Los campesinos que viven bajo el volcán se resisten a alejarse del Copahue

  • Los campesinos pehuenches que pueblan las faldas del Copahue, acostumbrados a una vida dura y llena de riesgos, se resisten a abandonar sus tierras y animales, pese a que este volcán chileno está en riesgo de erupción inminente.

Ariel Marinkovic

Alto Biobío (Chile), 29 may.- Los campesinos pehuenches que pueblan las faldas del Copahue, acostumbrados a una vida dura y llena de riesgos, se resisten a abandonar sus tierras y animales, pese a que este volcán chileno está en riesgo de erupción inminente.

En Chile hay 2.085 volcanes, que forman parte del llamado "cinturón de fuego del Pacífico", y de ellos, 125 en actividad, que representan el 15 % de los volcanes activos del mundo.

El Copahue, de 2.997 metros de altitud y situado a 570 kilómetros al sur de Santiago, es uno de ellos.

A las cinco de la madrugada, Pedro Paine, uno de los 2.500 lugareños despierta en su hogar, una rústica cabaña de tablas. Afuera zumba el viento y el hombre descansa tranquilo, pensando que sus animales hacen lo mismo unos kilómetros cordillera arriba.

De pronto, un ruido bronco hace temblar el suelo y Paine echa una ojeada afuera. Un resplandor rojo que empaña la oscuridad confirma su temor: el Copahue ha despertado.

Pedro tiene 35 años, un poncho de lana y un puñado de animales que vagan por las faldas del volcán.

En la estatal Oficina Nacional de Emergencia (Onemi), en Santiago, han saltado también las alarmas.

Hace tiempo que la zona estaba en alerta amarilla. Ahora, las autoridades envían un helicóptero a sobrevolar el cráter para que los expertos se hagan una idea exacta de lo que pasa.

Pedro pertenece a una de las familias pehuenches que habitan la zona. Sus antepasados llegaron hace más de doscientos años y nadie como él y su hermano Marcelo conocen mejor los desfiladeros por donde conducen el ganado para evitar que las cenizas, la lava o el miedo lo mate.

"Parece que ahora sí viene fuerte", comenta el mayor de los hermanos. Pedro ha visto ya otras erupciones y presiente que ésta les dará problemas.

Si no es la lava o el humo, son las autoridades las que insisten en que abandonen la zona, por seguridad.

Para un arriero no hay nada peor que dejar sus animales solos. El riesgo de que se pierdan, los roben o sean devorados por pumas hambrientos es un daño enorme para quien depende de la leche, la carne y el cuero de su ganado.

Ajenos a la preocupación de los arrieros, en el helicóptero, los técnicos e ingenieros toman nota y graban el cráter y sus alrededores. Las emanaciones surgen de tres columnas; dos arrojan vapor y la otra ceniza y material particulado.

La columna vuela hacia Argentina, donde han decretado alerta amarilla. La inspección y la lectura de los instrumentos corroboran la alerta roja en la parte chilena.

Es preciso evacuar. Alrededor de 450 familias, unas 2.440 personas y 21.000 cabezas de ganado deberán abandonar el área. En la ciudad de Los Ángeles, un convoy de camiones militares espera la orden para subir.

Arriba en la cordillera, la preocupación de los hermanos Paine es otra. Aún no ven a sus animales y el sol del mediodía podría convertir el arroyo en un "agua grande" que puede cortar el paso.

A decenas de kilómetros de allí, el convoy militar está detenido. Sus responsables examinan cuidadosamente un puente de madera que no indica cuál es la carga máxima que puede soportar. Vacilan.

Finalmente los vehículos cruzan uno a uno. La lluvia y el viento dificultan las cosas y el ascenso se hace lento y peligroso.

A los hermanos Paine el tiempo y los sismos volcánicos los apremian y les obligan a decidir si se acercan más al cráter o abandonan el ganado.

Finalmente deciden avanzar hasta el siguiente valle. Una explanada donde sería fácil distinguir a los animales. Hundidos en la nieve hasta la cintura, los hermanos trepan el último cerro y levantan la vista. Sólo hay nieve.

De repente un mugido resuena en la garganta rocosa. Los Paine apuran sus caballos. En una quebrada del cerro de enfrente está la manada completa. Han pasado once horas desde que iniciaron la búsqueda y han tenido suerte.

Impasible, el volcán ruge una bocanada de ceniza negra y sobresalta a los arrieros, que deciden regresar.

A 90 kilómetros de Los Ángeles, el convoy topa con otro problema: Las familias pehuenches se resisten a dejar sus casas y animales. El diálogo comienza de inmediato para persuadir a los comuneros.

Los camiones inician el traslado de quienes viven cerca del cráter. Las autoridades han decidido que la evacuación será obligatoria. Soldados y policías recorren cada rancho. Un soldado llega hasta la cabaña de los hermanos Paine y les dice que preparen ropa para cuatro días.

La orden es completar rápido la evacuación, pues los expertos advierten de un 95 % de posibilidades de una erupción explosiva.

Los Paine, silenciosos en un rincón del camión verde musgo comentan la suerte de haber encontrado a sus animales y saber que están seguros.

Es posible que escapen, sí. Pero los tranquiliza escuchar a sus vecinos decir que el gobierno ha dispuesto personal para hacerse cargo de los animales, juntarlos en haciendas cercadas y patrullar la zona para evitar saqueos.

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