Gibraltar: tres siglos de tensiones en la última colonia de la vieja Europa

  • La construcción de torres de pisos en el Peñón ganando terreno a las aguas españolas será un episodio más de tensión entre España y Reino Unido.
Peñón de Gibraltar
Peñón de Gibraltar

Gibraltar tiene entre manos el proyecto para levantar un conjunto de torres de viviendas en un espigón que se construirá para tales edificios. Más de 1.500 viviendas que servirán para velar el retraso de otro proyecto, profusamente aventado por el gobierno de Fabián Picardo, el de la marina Bluewater. Y aunque aún está pendiente el proyecto final, de lo que no cabe duda alguna es de que esta operación urbanística, su mero anuncio oficial, precipitará un nuevo pico de tensión diplomática con España porque el espigón artificial que, en caso de seguir adelante la construcción, quieren levantar, se adentraría en unas aguas que hoy en día están en disputa entre el Gobierno español y su homólogo británico. Pero este, el de la tensión entre ambos ejecutivos, será un capítulo más de una larga historia.

Toma de la plaza

La posición geográfica de la Península Ibérica ha hecho de ella un punto estratégico. Para la mitología griega, en el peñón se levantaban una de las Columnas de Hércules. Después y sin núcleos de población estables, siguió en su devenir a toda la zona mediterránea: romanos, visigodos, bizantinos, de nuevo visigodos y finalmente, a partir de 711, musulmanes. Y fue precisamente bajo la dominación islámica cuando, a finales del siglo XII, se construyó en la zona la primera de las fortalezas. Luego de los musulmanes, y tras avatares diversos, acabó siendo conquistado para la causa cristiana por el primer duque de Medina Sidonia, que sumó el título de marqués de Gibraltar.

Como territorio español llegó hasta el siglo XVIII. Pero sucedió que el rey Carlos II murió sin descendencia y se desencadenó en España la Guerra de Sucesión entre austracistas, partidarios del archiduque Carlos, y los borbónicos, favorables al que luego sería llamado Felipe V. En este contexto, una armada anglo-holandesa, capitaneada por el almirante inglés Goerge Rooke, futuro gobernador militar de Gibraltar, lanzó una operación contra la plaza fuerte. Una flota que, por cierto, partió del puerto de Barcelona, pese a la resistencia de las guarniciones de la ciudad y, a mayor abundamiento, contaba entre sus mandos con Jorge de Darmstadt, virrey de Cataluña.

Tomada la plaza y terminada la guerra, llegó el momento de los pactos. En concreto, del de Utrecht, logrado en buena medida por la victoria torie en Reino Unido, partidario de firmar la paz. Esos tratados significaron el reconocimiento de la posesión británica de la plaza fuerte de Gibraltar, estableciéndose una cláusula en virtud de la cual, si el territorio dejara de ser británico, España podría recuperarlo para sí.

De cerrar la verja al Foro Tripartito

“Siglo veinte, cambalache, problemático y febril”, escribió Discépolo. Gibraltar le da la razón. Apenas nacido el nuevo siglo, las autoridades británicas decidieron levantar lo que hoy es popularmente conocida como “la verja” en el terreno de istmo. Luego un aeropuerto, que actualmente España no reconoce como británico.

La victoria de Franco en la Guerra Civil trajo consigo un cambio en las relaciones. Por primera vez, el Gobierno llevó la situación al comité de las Naciones Unidas encargado de la descolonización y a la Asamblea General. El resultado fueron dos resoluciones que instaban a España y el Reino Unido a comenzar las conversaciones para acabar con la situación colonial de Gibraltar, cuya respuesta fue, en virtud del derecho internacional que como colonia les amparaba, pedir un referéndum de autodeterminación. Más del 99 por ciento de los votantes optó por seguir bajo soberanía británica. Les fue concedida una constitución que reconocía Gibraltar como un territorio británico de ultramar, lo que significó un trasvase de competencias mayor en asuntos internos. El Gobierno de Franco lo consideró una afrenta a lo firmado en Utrecht, y decidió acabar con las comunicaciones terrestres o, como se le llamó entonces, “cerrar la verja”, abierta de nuevo con la llegada de Felipe González al poder en 1982.

En 2001, con Aznar en el Gobierno, se llegó a un acuerdo con el Gobierno británico, presidido entonces por Tony Blair, para darle una solución al conflicto de Gibraltar por la vía de la cosoberanía. Pero los gibraltareños lo rechazaron ampliamente.

El siguiente paso lo protagonizó el ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno Zapatero, Miguel Ángel Moratinos, que configuró lo que se llamó el Foro Tripartito de Diálogo sobre Gibraltar, y en el que la colonia estaba presente por primera vez, y con el consiguiente enfado desde algunos sectores, por todo lo que reconocimiento había en la inclusión del Gobierno gibraltareño. Así, en 2009 viajó Moratinos al peñón en un viaje que fue calificado de “histórico”.

El Foro, claro, no llegó a nada. Y luego se sucedieron los altercados entre la Marina Real Británica y las patrulleras de la Guardia Civil. Hubo en 2009, 2010, 2011 y 2012. Y en el año 2013, hubo otro conflicto a causa de las aguas, su jurisdicción, los acuerdos de pesca y sobre todo, por el arrojo por parte de Gibraltar de bloques de hormigón al mar más allá de las tres millas para crear un caladero artificial e impidiendo, por extensión, al pesca a los faenadores españoles.

El Tratado de Utrecht, más de 300 años después

Aunque pueda resultar extemporáneo para algunos, lo cierto es que el Tratado de Utrecht sigue siendo hoy un acuerdo perfectamente legal. La controversia diplomática que existe desde hace años entre España y Reino Unido no nace de una falta de reconocimiento de aquellos pactos. Surge de la delimitación de aquella cesión y del alcance que cada nación reconoce al tratado. La acción exterior española, de hecho, se ha conducido en el marco de Utrecht y la decisión de Naciones Unidas sobre la descolonización del peñón.

Los pactos de Utrecht son amplísimos. Pero, al centrarnos en Gibraltar, debe centrarse la atención en su artículo X. Arranca este artículo: “El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas”. Estas frases liminares son el objeto central de controversia, ya que los británicos consideran que incluyen la totalidad del Peñón, incluido el istmo.

Sucede que en el Tratado no existe una delimitación territorial de lo cedido, sino que, como se ha podido leer, se limita a hacer una relación de posesiones y edificios que pasaban a estar bajo el control británico. A esa ambigüedad territorial se ha aferrado la diplomacia británica, mientras que la española lo ha hecho a la literalidad: la delimitación legal es la correspondiente a aquellos edificios que aparecen en el tratado. Lo cual significaría una reducción considerable de espacio hoy controlado por el Gobierno gibraltareño. Es decir, España ha puesto reiteradamente en duda la sinonimia establecida por los británicos entre Gibraltar (la plaza fuerte) y el Peñón de Gibraltar.

Sobre el istmo, desde luego no es territorio cedido en Utrecht. El Reino Unido, consciente, ha venido alegando desde los 60 que la ocupación pacífica de la zona y continuada por su parte, ha originado algo así como un título o derecho de soberanía. Sin embargo, en este caso, la posición española es sólida al asentarse en un tratado internacional que, aunque tricentenario, es reconocido por todas las partes. Otro tanto sucede con el que ha sido la última fuente de conflictos entre los dos países: las aguas. España ha defendido tradicionalmente la teoría de la costa seca, es decir, que no hay aguas anejas a las cesiones de edificaciones de costa cedidas en Utrecht. Reino Unido, por su parte, reclama lo contrario.

Si dejamos la exaltación nacional a un lado, parece probable que, así como en Utrecht nunca se cedieron posesiones ni territorios exteriores a las murallas de la plaza, ni la montaña misma ni, por supuesto, el istmo, sí hubo aceptación por parte de los comisionados españoles de ceder el puerto, incluido el uso de la rada de la bahía, llamada entonces, de Gibraltar. La controversia reside en su el uso de navegación, igual que la ocupación pacífica y continuada del istmo, conlleva hoy la consideración de mar territorial.

Sea como fuere, lo cierto es que Naciones Unidas ha llamado en reiteradas ocasiones a la descolonización de Gibraltar, lo que en virtud de Utrecht, conllevaría su reincorporación a España. Una descolonización que afecta también a la soberanía del castillo y la ciudad. Ello significa que la soberanía que ejerce Reino Unido sobre Gibraltar es, cuando menos, una soberanía desnaturalizada y que, siendo exactos, convierte a aquel reino en administrador de un territorio no autónomo, que es el único estatus legal internacional del que hoy goza Gibraltar.

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