Voeckler rechaza ser la esperanza de Francia

  • Thomas Voeckler es un luchador y un 'showman', un guerrero y un saltimbanqui que se deja ver tanto en el pelotón por sus aspavientos como fuera de la carretera por su verbo fácil, su lenguaje del pueblo.

Luis Miguel Pascual

Montpellier (Francia), 17 jul.- Thomas Voeckler es un luchador y un 'showman', un guerrero y un saltimbanqui que se deja ver tanto en el pelotón por sus aspavientos como fuera de la carretera por su verbo fácil, su lenguaje del pueblo.

Su condición de guerrero le ha otorgado ya siete jornadas de amarillo en el presente Tour de Francia -en 2004 ya lo tuvo diez días- y su carisma le hace cargar con el peso de la esperanza de todo un país que organiza la carrera y que no la gana desde 1985.

Tras superar los Pirineos entre los mejores, comenzaron a surgir las voces que desde todos los rincones del país -y de algunos del extranjero- le colocaban como favorito para la victoria final

Pero el ciclista del pueblo rebajó la espectativa: "Tengo cero opciones de ganar el Tour de Francia", afirmó en la meta de Montpellier, poco después de haberse enfundado su séptimo jersey amarillo.

Voeckler rechazó la mano que le tendía su país, su director deportivo, sus compatriotas del pelotón, los medios de comunicación y el mismísimo Lance Armstrong, que desde su atalaya de siete victorias en París le señaló como su favorito tras verle subir con los mejores a lo alto del Plateau de Beille.

En esa cima, el tejano cimentó dos de sus triunfos y su reflexión sobre el francés disparó las apuestas hacia el modesto ciclista del Europcar muy por encima de lo que le permite su currículum.

Impulsado al centro de la escena, donde el 'showman' tiene que mantener la tensión, Voeckler se esconde detrás de las bambalinas: "No estoy aquí para ganar el Tour de Francia, no es mi objetivo, no creo que tenga opciones".

"No creo tener el nivel necesario en la alta montaña. Fue una anomalía que pudiera seguir a los mejores en los Pirineos, pero eso no me hace creerme más de lo que soy, me motiva haber dado la batalla, pero quedan los Alpes y auguro momentos difíciles", agrega.

¿Y qué hacer con la esperanza de todo un país que desde Bernard Hinault no celebra a un compatriota suyo como campeón del Tour y desde Richard Virenque -segundo en 1997- no ve a ningún conciudadano en el podium de París? ¿Cómo decirles que no sueñen?

"Yo no les voy a engañar. La semana que queda está diseñada para ser decisiva. Voy a pelear, pero creo que tengo cero opciones de ganar el Tour de Francia", zanja el ciclista.

Poco importa lo que diga Armstrong. O su director, Dominique Arnaoud, que consideró que en los Pirineos fue "el más fuerte". O el ex ciclista Charly Mottet, que "impresionado" por sus ascensos pirenaicos le sube "cuando menos al podium". O el director del Tour, Christian Prudhomme, que aunque reconoce que "tiene menos medios que los demás, tiene más coraje". O el influyente diario "L'Équipe", que se pregunta si Voeckler no puede llegar de amarillo a París.

O sus rivales, como Alberto Contador, que le ve "en un estado de forma increíble" y los hermanos Schleck, que nunca le han visto "tan fuerte".

Y, cuando el showman se esconde, emerge el guerrero que se agarra a los detalles pescados en la carretera para defenderlos con la convicción de un luchador acostumbrado a superarse.

En 2004 se metió en una escapada que, por culpa de una tormenta, el pelotón no pudo derribar y, sin haberlo soñado, le cayó el amarillo. Lo defendió diez días, algunos de ellos heroicos, como en Plateau de Beille, donde sólo le salvaron 22 segundos con respecto a Armstrong.

Luego no volvió a asomarse por donde enfocan las luces del Tour hasta que este año, de nuevo, se metió en la buena fuga, que se escapó del control del pelotón cuando éste se desconcertó por una caída en la que se vieron involucrados históricos como Alexandre Vinokurov. Los de atrás pensaron en parar mientras los de adelante, entre ellos Voeckler, aceleraban y, cuando se quisieron dar cuenta, el ciclista del pueblo estaba de nuevo en el podium vestido de amarillo.

El guerrero se aferra al jersey pero rechaza el sueño que conlleva llevarlo. El showman prefiere interpretar el papel del modesto ciclista del pueblo antes de que el del vendedor de ilusiones.

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