Los habitantes de la isla Yeonpyeong temen el inicio de una época de penurias

  • Yeonpyeong (Corea del Sur).- La pequeña isla surcoreana de Yeonpyeong comenzó hoy a recuperar la normalidad con la llegada del primer ferry desde la península, aunque aún es un trasiego de bomberos, militares y vecinos que intentan recuperar lo que quedó a salvo de los obuses norcoreanos.

Un futuro incierto para los habitantes de la isla surcoreana de Yeonpyeong
Un futuro incierto para los habitantes de la isla surcoreana de Yeonpyeong

Yeonpyeong (Corea del Sur).- La pequeña isla surcoreana de Yeonpyeong comenzó hoy a recuperar la normalidad con la llegada del primer ferry desde la península, aunque aún es un trasiego de bomberos, militares y vecinos que intentan recuperar lo que quedó a salvo de los obuses norcoreanos.

Yeonpyeong se encuentra en el Mar Amarillo (Mar Occidental) a 80 kilómetros de Incheon, su principal nexo con Corea del Sur, y a sólo 13 de Corea del Norte, cuyos cañones, ocultos en los riscos que se otean con binoculares en el horizonte, arrasaron parte de la isla el martes.

Un cariacontecido Park Sung-ik, de 45 años, recordó a Efe que el día que comenzaron a caer los obuses norcoreanos se encontraba en el muelle, lo que le salvó de ser uno de los cuatro muertos y decenas de heridos o pasar la noche en los búnkers, con frío y a oscuras.

La mayoría de los habitantes de Yeonpyeong, que viven esencialmente de la pesca, fueron evacuados tras el ataque y algunos regresaron hoy con el semblante serio a ver sus modestas propiedades en los dos primeros barcos comerciales que salieron de Incheon.

Entre los refugiados de Yeonpyeong había matrimonios con grandes maletas, niños de corta edad e incluso una anciana de 90 años que ya vivió la Guerra de Corea (1950-53), un cruento enfrentamiento que dejó a dos países enemistados.

En la isla residen unos 1.700 habitantes y varios cientos de militares que hacen guardia y cuya presencia hoy era más patente que nunca, con un tránsito constante de marines, soldados, helicópteros de combate, policías, bomberos y técnicos de telefonía y electricidad.

Yeonpyeong se ha convertido en lo más parecido a una zona de guerra, con coches boca abajo por la potencia de las explosiones, casas totalmente calcinadas, y la gran mayoría de inmuebles con marcas de metralla y cristales rotos.

La proximidad a Corea del Norte, que reclama la soberanía sobre la isla y tiene carteles propagandísticos justo enfrente, hace que el pueblo esté lleno de búnkers subterráneos muy cerca de las casas y los huertos de la localidad.

Pese a que se ha restablecido parte del suministro eléctrico, los rastros del combate permanecen inalterados y ni siquiera se han barrido los cristales de las calles ni se han retirado los coches destrozados por esquirlas de metal que los atravesaron.

Aunque algunos habitantes han permanecido allí desde el ataque, los barcos no salen a faenar, por lo que Park teme que éste sea el comienzo de un período de penurias para las familias que viven en Yeonpyeong.

Park no para de hacer fotos de la casa de su amigo, que ha quedado totalmente calcinada, suerte similar a la que ha corrido el inmueble de su madre, "totalmente destrozado", asegura a Efe.

Lo único que da por salvado son las cuatro paredes en las que vive este obrero de la construcción, que ahora teme el inicio de las maniobras conjuntas entre Corea del Sur y EEUU en las aguas del Mar Amarillo, que contarán con la participación de un portaaviones nuclear estadounidense.

El pueblo de Yeonpyeong es un conjunto de casas bajas en la ladera occidental de la isla, coronada por una colina desde la que la artillería surcoreana respondió al ataque del martes, y cuyos habitantes corrieron despavoridos a los refugios subterráneos y hacia el muelle.

Cientos de personas tuvieron que pasar la noche invernal en refugios sin luz, acompañados solo por mantas y algún que otro calentador, algunos de los cuales seguían hoy dentro de esos espacios de tres por cinco metros, todavía con restos de tallarines instantáneos y botellas de agua.

La joven Hwan Ah-ra ha viajado con sus padres para saber qué pasó con su casa tras el bombardeo, pues huyó cuando comenzó y hasta hoy no han tenido la oportunidad de regresar.

A eso de las 14.30 de la tarde, cuando se oyeron las primeras explosiones, su madre estaba preparando "kimchi", verdura fermentada y plato nacional coreano. Pensaron que el ruido provenía de las maniobras de la Marina surcoreana en las cercanías, con participación de unos 70.000 soldados, según explicaron.

Seo Kyung-won, capitán de un pesquero de 32 años, muestra el vídeo que grabó con su teléfono móvil del momento de la primera tanda de bombas, mientras temblaba el suelo a sus pies y se escuchaban detonaciones que le hicieron ponerse a cubierto.

Park recuerda que muchos de los que abandonaron la isla de Yeonpyeong tendrán que vivir en casas de familiares o en moteles, mientras se lamenta de "cómo las decisiones de unos cuantos afectan tanto a la vida de la gente".

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