Caterine Ibargüen y la sonrisa que vale oro para Colombia

Una inmensa sonrisa y un carismático saludo a la tribuna antes de competir son marcas registradas de Caterine Ibargüen, ganadora este domingo del primer oro en atletismo de Colombia en unos Juegos Olímpicos, la guinda del pastel de una carrera llena de triunfos.

Tras un brinco de 15,17 metros, la espigada y hermosa negra logró el único título en triple salto que faltaba en su palmarés, luego de haber ganado los mundiales de Moscú-2013 y Pekín-2015 y las Liga Diamante 2014-2015.

Su medalla, además, es la segunda presea dorada de Colombia en Rio-2016, y la cuarta de su historia, en la mejor participación del país sudamericano en unas justas.

Ibargüen nació hace 32 años en el municipio de Apartadó, en la convulsionada y empobrecida región del Urabá (noroeste), tristemente célebre por las masacres y los desplazamientos forzados originados por un conflicto armado de más de 50 años.

Aunque no reniega de sus orígenes, en reiteradas ocasiones ha mostrado su malestar con que se le llame la "pobrecita" que venció a la pobreza y la violencia.

"Yo he marcado la vida de otros por mis resultados deportivos. Entonces todo el mundo quiere desviar esa parte. Y no", dijo en una entrevista a la revista Bocas en 2014.

Probablemente solo cuando habla sobre esa vivencia se esconde su amplia sonrisa, que no disimula una perfecta y blanca dentadura.

No es un secreto que antes de saltar levanta sus brazos y juguetea con el público, para ponerlo de su lado y llenarse de fuerza. Lo que sí es un secreto, aunque a medias, es el ritual que realiza en los bastidores, cuando escucha el vallenato "Mi propia historia", del colombiano Silvestre Dangond, que le dedicó su madre, Francisca Mena.

"Ay, cada quien tiene en la vida su cuarto de hora, que lo motiva, que lo entusiasma a ser triunfante. Es un momento de buena suerte que uno lo adora. Es mi momento, esa es mi estrella y voy pa'lante", reza la canción.

Además del ritmo caribeño en la voz de Dangond, Caterine tiene otro amuleto: unos aretes dorados que le regaló su mamá cuando era niña. En la misma entrevista advirtió que los llevaría a Brasil "para que hagan juego con la medalla de oro en el pecho". Y cumplió.

La carrera deportiva de Ibargüen, graduada en enfermería en Puerto Rico, empezó en el voleibol e incluso practicó lanzamiento de bala, pero un profesor de su colegio la llevó a las pistas de atletismo, donde se quedó para siempre.

En plena adolescencia Ibargüen se probó en el salto alto. Llegó a los 1,76 metros, pero se quedó sin cupo a Pekín-2008 y pensó incluso en abandonar el deporte.

Un ángel apareció entonces en su vida: el entrenador cubano Ubaldo Duany, quien la convenció de dedicarse al triple salto, una disciplina que le impuso un sinfín de sacrificios en extensas jornadas de entrenamiento para adquirir la técnica, pero le permitió dejar atrás las vicisitudes de la infancia.

Su dedicación puso los focos del mundo sobre sus altos vuelos, especialmente cuando ganó la presea de plata en Londres-2012 y cuando acumuló 34 victorias consecutivas en la Liga de Diamante, una racha que vio su fin en junio, en Birmingham (Reino Unido).

Tras el oro olímpico seguirá luchando para cumplir su único sueño deportivo pendiente: "llegar a ser la mujer que más ha saltado en la historia". Para ello afirma haber visto decenas de veces el video en el que la ucraniana Inessa Kravets estableció el récord de salto triple en los juegos mundiales de Gotemburgo (Suecia), en 1995, de 15,50 metros.

Seguro para esa labor volverá a acudir a la canción de Silvestre Dangond, que en otra estrofa dice: "Si Dios me puso como un ejemplo para triunfar, esa es mi estrella, qué buen camino para llegar".

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