Rifles y cámaras toman la Puerta de Damasco de Jerusalén

  • El cañón del fusil de un tirador de élite sobresale de una aspillera de la antigua Puerta de Damasco, un lugar muy turístico de Jerusalén convertido en uno de los centros neurálgicos de los ataques antiisraelíes.

El fusil apunta hacia el puesto de control, donde los policías israelíes cachean a un palestino.

La policía recorre la plaza y la escalinata de piedra por la que se accede a la Puerta. Cuenta con la ayuda de unidades especiales y se añadieron cámaras a las decenas ya existentes. Se podaron los árboles de las zonas verdes de las inmediaciones -muchos se arrancaron- para mejorar la visibilidad.

Estas precauciones no impiden los ataques, casi cinco meses después del comienzo de la espiral de violencia.

El viernes, un palestino de 20 años hirió en el lugar a dos policías israelíes antes de ser abatido. El 3 de febrero, tres jóvenes de la Cisjordania ocupada mataron a una agente de 19 años antes de perder la vida alcanzados por disparos.

En total, cinco israelíes, de los cuales tres miembros de las fuerzas de seguridad, murieron en ese sitio desde el 1 de octubre. Y una decena de palestinos también fallecieron tras cometer ataques, en su mayoría de arma blanca.

La Puerta de Damasco (Bab al Amud en árabe, la Puerta de Naplusa en hebreo) es un lugar de paso estratégico. Es la principal entrada del casco antiguo del lado de Jerusalén Este, parte palestina de la ciudad santa anexionada y ocupada por Israel.

Da acceso a zocos y a lugares sagrados, como la Explanada de las Mezquitas, el Muro de las Lamentaciones y la iglesia del Santo Sepulcro. Allí se cruzan palestinos, judíos y turistas.

La inmensa mayoría de los atacantes son adolescentes o jóvenes de ambos sexos. Por eso la policía concentra los controles en la juventud.

Tres agentes cachean a un joven, pegado contra la pared, con las piernas abiertas y los brazos en alto. Uno de ellos apunta el fusil a la cabeza del joven y otros vigilan los alrededores.

Lo palpan, desde el pantalón hasta el torso. Acto seguido inspeccionan los zapatos, la mochila y cada uno de los objetos del interior. Prosiguen con el escaneo del carné de identidad y una vez terminado el proceso lo dejan irse, sin explicaciones.

"Vivo en el casco antiguo, sufro esto a diario", contó a la AFP el joven, que prefiere no divulgar su identidad. "Me irrita", añade.

A veces, dice Basem Zidane, de 29 años, sufre 10 cacheos consecutivos, "una cada metro".

"Estos cacheos con frecuencia no tienen ninguna justificación en términos de seguridad, no es más que provocación, según como les dé a los soldados".

Antes "me negaba a que me cachearan en público y me llevaban a otro sitio, a una comisaría. Ahora no me atrevo, tengo demasiado miedo de que me maten a sangre fría", añade.

Cerca de él, mujeres y alumnos abren bolsos y mochilas mientras las armas apuntan en su dirección.

El parlamento israelí votó recientemente una ley que autoriza a la policía a cachear "a cualquier persona que parezca razonablemente sospechosa". La norma exige el "consentimiento de la persona cacheada", pero en la Puerta de Damasco, los periodistas no han oído a los policías pedirles permiso a los jóvenes.

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