Da igual que toda, o casi toda, la pista central de Roland Garros, te haya vitoreado cinco veces. O que la pista central del All England Club londinense se haya rendido a tus pies un par de ellas. O que un Federer lloroso junto con el público de Melbourne aplauda al levantar el trofeo del Open de Australia.
Ni siquiera importa haberse coronado el pasado lunes en la Arthur Ashe de Flushing Meadows, la más grande del mundo. Nadal, trajeado para la ocasión, fue ovacionado en el Santiago Bernabéu, no por 80.000 personas, ya que aún no se había llenado el coliseo blanco, pero sí por la mitad quizás.
La culpa de que Nadal no recibiese el calor de todo el público hay que echársela a la UEFA, que no dejaba hacerlo justo antes del pitido inicial, como sí pretendía Florentino Pérez. las normas en este tipo de competiciones suelen ser así, aunque rompen un momento tan genial como ese.
En cualquier caso, fue algo muy especial para un madridista de pro como es él. Y un futbolero de los buenos, como ya demostró acudiendo, y llorando, a la final del Mundial en Sudáfrica que ganó La Roja. Y es que, a pesar de tener un tío que fue santo y seña del barcelonismo, Miguel Ángel Nadal, Rafa jamás ha negado sus colores blancos.
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