Las calesas, a paso de caballo por el caos de tráfico de Manila

  • El caótico tráfico y los nuevos hábitos de transporte de los filipinos empujan a la jubilación de las tradicionales calesas de Manila, uno de los pocos vestigios de la época colonial española que se mantienen con vida.

Eric San Juan

Manila, 8 jun.- El caótico tráfico y los nuevos hábitos de transporte de los filipinos empujan a la jubilación de las tradicionales calesas de Manila, uno de los pocos vestigios de la época colonial española que se mantienen con vida.

"Dentro de diez años no habrá más 'kalesa' (tagalo) si seguimos así, esto es muy diferente a cuando yo empecé, ya no hay negocio", se queja Benny Ramos, calesero en la zona más turística de Manila, junto a la bahía, desde 1984.

Ramos, que heredó el oficio de "kustero" (cochero) de su padre y de su abuelo, ha visto cómo en menos de tres décadas estos carruajes se han convertido en un pintoresco anacronismo que sólo atrae a extranjeros dispuestos a pasear por los lugares más emblemáticos: el recinto amurallado de Intramuros, el parque de la Luneta y el barrio chino de Binondo.

"Cuando empecé, se veían calesas por todas partes. Había cerca de un millar y las utilizaba todo el mundo para moverse por la ciudad. Yo tenía muchos pasajeros. Ahora somos menos de cien y nos hacen la competencia todo tipo de vehículos, en especial los ciclotaxis, que han comenzado a multiplicarse en los últimos años", explica el filipino.

Una vuelta de 30 minutos cuesta 250 pesos (cerca de 4 euros), mientras que un corto trayecto en ciclotaxi apenas vale un euro.

"Ellos no tienen coste alguno, un ciclo cuesta unos 4.000 pesos (75 euros) y yo tengo que pagar todos los días 300 pesos (cinco euros) al dueño de la calesa. Hay días en que no tengo ni un pasajero, sobre todo ahora que empiezan las lluvias y hay menos turistas", se lamenta Ramos, quien dice ganar una media de 3 ó 4 euros al día.

El propietario de la carroza, Manny Lopez, de 52 años, comparte este pesimismo.

"El caballo tiene once años y me costó 30.000 pesos (550 euros). Además cuesta mantenerlo, hay que comprarle comida", comenta Lopez con amargura mientras alimenta a un pequeño équido de color blanco con una pasta a base de granos de soja.

Cuando el dueño termina la operación de alimentar al caballo enganchado, el calesero vuelve a montar y espolea a "Moro" hacia la maraña de jeeps de transporte público, triciclos motorizados, ciclotaxis y autobuses.

"La calesa es el rey de la carretera. Me puedo meter en dirección prohibida y girar donde me apetezca, no me pueden multar. Es lo que más me gusta de este trabajo", afirma Ramos antes de soltar una sonora carcajada.

Cuando pasa por alguno de los monumentos más señalados de la capital, recita unas breves explicaciones históricas en su rudimentario inglés.

"Este es Miguel López de Legazpi, fundador de Manila; aquí está el rey de España Felipe II, que dio nombre a las islas; los españoles estuvieron 300 años en Filipinas...".

Incluso en las calles más transitadas, donde la calesa parece sacada de otro tiempo, el caballo se mueve con comodidad en la jungla de asfalto, ajeno al concierto de bocinazos y al denso humo negro o gris que expelen los jeeps y los autobuses.

"El problema número uno de Manila -apunta Ramos- es la contaminación, esto también ha cambiado mucho desde que empecé. Si hubiera más calesas, el aire estaría más limpio, las autoridades deberían pensarlo".

El cochero ama este oficio con la misma pasión que le transmitieron su padre y su abuelo, pero parece resignado a que ninguno de sus cinco hijos continúe la tradición cuando se retire.

"En nuestro clan siempre hemos sido 'kustero', incluso antes de mi abuelo, pero es muy difícil que continúe. Mis hijos están estudiando gracias a lo que gana mi mujer con su trabajo de lavandera. Yo sólo les digo que se apliquen mucho para encontrar un trabajo mejor", explica Ramos.

Las calesas fueron introducidas por los españoles en el archipiélago filipino en el siglo XVIII como medio de transporte de las familias más adineradas, pero con el tiempo su uso se extendió a otros viajeros y al transporte de mercancías.

Su circulación ha quedado restringida en el siglo XXI a algunas zona del casco viejo de Manila.

Además de en la capital, estos vehículos aún se emplean para el transporte de pasajeros en zonas rurales donde hubo presencia hispana, especialmente en el norte de la isla de Luzón. EFE

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