La falta de liderazgo ético es el verdadero problema de la política española

    • Si hay algo positivo que nos ha dejado la crisis que llevamos padeciendo desde hace ya demasiados años, ha sido la creciente intolerancia de la sociedad frente a la corrupción.
    • La creciente desafección de una parte importante de los españoles, entre los que me incluyo, con respecto a los partidos políticos que tradicionalmente han gobernado en España, es fruto de la falta del liderazgo ético.
Manuel Campo Vidal: "El debate se rompió por la acusación"
Manuel Campo Vidal: "El debate se rompió por la acusación"

Pensaban en el Partido Popular que los primeros brotes verdes de la recuperación económica serían suficientes para que su electorado volviera de nuevo a sus brazos. Se equivocaron. Si hay algo positivo que nos ha dejado la crisis que llevamos padeciendo desde hace ya demasiados años, ha sido la creciente intolerancia de la sociedad frente a la corrupción. La reparación que exige la sociedad no es solo económica, sino fundamentalmente moral.Alfred Sonnenfeld en su obra sobre el Liderazgo Ético destaca como principales condiciones del líder la honestidad, la coherencia entre el ser y el actuar, la ejemplaridad y el servicio a los demás. Para Ortega y Gasset, el mando debía ser un anexo de la ejemplaridad. Y en un sentido similar se expresa Javier Gomá en su obra sobre la Ejemplaridad Pública, al destacar, con respecto a los miembros de laclase política, que no basta con que cumplan la ley, sino que han de ser ejemplares.En democracia todos somos iguales en derechos y deberes y todos, por tanto, estamos obligados a cumplir con las obligaciones que nos corresponden. Ahora bien, el igualitarismo en el cumplimiento del deber, propio y característico de los sistemas democráticos, debe ser compatible con la exigencia de un plus de responsabilidad con respecto a los miembros de la clase política, cuyo ejemplo –bueno o malo- tiene un mayor impacto sobre la sociedad en su conjunto por la especial posición de influencia y de poder que ocupan en la misma, por su condición de administradores de lo público y representantes que son del pueblo soberano.Cuanto mayor sea la posición de poder e influencia que una persona ocupa en la sociedad, mayor será el impacto de sus acciones y mayor debe ser la responsabilidad exigible. Y es que, como señala Javier Gomá, nadie puede dudar del inmenso poder político del ejemplo, del positivo para cohesionar la comunidad, del negativo para disgregarla y atomizarla. Sirva de ilustración la encuesta realizada por el Ethics Resource Center en el mundo empresarial, destacando que los empleados tendrían una disposición mucho menos favorable (una enorme diferencia de 50 puntos porcentuales) a seguir comportamientos impropios si la alta dirección se comportase éticamente. Y, sin duda, lo mismo puede afirmarse del mundo de la política.Pues bien, en mi opinión, la creciente desafección de una parte importante de los españoles –entre los que me incluyo- con respecto a los partidos políticos que tradicionalmente han gobernado en España, es fruto de la falta del liderazgo ético de buena parte de la clase dirigente española. Y es esta falta de liderazgo ético la que está también en el origen de la grave crisis económica, política e institucional que padecemos desde hace años y de los numerosos casos de abusos, despilfarro y corrupción que con demasiada frecuencia ocupan las portadas de los periódicos.Todo ello está provocando que muchos españoles, cada vez más, hayan dejado de confiar en los partidos políticos tradicionales y estén alzando los ojos a la búsqueda de nuevas opciones políticas en las que poder depositar su confianza (siendo el fenómeno "Ciudadanos" y "Podemos" un buen ejemplo de esta situación).Las encuestas son claras: una parte importante de los españoles ha decidido no seguir votando al partido popular y al partido socialista. Las razones también están claras: los españoles nos hemos hartado de unas oligarquías políticas que se han apropiado de las instituciones colocándolas en no pocas ocasiones al servicio de sus propios intereses partidistas. Una aclaración: no aspiramos a que nuestros políticos sean santos, sino simplemente a que actúen con la honestidad, la coherencia, la dignidad y la responsabilidad que corresponde al cargo para el que han sido elegidos.Muchos de los que en el año 2011 contribuimos con nuestro voto a que el Partido Popular obtuviera una holgada mayoría absoluta, lo hicimos sobre la base de un doble compromiso electoral: en primer término, la superación de la grave crisis económica que padecía España tras la desastrosa gestión heredada del gobierno anterior, en segundo término, sus promesas de regeneración democrática a fin de superar la crisis política e institucional y combatir algunas de las lacras que habían hecho de la crisis española un caso especial, más grave y profundo, que el existente en otros países de nuestro entorno (gasto sin control, sistema autonómico sobredimensionado, desconcierto territorial, extrema politización de las instituciones, incompetencia, corrupción, etc.). No se trataba sólo de superar la crisis económica, sino de iniciar las reformas y sentar las bases para que esa situación de crisis no se volviera a repetir o, al menos, no con la extrema virulencia con la que se había dado en España.Es de justicia reconocer que el Gobierno presidido por Mariano Rajoy ha contribuido sin duda a que los españoles hayamos conseguido –con muchos sacrificios y un enorme esfuerzo colectivo- iniciar el camino de la recuperación económica (no hay mejor política social que la de la recuperación económica). Sin embargo, los compromisos de regeneración democrática y de lucha contra los interminables casos de corrupción, muchos de ellos surgidos en el seno de su propio partido, han brillado por su ausencia. Son muchos los que atribuyen la falta de respuesta política del Partido Popular ante las exigencias de regeneración o ante algunos de los problemas más graves de los últimos años (desafío independentista catalán), a la forma de ser de nuestro Presidente del Gobierno o a una forma específica de hacer Política (conservadurismo).No solo, la causa de la parálisis política es más grave y profunda y no es otra que el desprestigio y consiguiente falta de "auctoritas" de las instituciones y de la clase política que las lidera. Es la consecuencia lógica tras más de 30 años de abuso del bipartidismo por parte del partido popular y del partido socialista, construyendo un sistema sobre la base de unos partidos políticos en los que la democracia interna ha brillado por su ausencia. El "partido-aparato", las oligarquías que los dirigen, fortalecidas durante años por la endogamia y la burocracia que ellas mismas han alimentado, han alumbrado una forma de hacer política que ha sustituido, en demasiadas ocasiones ya, la discusión serena y constructiva sobre ideas y principios por el interés puramente partidista, rigiéndose más por el interés electoral del presente que por cálculos de futuro.¡Pero como es posible que desde 1978 el partido popular y el partido socialista –que han representado a más del 80 por 100 de la población española- hayan sido incapaces de ponerse de acuerdo en cuestiones tan básicas y necesarias para el futuro de nuestra Nación como son la educación y la cuestión territorial! La verdad, guste o no, es que una parte importante de lo que está ocurriendo hoy en Cataluña es responsabilidad directa de esa "vieja política" y de la permisividad en muchos casos interesada del partido popular y del partido socialista frente al nacionalismo (inmersión lingüística, manipulación interesadade la educación, abandonada en manos del nacionalismo, dejación por parte del Estado de sus funciones y obligaciones renunciando de facto a exigir el cumplimiento de la Constitución, de las leyes y de las sentencias judiciales, el "Estatut" de Zapatero, etc.).Urge, pues, que las instituciones recuperen la autoridad que las legitima y justifica su existencia, pues solo así podrán afrontar con eficacia los graves problemas existentes. Una autoridad que sea capaz de ejercer una influencia de largo alcance, que no se basa en la fuerza, el poder o la coacción, sino que se construye a base de servicio, confianza, honestidad y competencia.La pregunta que llegados a este punto surge necesariamente es si los españoles seremos o no capaces de volver a confiar en una clase política que ha tirado por la borda la confianza que se depositó en ella. En mi opinión –optimista por naturaleza- la respuesta es sí, aunque condicionada a que la clase política asuma el liderazgo ético que las sociedades democráticas contemporáneas demandan. Esta recuperación pasa en mi opinión por tres ejes fundamentales: en primer término, que los políticos sean conscientes de que de la "auctoritas" no se compra ni se vende, no se inventa ni se impone, la autoridad se gana a base de coherencia y ejemplaridad, sirviendo con lealtad y honestidad al pueblo soberano, en segundo lugar, el liderazgo ético exige el reconocimiento de los errores y de los abusos cometidos y la asunción de las correspondientes responsabilidades (algo a lo que la actual clase política española está poco acostumbrada), y, en tercer término, resulta imprescindible sustituir la "vieja política", abonada a una concepción partidista que la reduce en demasiadas ocasiones a la dicotomía amigo-enemigo, por una "nueva política" que apueste de forma decidida por la regeneración democrática, la lucha contra la corrupción y que anteponga los intereses de los ciudadanos a los de la clase política. Solo así podrán los partidos políticos recuperar la confianza perdida y liderar el enorme esfuerzo colectivo que resultaimprescindible para seguir construyendo con éxito el sistema constitucional quelos españoles alumbramos en 1978 y afrontar con eficacia y esperanza los importantes retos que sin duda nos deparará el futuro.La Corona, con el nuevo Rey a la cabeza, ya ha iniciado de forma decidida el camino de la regeneración, imprescindible para que pueda desarrollar con eficacia su compromiso en la promoción del entendimiento y la resolución de las diferencias y conflictos. Esperemos que muy pronto su ejemplo sirva para que otras instituciones, empezando por los partidos políticos, sigan el mismo camino. El futuro de España y de las generaciones venideras depende en buena medida de ello. El futuro de esos partidos políticos, también.

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