El Oporto pasó por encima del Málaga en el partido de ida de los octavos de final de la Champions League. Solo 1-0 perdió el equipo andaluz, pero la sensación fue la de tener delante a un equipo muy superior y al que difícilmente podrá superar en la vuelta.
Plateó un partido atípico Pellegrini. Fue timorato. Renunció a la posesión y esperó el Málaga en su campo al Oporto. Le tuvo demasiado respeto el equipo boquerón al campeón portugués y cuando se quiso dar cuenta tenía Willy Caballero un vendaval sobre su portería.
No toda la culpa era del planteamiento de Pellegrini. Joaquín estuvo discreto y jamás tuvo desborde ante los laterales del equipo portugués; Santa Cruz no era capaz de conectar con los centrocampistas y cuando lo hacían ellos con el paraguayo, este perdía el balón con facilidad; Iturra e Isco perdían balones comprometidos. Un desatino colectivo.
Además el Oporto es un equipo, que pese a vender estrellas cada temporada, es capaz de conjuntar talento y trabajo a partes iguales. Con todo en contra, ganar el túnel de vestuarios con el marcador a cero era un premio para el equipo de Pellegrini.
La charla del chileno al medio tiempo no fue efectiva y tampoco le ayudó el no mover el banquillo para reemplazar a los jugadores que estaban más grises. El Oporto castigó la indolencia del Málaga en la reanudación y se puso por delante. Merecido castigo para un planteamiento demasiado conservador.
Con todo lo mejor de la primera derrota en Champions del Málaga de Pellegrini fue el resultado. Pese a la superioridad portuguesa, el técnico chileno tendrá la ocasión, en campo propio de imponer el juego que ha hecho al Málaga merecedor de elogios en la primera parte de la competición.
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