El invierno y la guerra en Siria se llevan por delante los olivos de Idleb

  • Los rigores de un invierno en guerra han devastado la mayor riqueza y el orgullo de los habitantes de la provincia siria de Idleb: sus olivos, que ahora alimentan el fuego que los protege del frío.

Suliman al Asad

Idleb (Siria), 15 ene.- Los rigores de un invierno en guerra han devastado la mayor riqueza y el orgullo de los habitantes de la provincia siria de Idleb: sus olivos, que ahora alimentan el fuego que los protege del frío.

Abu Ghanam no puede contener su tristeza al recordar una noche gélida en la que tuvo que talar uno de sus olivos para hacer una hoguera y calentar a sus hijos pequeños ante el azote de las bajas temperaturas.

Los sirios llaman "la verde" a Idleb (noroeste) porque es tierra de olivos en un país que ocupaba el quinto puesto mundial en la producción del aceite de ese árbol.

"Para nosotros, el olivo es como uno de nuestros hijos, al que cuidamos y protegemos. Yo tuve que sacrificar a uno de mis hijos para que sobreviviesen los otros", se lamenta Abu Ghanam.

El aceite de oliva, hasta ahora la riqueza más importante de Idleb, ha pasado a utilizarse -"por desgracia", dice Abu Ghanam- para iluminar lámparas.

Por el aprecio que siente por esos árboles, que cuida en su campo, prefiere solo cortar sus ramas para que puedan volver a crecer el año que viene, aunque es consciente de que "eso no da para mucha leña".

"Le doy gracias a Dios porque mi situación es mucho mejor que la de otra gente, que ha tenido que arrancar sus puertas y ventanas o meterse en los bosques para cortar árboles", dice.

Los sirios de esta región utilizaban diesel para calentarse, pero la guerra los ha devuelto al uso de leña, especialmente por la escasez y la inflación de los combustibles.

En el área entre las provincias de Idleb y Alepo, los campos muestran una devastación enorme, que no tiene en consideración ni siquiera la edad de los árboles, superior al siglo en muchos casos, según cuenta a Efe un vecino del lugar llamado Adnan.

Para Adnan, detrás de la tala indiscriminada está la intención de comerciar con la madera, "porque es imposible que todos estos árboles se corten en una sola noche para uso personal".

En un pueblo vecino, un niño de diez años arrastra penosamente un haz de leña, que lleva del bosque a su casa antes del anochecer para alimentar la lumbre.

En esa misma situación se encuentran muchos habitantes de las zonas rurales del norte de Siria que no tienen terrenos y deben recurrir a los árboles del bosque para conseguir madera.

Ahmed, un vecino del pueblo de Mara Masrin (en la periferia de Idleb), sabe que esos árboles son propiedad pública "y que cortarlos está prohibido en el islam", pero se considera obligado a hacerlo. "Alá levanta las prohibiciones en tiempos de necesidad", asegura.

En esta zona "liberada", bajo control rebelde, el Ejército Libre Sirio (ELS) ha tomado iniciativas para conservar la foresta, como explica a Efe Mohanad Isa, líder de la brigada de los Mártires de Idleb del ELS.

Aunque se muestra apenado por el estado de esta "riqueza nacional", reconoce que no pueden prohibir a la gente que corte leña para su uso personal por la durísima situación que viven muchas familias.

Según Isa, el precio de una tonelada de leña ha llegado hasta las 11.000 liras sirias (unos 110 dólares), lo que ha propiciado que la tala se esté convirtiendo en un fenómeno comercial.

"Vamos a luchar contra el comercio de leña antes de que se extienda", destaca Isa, quien también asegura que ya hay una brigada de seguridad del ELS que tiene la misión de proteger los bosques para diferenciar entre "quienes cortan árboles por necesidad y quienes lo hacer para venderlos".

La brigada detiene a los mercaderes clandestinos de leña y los remite ante el juez, que normalmente "evita detenerlos y les ordena que planten dos árboles por cada uno que han arrancado".

Además de la amargura que sienten los residentes de Idleb por la pérdida de sus olivos, les duele la amenaza que supone este fenómeno sobre el medio ambiente en su provincia.

Sin embargo, pensar en ecología en medio de un crudo invierno es un lujo que apenas nadie se puede permitir en un país devastado por la guerra civil.

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