Los militares de Brasil combaten el zika maceta a maceta

  • Militares rodean una maceta blanca, la mueven y observan con atención: cualquier larva del mosquito transmisor del zika está condenada a desaparecer en la difícil guerra declarada al virus.

Con el uniforme impecable, efectivos de la Marina arrancan este lunes la minuciosa inspección en Sao Gonçalo, en la región metropolitana de Rio de Janeiro.

Primer macetero, limpio, el segundo, igual. Pero al llegar a una cubeta con agua en el patio de atrás, un trabajador del departamento de Sanidad se topa cara a cara con el enemigo: larvas del zancudo Aedes aegypti, el transmisor del virus.

Después de verificar la identidad de aquellos puntos retorciéndose en el agua, el funcionario los lanza al suelo y espera su muerte bajo los sofocantes 34 grados del día. En la guerra declarada por la presidenta Dilma Rousseff al zika, Brasil se acaba de anotar una pequeña victoria.

En esa misma calle de Sao Gonçalo, otros equipos de la Marina y Sanidad inspeccionan casa por casa, jardín por jardín, maceta a maceta: en cualquier lugar con agua empozada este poderoso mosquito puede reproducirse.

"El objetivo hoy es educar a la población de que todos necesitamos tomar responsabilidad y buscar posibles lugares de reproducción", dice el comandante Carlos Alexandre Souza de Lima.

Por todo Brasil, 55.000 efectivos de las fuerzas armadas y 310.000 trabajadores sanitarios fueron desplegados para esta misión con alrededor de cuatro millones de propiedades en el punto de mira.

La campaña inició el sábado con 220.000 soldados distribuyendo panfletos al público para informarles cómo luchar contra el mosquito.

La infección del zika explotó en el mayor país de América Latina y es indicada como responsable de un alarmante aumento de los casos de microcefalia, un raro y serio defecto congénito.

El brote llevó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a declarar una emergencia internacional y, al menos en el ámbito de las relaciones públicas, plantea una amenaza para recibir los Juegos Olímpicos este agosto en Rio de Janeiro, además de la presión que ejerce sobre Rousseff para hallar una solución.

Sin vacuna contra el zika, sin cura para la microcefalia y mucha incertidumbre sobre cuán peligroso es el virus -que en muchos casos provoca síntomas leves- la principal estrategia de Brasil es atacar directamente al insecto.

Y aunque en un país tropical de 204 millones de habitantes la misión parece imposible, la participación de los militares es vista al menos como un intento de dar la batalla.

Jorge Luis de Oliveira, de 55 años, ha colaborado durante décadas en campañas antimosquitos como miembro de la secretaría de Salud de San Gonçalo, combatiendo específicamente dengue y chicunguña, que son transmitidos por el mismo vector.

Pero ir respaldado ahora por militares -una de las pocas instituciones en Brasil considerada ampliamente confiable- facilita mucho el trabajo.

"Hace que la gente sea más respetuosa. Tener a las fuerzas armadas involucradas hace que la gente vea que estamos juntos en esto", afirma.

Uno de los vecinos que abrió las puertas de su casa este lunes, Mario Jorge de Carvalho, de 56 años, afirma que ver a los oficiales le dio confianza.

"La gente tiene miedo de dejar entrar a los agentes de Salud, pero la presencia de soldados, de marinos, de militares va a ayudar a tener acceso a todas las casas y negocios", considera este ingeniero electrónico.

Las autoridades insisten en que sólo los ciudadanos y no los militares, podrán ganar esta guerra.

Acabar con los mosquitos significa eliminar las aguas estancadas y recoger la basura, que al empaparse por la lluvia se convierten en perfectos criaderos de larvas.

"El 80% de las concentraciones de mosquitos están en casas privadas. La gente tiene que poner de su parte", afirma Dimas Gadelha, secretario de Salud de Sao Gonçalo.

De Oliveira, el agente sanitario, opina lo mismo: "sin la ayuda de la población, no lo conseguiremos".

Aunque para Zorran Kalil, un tarotista que observaba cómo pasaban los militares, la culpa es toda de las autoridades.

"No tengo ningún mosquito en mi casa, pero mire ahí", señala gesticulando hacia un costado de la calle donde una tubería rota derramaba el agua. "El alcalde de Sao Gonçalo vive ahí arriba y pasa por aquí todos los días, pero no lo arreglan", sigue.

"En Brasil esperan a que explote el problema y entonces tratan de hacer algo", zanja.

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