Niños y bebés priosioneros tras los barrotes de Afganistán

  • Incluso en una sociedad donde la injusticia para las mujeres y las niñas es un hecho de la vida cotidiana, la historia de Nadia es impactante. Refleja el grado en que el sistema legal de Afganistán está en contra de las mujeres.
Jean MacKenzie, Kabul (Afganistán)| GlobalPost

El arco azul feliz indica que la institución es el "Centro Juvenil Abierto de Rehabilitación de Kabul".

 

Pero no hay nada que esté "abierto" y hay muy poco que se esté rehabilitando en lo que es en realidad una prisión para adolescentes.

En una habitación con tres literas, nos encontramos con Nadia, que parece recién salida de la pubertad. Dice que piensa que tiene unos 15 años. Esta niña pequeña está tratando de amamantar a su bebé de 11 meses de edad, su hija Fátima, cuyos pies se agitan de modo impaciente envueltos en unos calcetines de "Hello Kitty".

Nadia dice que se casó por la fuerza, cuando ella apenas tenía 12 o 13 años, en la provincia de Kunar, en el noreste de Afganistán. En el sistema afgano la ley va en contra de las mujeres, que suelen pagar las penas por los delitos de sus homólogos masculinos.

Kunar es el centro de una zona agreste y violenta de Afganistán que va directamente desde el territorio en su mayoría sin ley de la provincia de la frontera noroeste de Paquistán y las ÁreasTribales bajo Administración Federal (FATA).

Estados Unidos trató en vano de apaciguar a Kunar, abandonando finalmente sus puestos en los valles de Korengal y Pech en 2011.

El poder del Estado casi no se siente en Kunar, donde la ley de la tribu domina en la mayor parte de la provincia, y Nadia cayó pronto en sus redes. Tenía muy pocos recursos así que aceptó cuando el hermano de su padre decidió casarla con uno de sus hijos.

"Mi padre estaba enfermo, no podía ni siquiera ponerse de pie", explicó. "Mi tío vino y me llevó, y me casó con mi primo".

Nadia vivió miserablemente con su nuevo marido durante seis meses. Era a veces violento, y ella quería irse. Desarrolló un afecto por otro primo. Demasiado joven para entender realmente la importancia de lo que estaban haciendo, la pareja se fugó.

"Huimos a Kabul", explica. "Estábamos escondidos".  Pero su nuevo "marido" tenía que viajar mucho. En uno de sus viajes, se encontró con su primo, el hermano del hombre al que Nadia había abandonado. Los dos se pelearon, y el nuevo marido de Nadia fue asesinado. Su hermano encontró al asesino, y se tomó la revancha.

Dos jóvenes estaban muertos. Los asesinos eran primos, hijos de hermanos.

Los ancianos de Kunar convocaron un tribunal tribal, o jirga, para juzgar el caso según la costumbre local.

La resolución del asunto se complica por el hecho de que los padres de los niños asesinados eran hermanos, y eran reacios a pedir el tipo de compensación habitual en estos casos - la ejecución del asesino por un familiar de la víctima, o ba'ad - la concesión fue una niña joven a la familia de la víctima.

Decidieron que los asesinos no serían castigados; sus crímenes eran comprensibles.

El verdadero culpable, por supuesto, era Nadia, cuyas acciones provocaron los asesinatos. Pero en lugar de ejecutarla - un "crimen de honor" de un tipo que todavía es común aquí, los tribunales tribales decidieron ser "misericordiosos". El padre de Nadia, después de todo, había sido uno de los hermanos

Así que llamaron a la policía y la  entregaron por el delito de "Farar", o huir. Estaba embarazada de varios meses en ese momento, de la pequeña Fátima. No se hizo mención a las autoridades acerca de los asesinatos.

En un país donde la mayoría de los nacimientos no se registran, y en una provincia donde las autoridades estatales son incapaces de tomar medidas en ningún caso, es posible tratar de aparentar que los jóvenes nunca existieron.

"Nadie conoce los asesinatos", susurra. Teniendo en cuenta su edad - tenía apenas 14 años en ese momento - Nadia fue enviada al centro de rehabilitación juvenil.

La niña ha estado encarcelada durante más de un año, y no tiene idea de cuánto tiempo más se verá obligada a quedarse. Los detenidos obtienen muy poca información sobre su estado, a menos que sean uno de los pocos afortunados cuyo caso llama la atención de un abogado de prestigio. "Farar" conlleva habitualmente una pena de cuatro a seis años.

"No sé lo que haré cuando salga", dice. "He cometido un error. Todo el mundo comete errores. Dos de mis primos están muertos, pero yo soy la que está en la cárcel. ¿Es eso justicia?"

La joven Nadia es sólo un caso en el Centro de Rehabilitación de Menores de Kabul, que alberga a cientos de presos de edades comprendidas entre los 12 y los 16.

Los niños y niñas se encuentran en alas separadas, con vallas de tela metálica que separan a unos y otros y a su vez les separan del resto del mundo. En los días de visita, los familiares y amigos fuera de la valla se agachan, tocándoles las manos a través de pequeños agujeritos, susurrando.

Paquetes de comida o con otros enseres básicos tienen que ser entregados a los guardas para que los inspeccionen antes de entregárselos a los reclusos.

Los periodistas que esperan poder hablar con los de dentro están obligados a entregar sus grabadoras, cámaras e incluso los teléfonos móviles."No pregunte a las niñas sus nombres", amonesta un administrador con severidad.

Desde que los medios de comunicación difundieron la historia de Gulnaz, una mujer en prisión por conducta inmoral después de que fuese violada por el marido de su prima, los funcionarios de prisiones desconfían de la publicidad.

El edificio de las niñas se ve un poco como un interior de dormitorio de la Unión Soviética; los internos se encuentran en bloques de dos o tres literas y un baño en cada una.

No hay cerraduras en sus puertas, los detenidos pueden moverse por el edificio con relativa libertad, pero no pueden abandonar el local. Ellos están tan vigilados como los de la cárcel de mujeres de al lado.

Hay incluso docenas de niños pequeños aquí: las reclusas menores de edad, algunas tan jóvenes como de 13 años, dan a luz y, al igual que en el caso de la prisión de mujeres de al lado, sus bebés se convierten también en prisioneros.

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