Los aborígenes de Taiwán temen por sus tradiciones

Tama Talum, un aborigen Bunun de Taiwán, lo tiene claro: la caza es un modo de vida para la tribu, pero desde su detención por haber matado a ciervos cerca de la aldea teme la desaparición de las tradiciones.

Su caso no es aislado en este país donde las costumbres indígenas y las disposiciones legales chocan entre sí y en el que algunos aborígenes se sienten discriminados.

La nueva presidenta, Tsai Ing-wen, primera jefa de Estado taiwanesa con sangre aborigen en sus venas, intentará aplacar la tensión el lunes con las primeras disculpas a los pueblos indígenas por las injusticias sufridas a lo largo de los siglos.

"Unas disculpas no van a solucionar todos los problemas pero esto demuestra simbólicamente que la señora Tsai está dispuesta a afrontar el problema", afirma Kolas Yotaka, parlamentario del Partido Democrático Progresista (PDP) en el poder y miembro de la tribu Amis, la más importante. "Nos da esperanza".

Tama Talum, de 57 años, cree que el daño ya está hecho. Está a la espera de un veredicto del Tribunal Supremo, pero su condena a tres años y medio de cárcel por posesión ilegal de armas y caza de una especie protegida de ciervos y cabras ha indignado a la comunidad aborigen.

Los cazadores aborígenes sólo están autorizados a usar armas de fuego de fabricación casera, algo que consideran peligroso, y sólo pueden cazar los días festivos.

Tama Talum asegura que su detención desanima a muchos jóvenes. "Algunos tienen miedo (...) y no quieren aprender", declara.

Según los antropólogos, los aborígenes de Taiwán -actualmente el 2% de la población- han emigrado de Malasia o de Indonesia.

La sensación de marginación se remonta a la pérdida de los derechos ancestrales sobre la tierra, amenazados hace ya 400 años por la llegada de inmigrantes chinos.

Gran parte de estas tierras están catalogadas como parque natural, un motivo de disputas sobre la caza y la pesca.

"Hay tantas cosas que no tenemos derecho de hacer...", se queja Talum, quien vive en Tastas - "Cascada" en lengua Bunun--, una aldea de 250 habitantes rodeada de maizales y arrozales. "No robamos a nadie ¡no cazamos a diario!".

Talum partió a la ciudad en busca de trabajo pero regresó al pueblo para ocuparse de su madre.

El desempleo es más alto entre los aborígenes y sus salarios son un 40% inferiores a la media nacional, afirma el consejo de los pueblos indígenas, un organismo público.

Ganarse la vida en el campo es muy difícil, lo que explica en parte la vulnerabilidad a problemas como el alcoholismo, explica Scott Simon, profesor de la universidad de Ottawa, experto en los derechos de los indígenas de Taiwán.

Pese a las dificultades, algunos jóvenes aborígenes intentan volver a sus raíces.

"Lo que queremos es sencillo: devuélvannos lo que era nuestro", declara Kelun Katadrepan, de 30 años y empleado de una televisión indígena.

Kelum Katadrepan, miembro de la tribu Puyuma, ha organizado un movimiento juvenil y milita por que los aborígenes entren en política.

Aparte de la restitución de las tierras, exige la reforma del sistema educativo para preservar las lenguas tribales, cinco de las cuales se encuentran en "grave peligro" según la Unesco.

Sus padres no quisieron enseñarle el idioma, convencidos de que el chino le garantizaría un futuro mejor. "No somos chinos pero nos vemos obligados a aprender chino desde pequeños. No es nuestra cultura", protesta.

Poco a poco las cosas parecen evolucionar. Algunas escuelas proponen como opción el aprendizaje de lenguas tribales y varias universidades ofrecen cursos sobre tradiciones aborígenes.

Tama Talum ha dejado de cazar pero espera que su hijo, que vive en la ciudad, conozca un día las costumbres ancestrales. "Cuando llegue la hora, pensará en ir a la montaña con su padre".

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