El ocaso de Hollande y el tirón de Le Pen marcaron el año político en Francia

  • La impopularidad histórica del presidente francés, François Hollande, y el impulso de la ultraderechista Marine Le Pen en los comicios europeos marcaron la política francesa en 2014, un año caracterizado por el estancamiento económico y el declive de los partidos políticos tradicionales.

Javier Albisu

París, 9 dic.- La impopularidad histórica del presidente francés, François Hollande, y el impulso de la ultraderechista Marine Le Pen en los comicios europeos marcaron la política francesa en 2014, un año caracterizado por el estancamiento económico y el declive de los partidos políticos tradicionales.

Hollande, elegido en 2012 como jefe del Estado tras derrotar al conservador Nicolas Sarkozy, arrancó el año con mal pie: rompiendo su relación con la primera dama, Valérie Trierweiler, tras la publicación en enero de un reportaje que evidenciaba su romance con la actriz Julie Gayet.

Fue el primer golpe de un 2014 duro para el socialista, el primero en el Palacio del Elíseo desde que lo abandonara François Mitterrand en 1995.

El segundo llegó en marzo: Hollande cosechó los peores resultados de la historia en unas elecciones municipales para el Partido Socialista (PS) francés.

El presidente, por debajo del 20 % de aprobación en los sondeos, no logró movilizar a los progresistas en unos comicios que registraron una fuerte abstención. El PS cayó cuatro puntos respecto a las elecciones anteriores y cedió ciudades como Toulouse, Bastia, Ajaccio, Pau o Tours.

Los socialistas, que conservaron París gracias a la franco-española Anne Hidalgo, tuvieron que conformarse con el 40,57 % de los votos, frente al 45,91 % de la alianza de centro-derecha del MoDem y la UMP.

Pero el dato más significativo de esos comicios clave fue, quizá, el buen resultado del Frente Nacional (FN).

La ultraderecha francesa, que venía mostrando músculo desde que Marine Le Pen heredó el timón del partido de su padre en 2011, logró hacerse con una docena de ayuntamientos, aunque dio la campanada dos meses después, cuando el FN se convirtió en el partido más votado de Francia, con el 24,85 %.

Fue un resultado histórico que se explica, en parte, por la habilidad de Le Pen para constituirse como alternativa a las fuerzas políticas tradicionales con un discurso antieuropeísta y patriota que se nutre de la difícil situación económica y de las elevada tasa de paro, que ronda el 10 % de la población activa.

El ascenso de la extrema derecha francesa es consecuencia, también, de la deriva de los dos grandes partidos que han gobernado Francia durante la democracia moderna, desde la fundación de la V República en 1958.

La gestión gubernamental del PS -al que se le reprocha haber dado un giro neoliberal en favor de la austeridad que antes criticaba sin lograr siquiera reducir el paro- y las guerras internas de la conservadora UMP -descabezada, colmada de batallas cainitas y salpicada de corrupción- dieron alas a la hija de Jean-Marie Le Pen.

Desde entonces, Marine Le Pen apunta directamente a la Jefatura del Estado con la vista puesta en las elecciones presidenciales de 2017, mientras los dos grandes partidos, el PS y la UMP, intentan hacer llegar a los ciudadanos una imagen de renovación.

El primero reaccionó colocando al frente del Gobierno a Manuel Valls, ministro del Interior hasta entonces y un político bien valorado por la opinión pública en general.

Las simpatías que Valls despierta en los sondeos contrastan con las críticas que sobre él vierten desde el ala más izquierdista de su partido, que le reprocha su falta de apego a símbolos históricos de la izquierda gala, como la semana laboral de 35 horas, y un exceso de énfasis en la política de seguridad.

La UMP, por su parte, también ha empezado a preparar su asalto al Palacio del Elíseo en 2017.

Los escándalos de corrupción y facturas falsas sacaron del mapa político a Jean-François Copé, presidente en funciones de la formación. Y Nicolas Sarkozy, retirado desde su derrota frente a Hollande, regresó a la arena política.

La estrategia política del expresidente pasa por federar a las distintas sensibilidades conservadoras, seducir a los votantes de centro y frenar la sangría de votos hacia el Frente Nacional.

En sus propias palabras, Sarkozy se ha convertido en la "única alternativa" para los franceses, obligados a elegir entre "la humillación" que representa Hollande y "el aislamiento" que supondría Le Pen, dijo en septiembre.

Poco antes, en julio, había sido imputado por "corrupción activa", por lo que desde las filas de la izquierda se vincula estrechamente el resurgir político del expresidente con una búsqueda de protección ante sus numerosas citas judiciales pendientes.

A finales de noviembre, Sarkozy se hizo en unas primarias con las riendas de su partido y le queda por delante la tarea de imponerse, al menos, ante los exprimeros ministros François Fillon y Alain Juppé, que también sueñan con el Palacio del Elíseo.

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