La mística y el honor protagonizan las luchas tradicionales en Burkina Faso

Idrissa y Eloi, con unos impresionantes físicos alimentados por carne de cabra y estimulados por la cerveza de mijo, se entrenan durante todo el año para conservar una tradición ancestral de Burkina Faso, la lucha.

"Es el único deporte que no fue importado como el fútbol o el karate", explica Pierre Badiel, exluchador y presidente de la Federación de Lucha de Burkina. "¡Cuando era pequeño, adorábamos a los luchadores, eran nuestros héroes", recuerda.

"La lucha se utilizaba hasta para desempatar a dos personas que estaban en conflicto. Formaba parte de nuestro patrimonio", añade Badiel.

En el noroeste de Burkina, en la región de Boucle de Mouhon, los luchadores son el orgullo de sus familias y aldeas.

"En los pueblos, todos los burkineses han luchado alguna vez, pero en la ciudad es diferente. Al final de las cosechas, la gente festeja el Odizon, el nuevo mijo. Se organizan combates en cada pueblo y el vencedor gana el honor, y eso es mucho", cuenta Badiel.

El campeonato nacional es todo un acontecimiento. A finales de abril en Tougan (noroeste), las gradas albergaban a alrededor de 3.000 espectadores.

Antes del combate, los luchadores se preparan físicamente, pero nunca olvidan el lado místico.

Por ello, Idrissa se desplazó a Tissi, un pueblo a 20 km de su casa, para "obtener la bendición" del morabito Losséni Konati.

El anciano de 60 años, vestido con una chilaba blanca y con un rosario musulmán en la mano, le entregó una cajita con un contenido "secreto": trocitos de jabón que desprendían olor a plantas, con los que Idrissa debía lavarse por la mañana y por la tarde antes de luchar.

Durante la competición, los luchadores se enfrentan con el torso y los pies desnudos, llevan un paño atado con un cordón con franjas de tela llamado "Faso Dan Fani" ("el taparrabos de la patria") y otro cordón con cascabeles para "intimidar al adversario".

Pero al final, la suerte y las "oraciones a los ancestros" no fueron suficientes para Idrissa. Durante el combate, Eloi levantó a Idrissa y lo dejó tendido en el suelo.

"Como no gané, no volveré a visitar al morabito", dijo decepcionado.

En Burkina Faso, la lucha es un asunto familiar "desde tiempos inmemoriales", destaca Adam Zon, exluchador y padre de Idrissa.

Para Eloi, la preparación mística es todavía más íntima. "He aprendido a combatir antes que a caminar", asegura mientras exhibe su cuerpo musculoso, fruto del trabajo en el campo.

Este joven cristiano pertenece a la etnia Samo, conocida por sus valientes luchadores. Con una cresta naranja en la cabeza, degolla a una gallina en el patio de su casa en Diéré mientras murmura la historia de sus antepasados: "Les pido que me ayuden. Lucho por ellos, así recordarán a nuestra familia".

Durante el campeonato, cada uno de los siete finalistas recibió un sobre con 60.000 francos CFA (alrededor de 100 dólares), una importante cantidad de dinero para este país sumamente pobre.

"Hoy se gana dinero o una moto. En mi época, el mejor luchador ganaba muchas mujeres", recuerda Adama. "Venían a vernos por la noche a nuestra cabaña y se desprendían de su pareo para mostrarnos que nos habían elegido".

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