Las víctimas de Artur Mas

    • Esos catalanes que quieren que su tierra siga donde se la encontraron al nacer son las verdaderas víctimas de un político desatinado.
    • El signo más destacado de los nacionalismos esla insolidaridad, agrandado por Artur Mas en su última y disparatada aventura.
Mas ironiza sobre Rajoy por la nacionalidad y dice que todo su discurso es "mentira"
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Cada vez que responde con bravatas o con chistecitos a los pronósticos fatales que merece su absurdo independentista, Artur Mas suma ofensas al maltrato que dispensa a una parte de la población de Cataluña, la que no quiere ni independencia, ni desafíos, ni tensiones, ni apuestas con las cosas de comer. Se habla constantemente de la envergadura social de los independentistas, se conjetura acerca de si llegarán a cosechar un voto más o no de los que se depositen en las urnas, pero no se dedica un minuto a considerar el drama de la masa de catalanes que quieren seguir siendo españoles y viviendo en una zona de España, compartiendo los proyectos de una masa de 45 millones de personas. Esos catalanes que quieren que su tierra siga donde se la encontraron al nacer son las verdaderas víctimas de un político desatinado que dedica sus esfuerzos a dividir y a deshacer.

A esos españoles catalanes que quieren seguir en España, que son mayoría social según dicen las encuestas, les acompañan en el papel de víctimas los habitantes del resto de España, sometidos en los últimos años a la tensión creada por el delirio secesionista que Artur Mas y sus adeptos pretenden consumar en unos días. España ha sido obligada a vivir en medio del desasosiego político cuando su urgencia era realizar un enorme esfuerzo contra la crisis económica, entre otras cosas para que el Gobierno autonómico de Artur Mas pudiera recibir las transferencias dinerarias que le permiten hacer frente a sus obligaciones con los ciudadanos. Ha sido el resultado de una imposición causada por una insensata terquedad.

El signo más destacado de los nacionalismos es la insolidaridad, agrandado por Artur Mas en su última y disparatada aventura. Los nacionalismos, con su complejo de superioridad y su intimación excluyente, están en el origen de buena parte de los desastres que han convulsionado la historia. Ahora, cuando en Europa se camina hacia la integración, la cooperación y el compromiso común, este nacionalismo catalán que ha desembocado en plantear la secesión a las bravas actúa como un anacronismo tóxico, que toma como rehenes a unos ciudadanos cuyas vidas –que no están en peligro salvo por él- promete salvar a su pesar. Y coronando el atropello, la constante acusación al resto de España y la permanente reclamación de privilegios apoyados en unos rasgos o hechos diferenciales que se niegan a otras comunidades españolas.

Artur Mas está encerrado en un drama delirante del que no va a salir indemne. No tiene siquiera asegurado su cargo ni aunque gane su lista en la que va camuflado en un insólito cuarto lugar. Pero eso es lo de menos. Lo decisivo es lo que perpetrará –él o quien le releve- a partir del domingo, lo cual será perjudicial para Cataluña y el resto de España si no consiste en organizar un gobierno autonómico para empezar a ocuparse de los problemas sociales que tiene encomendados. Si un voto o un escaño más le excita a poner en práctica la locura planeada, abrirá la puerta a inéditas convulsiones, si no alcanza la mayoría y renueva su insistencia en el error, la enfermedad nacionalista volverá a ocupar el tiempo que ha de invertir en resolver problemas, no en crearlos.

Y las víctimas de este proceso seguirán estando secuestradas y torturadas, las víctimas, los millones de catalanes que no quieren dejar España y los millones del resto de españoles que no se merecen el terco suplicio excluyente que ocasiona el delirio nacionalista.

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