Los derviches bosnios, guardianes de la tradición sufí en Europa

  • Sus ritos y rezos son reminiscencias del Imperio Otomano en Europa y su búsqueda de Dios mediante la purificación sigue la tradición sufí: son los derviches bosnios, herederos de una corriente mística del Islám que está en auge tras años de marginación en la Yugoslavia socialista.

Nedim Hasic

Blagaj (Bosnia), 17 mar.- Sus ritos y rezos son reminiscencias del Imperio Otomano en Europa y su búsqueda de Dios mediante la purificación sigue la tradición sufí: son los derviches bosnios, herederos de una corriente mística del Islám que está en auge tras años de marginación en la Yugoslavia socialista.

El renacer de este culto, extendido sobre todo entre los estratos más educados de la población musulmana bosnia, se enfrenta ahora al reto de resistir la tentación de convertirse en un atractivo turístico que desvirtúe su filosofía.

Un ejemplo es la "tekija" o templo de Blagaj, uno de los 52 que existen hoy día en Bosnia-Herzegovina.

Situado a unos 12 kilómetros de Mostar, la "tekija" se levanta en un bello paisaje junto al manantial del cristalino río Buna, bajo un peñasco de 200 metros del que nacen las aguas.

Ese monumento de la época otomana fue edificado en el siglo XVII y reconstruido a fondo en estilo barroco en 1851 por el comandante militar otomano Omer Pasha Latas.

Hoy día es una de las atracciones turísticas más visitadas en Bosnia, especialmente por extranjeros, que llegan atraídos por el aura de misticismo asociado al sufismo y por las llamativas ceremonias de los derviches.

En algunos días concretos, los derviches se reúnen tras la quinta oración del día que dispone el Islám, para celebrar una plegaria más profunda llamada "zikr".

En este ritual, debaten e interpretan versos del Corán, buscando su significado más filosófico y profundo y la unión mística con Alá.

Los derviches van repitiendo los versos sagrados, de forma rítmica, a un volumen cada vez más alto que llega a convertirse en un ulular, que acompañan de movimientos inconscientes de la cabeza y el cuerpo, cuando el rezo se transforma en un trance místico.

Esta ceremonia está vetada a los visitantes, que acuden a Blagaj esperando encontrarse con las llamativas danzas giratorias de los derviches de la ciudad turca de Konya, que no practican los fieles bosnios.

"Las visitas (turísticas) alteran el silencio y la paz (de los derviches). Hemos tomado medidas para que se mantenga el rasgo espiritual dentro de la "tekija", explicó a Efe Muhamed Velagic, de la comunidad islámica de Mostar.

"Tratamos de que la parte económica de la visita esté en armonía con lo espiritual, que se mantenga la continuidad de la tradición y el tiempo", indicó, aunque reconoció que es un reto no romper la fina línea que supone caer en la comercialización.

El año pasado el templo fue renovado y se le agregaron nuevas instalaciones para las ceremonias religiosas, pero también un restaurante y una tienda de recuerdos.

Ante la falta de recursos propios de la comunidad musulmana de Mostar, la empresa turística turca "Fidan" financió con 500.000 euros la restauración y obtuvo la concesión por 30 años de los servicios hoteleros y de la venta de recuerdos.

Pero más allá del reto de convertirse en un simple fenómeno turístico, los derviches bosnios han ido recuperando su identidad en los últimos años.

Durante la dictadura comunista en Yugoslavia, los ulemas "modernizadores" puestos por el régimen al frente de la comunidad musulmana de Bosnia, prohibieron las prácticas místicas relacionadas con el sufismo.

La "tekiya" de Sarajevo, la primera construida en Bosnia, en el año 1463 por los conquistadores otomanos, fue derruida en 1952.

Sólo a partir de la década de 1970 influyentes personajes de la comunidad musulmana comenzaron a impulsar de nuevo este culto.

La filosofía sufí llegó a Bosnia a través del Imperio Otomano, pero también a través de los judíos sefarditas que fueron expulsados de España.

La propia Facultad de Ciencias Islámicas de Sarajevo reivindica que el sufismo surgió en Europa, en el Al Andalus del siglo XII de la mano de Ibn Arabi, uno de los mayores pensadores místicos de todos los tiempos.

Pero los derviches de hoy no son ni monjes mendicantes ni ascetas que han renunciado a todo lo material, sino gente ordinaria que vive las vidas del siglo XXI: médicos, profesores, comerciantes, artistas, que mediante la práctica sufí desean profundizar en sus creencias como musulmanes.

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