y estamos acostumbrados a esto. Es parte de nuestra vida. Si mi hijo quiere luchar por nosotros, nunca le detendré", asevera con los ojos clavados en Majd.

Mostrar comentarios