Sanz ha aterrizado esta noche en el aeropuerto de El Prat procedente de tierras sudamericanas con una sonrisa en los labios y con la mente puesta en la próxima temporada, donde volverá a participar en la carrera más dura del año. "Todo el mundo decía que el Dakar enganchaba y, la verdad, es que engancha. Es una carrera muy dura, pero no sé si es por los paisajes, los amigos que haces allí o el ambiente que se crea, pero te acaba encantando", ha reconocido.
Inició esta aventura con el único objetivo de acabar, "pero en unos días me vi más adelante y seguí corriendo para sacar el mejor resultado posible", ha explicado.
"Gran parte del mérito", como ella misma reconoce, es de Jordi Arcarons, un 'viejo zorro' del Dakar que regresó a la competición para hacerle de 'mochilero'. "Le ha tocado ir detrás y comer polvo, pero siempre ha sido un apoyo anímico importante para mí", ha destacado.
Hoy una treintena de personas entre familiares y amigos la esperaban en el aeropuerto para abrazarla, "una sorpresa" que no se esperaba. "Sobre todo, porque durante el Dakar no pude hablar demasiado con los míos, porque allí cuando no estás corriendo estás durmiendo o descansando", ha indicado.
Laia Sanz ha sido nueve veces campeona de Europa y diez del mundo en la modalidad de trial, pero en el Dakar es donde ha descubierto sus límites.
"Es una carrera físicamente muy dura, además el penúltimo día me deshidraté un poco (su 'camel bag' se quedó sin agua) y corrí con calambres por todo el cuerpo. Por eso, cuando llegue al final de la última etapa y vi a todo mi equipo allí esperando, rompí a llorar de emoción", explica la barcelonesa, que el año que viene quiere volver a vivir esa sensación.
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