Portugal acaba un año "negro" con más paro, más pobreza y menos ayuda pública

  • Los portugueses sintieron este año las crudas consecuencias de una crisis que lanzó a miles de trabajadores al paro, agudizó la pobreza y redujo las prestaciones sociales, mientras se preparan a encarar un 2012 que se presenta aún más sombrío.

Oscar Tomasi

Lisboa, 29 dic.- Los portugueses sintieron este año las crudas consecuencias de una crisis que lanzó a miles de trabajadores al paro, agudizó la pobreza y redujo las prestaciones sociales, mientras se preparan a encarar un 2012 que se presenta aún más sombrío.

Instituciones sociales de todos los puntos del país han alzado la voz durante los últimos meses para alertar del delicado estado por el que atraviesa un creciente número de ciudadanos y pedir al Gobierno moderación en sus medidas de austeridad, que amenazan con empeorar la situación de las clases medias y bajas.

Con una recesión del 1,7 % del PIB y una tasa de paro que aumentó en 2011 más de dos puntos, hasta el 12,4 %, la modesta economía del portugués medio (su media salarial es de 17.000 euros anuales) se vio afectada por un incremento generalizado de los impuestos, incluidos los directos, aquellos que gravan por igual independientemente de los ingresos de cada uno, como el IVA.

Entre las voces que advierten de que la crisis puede derivar en una situación de emergencia social se encuentra la de Isabel Jonet, presidenta del Banco Alimentario, entidad que repartió sólo este año 32.000 toneladas de comida, de las que se beneficiaron más de 325.000 personas.

"En 2011 empeoró tanto la situación de las instituciones como la de las familias pobres: más desempleo, cortes en las prestaciones sociales, subida del IVA, mensualidades que se atrasan, sueldos embargados...", subraya Jonet.

Economista de formación, la presidenta del Banco Alimentario recuerda que en Portugal "hay un millón de personas -de un total de 10,5 millones de habitantes- que vive con menos de 280 euros por mes", un colectivo que queda en riesgo de exclusión social ante una crisis de tal magnitud como la actual.

El propio jefe del Estado luso, Aníbal Cavaco Silva, advirtió ya por octubre de que Portugal podría "haber sobrepasado el límite de los sacrificios" de sus ciudadanos, especialmente los pensionistas.

Estimaciones oficiales hablan de que 300.000 personas viven bajo el umbral de la pobreza en Portugal, una cifra que sigue en aumento.

Buena fe de ello puede dar Hunter Halder, un norteamericano de 60 años afincado en Lisboa desde hace dos décadas ("Vine a Portugal para realizar la peregrinación a Fátima y me enamoré de la guía turística", relata) y que se ha puesto como objetivo "rescatar" alimentos de la basura y distribuirlos entre quienes pasan hambre.

La idea, a priori, es sencilla: Hunter y su equipo de voluntarios recogen la comida que sobra de restaurantes, cafeterías y hoteles antes de que la tiren, la distribuyen en bolsas de plástico de forma ordenada y la entregan en mano a quien la necesita.

Pasteles de nata, pan, manzanas, sopa, arroz e incluso unos rollitos de primavera (con él colaboran un restaurante chino y otro japonés) asoman por las bolsas, marcadas con el nombre de su destinatario y el número de personas que componen cada familia.

Una oxidada bicicleta de montaña equipada con un cajón delante y otro detrás para transportar comida, revestidos con un plástico de color amarillo, sirvieron a Hunter para dar a conocer la iniciativa en el barrio de Nuestra Señora de Fátima, una de las áreas más nobles y céntricas de Lisboa, pero donde el hambre, aunque escondida, también aparece.

Es el caso de José Almeda, de 80 años, cocinero jubilado que reside junto a su mujer, enferma de Alzheimer, en una vivienda situada a apenas unos centenares de metros de algunos de los hoteles más modernos de Lisboa.

Con una manta en sus rodillas -no hay calefacción ni estufa- y un hilo de voz, José cuenta que el matrimonio recibe al mes "menos de 500 euros entre las dos pensiones", debido a que durante sus años como cocinero privado de una familia adinerada nunca cotizó en la Seguridad Social, algo común en el país en personas de su edad.

Sin casi familia que les visite -sólo cita a un nieto de 27 años que acaba de encontrar trabajo y a una sobrina-, él se encarga de cuidar de su esposa y de las tareas domésticas, ya que no reciben ningún tipo de asistencia pública.

Cuando los voluntarios le hablan de la cercanía del fin de año, se oye a José musitar: "Sólo le pido a Dios que no me lleve antes que a mi mujer. ¿Qué sería de ella?".

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